Entre ellos, una trinchera cada vez más ancha y profunda. Una trinchera de insultos, de juicios y prejuicios, del disenso sano transformado en odio. Una trinchera, a la que da cada vez más vértigo asomarse, por la que vagabundean intelectuales locos y políticos desterrados. Una trinchera que nuestros líderes actuales prefieren obviar por miedo a que desde la cima del bloque la estrepitosa caída sea mortal. Desde esa posición cómoda, segura, aupados por sus semejantes, se repliegan y repliegan a sus acólitos aun a sabiendas que es en esa trinchera donde se está jugando el futuro de la democracia. 

 

Este bloquismo, consecuencia de la creciente polarización política en la última década no es un fenómeno español o aislado (aunque alguna atracción malsana se observa en la idiosincrasia de nuestro país), sino una tendencia social y política generalizada en las democracias occidentales fruto de un contexto geopolítico de alta complejidad. Complejidad que me atrevo a resumir en una frase: pérdida de confianza en los otros. Pérdida de confianza en las instituciones, en los partidos políticos, en tu empresa. En los otros. Parece que ya nada podemos esperar de nadie que no seamos nosotros mismos. Y mientras las incertidumbres acechan, los miedos crecen, aquellos que hacen negocio y política del miedo, ganan, y por goleada. Por cierto, enhorabuena Señor Milei.