Su brillantez académica le consiguió una beca para estudiar en la Universidad de Wellesley, un centro de élite femenino, donde destacó mucho intelectualmente. En los años 50 se casó y, como otras tantas jóvenes, se dedicó a la familia. En 1996, Madeleine Albright fue elegida secretaria de Estado por Bill Clinton, y se convertía en la primera mujer en haber alcanzado el mayor rango en toda la historia del Gobierno federal estadounidense.
Madeleine Albright escapó primero de Hitler y luego de Stalin. Más tarde escapó de la vida que parecía reservada a las mujeres de su generación y alcanzó la cumbre del poder en un país que, hasta cumplir los 20, ni siquiera había sido el suyo. Ese ascenso, según ella misma explicaba, no fue fácil: “Mientras iba subiendo peldaños, tenía que lidiar con los vocabularios diferentes que se usan para describir características similares en los hombres (seguro de sí mismo, proactivo, comprometido) y en las mujeres (mandona, agresiva, emocional)”.
Entre sus logros destacan que influyó considerablemente en la política estadounidense en Bosnia y Herzegovina y en el Medio Oriente; fue quien diseñó el plan de entrada de Polonia, Hungría y la República Checa en la OTAN a finales de la década de los noventa; apostó por reducir los arsenales de armamento nuclear, y en el año 2000 alcanzó otro gran hito para la historia de la diplomacia al reunirse con Kim Jong-il, el entonces líder de la Corea del Norte comunista, durante una visita oficial de Estado a ese país tras la Guerra Fría.
Abandonó el cargo de secretaria de Estado en 2001, pero nunca dejó de trabajar y se mantuvo activa hasta el momento de su muerte. Escribió libros, ejerció como analista política, fue presidenta de la consultora estratégica Albright Stonebridge Group, un grupo que ella mismo fundó, y también profesora de la Universidad de Georgetown.