La banca es como los negocios de la derecha, nunca pierde. La derecha ultraliberal tampoco. Hace lo que ha hecho toda la vida: privatizar los beneficios y nacionalizar las pérdidas. En eso están también ahora. Desde que a partir de 1973, y después del periodo de crecimiento y del nacimiento a nivel práctico de la socialdemocracia conocido como los 30 Gloriosos (desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta principios de los setenta del siglo pasado) en los que se gestó la creación de lo que hoy entendemos como Estado de Bienestar, la mayoría de los gobiernos y administradores de las diversas instituciones internacionales económicas y financieras han abrazado de forma acrítica la nueva ortodoxia económica.
El esquema siempre es el mismo, en los periodos de bonanza, los gobiernos neoliberales aprovechas para reducir el sector público. Es decir, privatizar los beneficios. En cambio, cuando llegan los periodos de crisis, acuden al papa Estado para que acuda al rescate. Es decir, pague los gastos. La historia siempre se repite.
Los ciclos ciclos económicos se repiten. En los periodos de bonanza, los gobiernos neoliberales aprovechan para reducir el peso del sector público y su influencia en la generación de riqueza, a base de desinversiones, reducción de estructura, privatizaciones de empresas públicas, reducción de impuestos y tasas, y demás recetas del neoliberalismo desaforado. Todo con un fin, que el sector privado se lleve la mayor parte de las plusvalías generadas reduciendo su aportación al bien común, en román paladino, privatizar los beneficios.
Pero hete aquí, que durante el transcurso del famoso ciclo económico se alternan los periodos de bonanza con los periodos de crisis, y que casualidad, justo en estos periodos de declive, la ortodoxia neoliberal se convierte como por arte de magia en fervorosa seguidora de los postulados keynesianos de los que tanto abjuran en épocas de enriquecimientos injustos, especulaciones y burbujas.
Papá Estado al rescate, todo los sectores exigen, piden, o imploran ayudas públicas para intentar salir cuanto antes de este agujero negro en el que una pandemia, y las políticas de recortes neoliberales de los últimos años nos han metido a todos. No nos equivoquemos, yo soy un firme defensor del sector público como agente moderador de los mercados, t de la distribución más equitativa de la riqueza, como impulsor y facilitador de la I+D+I en las empresas tanto del sector privado como del público y como garante de unos servicios públicos universales, eficientes y de calidad.
Siempre he pensado que una democracia moderna necesita un sector público potente y para ello es condición necesaria una política fiscal eficiente, progresiva, moderna y equitativa para poder financiarlo. Para gastar, primero hay que recaudar, y nuestro patriotismo también se puede medir como nuestro compromiso en cumplir con nuestras obligaciones fiscales.
Y he aquí el meollo de la cuestión, las políticas fiscales y económicas tanto de los gobiernos de derechas en España como en la UE, durante los últimos 30-40 años han ido reduciendo el peso del sector público tanto en España como en Europa, han incrementado el porcentaje de la riqueza generada que acaba en manos de las grandes corporaciones y élites socio-económicas y minorando las rentas que acaban en los bolsillos de la ciudadanía. Sin embargo, por el contrario, estos gobiernos neoliberales reducen significativamente la aportación vía impuestos indirectos de las grandes empresas, multinacionales y detentores de los grandes patrimonios, para que la presión fiscal recaiga cada vez más sobre los trabajadores, autónomos y pequeños empresarios.
Es indudable, salvo para algún que otro extremista e utópico economista ultraliberal, que el sector público tiene que desarrollar políticas de gasto para detener la destrucción de nuestro tejido empresarial, tejer una red de protección social aún más tupida que la que ya teníamos para proteger a todo los ciudadanos que se pueden quedar sin trabajo.
El Estado nos tendrá que volver a sacar de este embrollo y para ello dependeremos de un nuevo endeudamiento público que tendremos que devolver durante decenios.
No nos queda otra, pero cuando políticos tanto del partidos españoles como el PP y Vox , y de países como Holanda, Dinamarca o Alemania quieran imponernos condiciones a las ayudas, nuestros representantes deberán hacerles llegar, que sí, que se pondrán condiciones, pero a todos los sectores destinatarios de ayudas públicas, y esa condicionalidad debería consistir en exigir el cumplimiento de toda la normativa tanto fiscal como laboral de los beneficiarios.
Todos los sectores necesitan ayuda, pero en mi humilde opinión, y puesto que sobre todo los más humildes ciudadanos nos vamos a tener que endeudar durante generaciones, es el momento adecuado para que todos cumplamos con nuestro deber patriótico de cumplir con nuestras obligaciones.
Es decir, que las empresas que generen beneficios en España paguen sus impuestos aquí, que aquellas que solicitan ayudas para no cerrar o deslocalizarse a terceros países asuman un compromiso por escrito para la devolución con intereses de todas las cantidades otorgadas, en caso de no cumplir con lo pactado. Que puesto que el recientemente rescatado sistema financiero español está generando miles de millones de beneficios empiece a devolver las ayudas mil millonarias que nos pidieron a toda la ciudadanía, es el momento, que aquellos sectores en donde se genera un gran porcentaje de economía sumergida, que empiecen a declarar todos sus ingresos reales, que declaren a todos sus trabajadores, que cumplan con las aportaciones a la Seguridad social y que no emitan facturas en negro, también es el momento de empezar a reducir ese sector de la economía opaca que no aporta nada al bien común. Keynesianos, sí, pero tontos no, ya está bien de pedir y de no dar.
El sector público, papá Estado, ese gran rescatador al que todos acudimos cuando vemos las orejas al lobo, somos todos, trabajadores, funcionarios, inocupados, autónomos y empresarios. Cuanta más rica, cohesionada y solidaria sea una nación, más fuerte deberá ser el sector público al que se le exige moderar y equilibrar los mercados además de redistribuir de manera más justa las riquezas generadas en las épocas de crecimiento, y actuar como salvavidas financiero y económico en épocas de crisis como la actual.
A día de hoy, todos, incluidos los gurús económicos de la derecha, el Banco Mundial, el FMI, la Comisión Europea, los bancos Centrales y de más organismos internacionales, todos y cada uno de ellos suspiran por las políticas de gasto que el pensamiento keynesiano proclamaba a los cuatro vientos.
Todos somos keynesianos, pero algunos solo para pedir y nunca para aportar. Las condiciones para recibir ayudas las deberíamos de imponer quienes vamos a tener que pagarlas durante muchos años, es el momento.