"Si dais la impresión de necesitar alguna cosa, no os darán nada; para hacer fortuna es preciso aparentar ser rico", escribió Alejandro Dumas padre. La frase suena a cinismo, pero no se la puede calificar de totalmente falsa. Son muy pocos, poquísimos los que dan algo a un pobre que sea y parezca pobre. Un pobre, una sola persona pobre, sólo importa a los suyos porque los demás ignoran su existencia. Ciertos grupos de pobres cuentan con la ayuda de organizaciones caritativas dedicadas a ayudar a determinados grupos de pobres, pero un solo pobre vive en las tinieblas de la más absoluta soledad; la soledad de los ignorados. ¿Por qué les ignoran los que no son o no se consideran pobres? El fenómeno tiene varias explicaciones según se observe bajo el prisma de la psicología, de la sociología, de la economía o de la política, pero una explicación terrible sobresale en todos los campos: al ser humano no se le ha valorado en cuanto tal, en sí mismo, por ser simplemente un ser humano; por ser simplemente un ser humano, no se le ha valorado jamás. Al homo sapiens primitivo se le valoraba por la fuerza. Hasta que se inventó el dinero y al dinero se dio todo el valor, todo el poder. El dinero transformó al ser humano en una entelequia en el sentido vulgar del término; en una cosa irreal, y esa cosa irreal tiene que vivir luchando, de un modo u otro, por obtener el dinero necesario para sobrevivir.
Solo, ignorado, el pobre sobrevive con el mismo grado de esfuerzo que su antepasado de las cavernas; sólo han cambiado las formas. A alguno le sirve la fuerza física, como al primitivo, si consigue el dinero necesario para sobrevivir recogiendo fruta o limpiando casas o aguantando las inclemencias en una patera hasta llegar a algún puerto, por ejemplo, o trabajando en cualquier cosa las horas que hagan falta para pagarse techo y comida. Quien no cuente con ninguno de esos medios, necesitará fuerzas, de todos modos, para hacer cola en cualquier parte en la que estén dando ayudas. El pobre sabe y acepta que no es nadie en parte alguna como no eran nadie en las tribus primitivas los individuos débiles que no tenían nada comestible que aportar, como no fueran sus propios cuerpos. Que en aquellos tiempos nadie reconociera el valor metafísico del ser humano resulta comprensible, ¿pero a qué se debe que no lo reconocieran todos más tarde, cuando ya lo habían descubierto la filosofía y la religión? ¿A qué se debe que aún no lo hayan descubierto, sopotocientos siglos después, los millones de individuos que veneran libros que consideran sagrados en los que Dios mismo declara que los seres humanos fueron creados por Él y que todos son, por lo tanto, sus hijos? ¿Alguien se pregunta cuántos hijos de Dios, o simplemente de otro ser humano, mueren al día por falta de dinero para comprar comida o medios para cultivar la tierra que les podría alimentar? ¿Alguien se pregunta qué puede hacer para evitarlo más allá de dar una limosna para aliviar su conciencia o de plantearse preguntas y condenas estériles?
Algunas preguntas con sentido ligeramente análogo surgen de vez en cuando y hasta parece que encuentran respuesta. En una democracia, por ejemplo, los pobres pueden vivir sabiendo que un día, cada algunos años, su esperanza amanece como un sol, radiante; es el día en que empiezan las campañas electorales y a los ignorados se les saca de la oscuridad de sus vidas para protagonizar los discursos de los políticos; todos ellos ricos y famosos. De pronto, esos ricos y famosos les reconocen, les dan la mano, se hacen selfies con ellos y, lo más importante, reconocen sus necesidades y prometen todo lo necesario para cubrirlas. Sanidad y educación públicas, salarios mínimos garantizados, en fin, todo lo que disfrutan los ricos se convierte en promesas, y si el pobre quiere disfrutar de la fiesta, se las tiene que creer. Pero es precisamente durante la fiesta de las campañas electorales y, sobre todo, en el día crucial de las elecciones, cuando se revela con todo su horror una realidad monstruosa. Si terrible es que a un ser humano no se le haya valorado nunca como tal, lo insuperablemente atroz es que un pobre no se valore a sí mismo como ser humano y acepte la condición de nadie que le ha conferido la sociedad por carecer de dinero.
En una democracia, el único poder que se concede a los pobres es el de votar. Sin embargo, dicen las estadísticas que son los pobres los que menos votan. ¿No saben que de su voto dependen las promesas que pueden transformar su vida? O no lo saben o no se las creen o se han acostumbrado a ir arrastrando los pies por la vida luchando de día en día por lo imprescindible hasta verse sin fuerzas ni ganas de hacer nada más. ¿Cuánta energía consume la angustia que a un pobre le causa ver su nevera, la nevera de su familia, vacía, por ejemplo? Cerrar esa nevera sin saber cómo volver a llenarla puede quitar a un ser humano hasta las ganas de vivir. ¿Cómo va a reflexionar un pobre sobre las promesas que hacen los políticos? ¿Cómo va a informarse sobre la trayectoria del político que promete, para juzgar si sus promesas son creíbles o no? ¿Cómo culpar al pobre si decide no votar?
La cuestión es que, ante la disyuntiva de votar o no votar, las razones y la culpa y cualquier otra consideración abstracta importan un carajo. El político honesto, creíble y, además, inteligente, tiene que saber que al pobre no se le puede inducir a votar con monsergas; que para convencer a un pobre de que vote, lo primero que tiene que hacer un político honesto, creíble y, además inteligente, es decir, un político humano, es cargarse de empatía y decirle, sin rodeos ni florituras, la verdad. Y la verdad es, simple y llanamente, que si los pobres no votan serán gobernados por políticos que solo cumplen las promesas que les hacen a los ricos porque saben que los ricos no dejan de votar. A esos políticos a los que académicamente se llama conservadores o hasta liberales para que la gente les confunda con amantes de la libertad, son protegidos de quienes viven para proteger su capital. Las necesidades de los pobres es un asunto que a este tipo de políticos se la trae al pairo. Solo se acuerdan del pobre y de lo que el pobre necesita durante la campaña electoral. Por lo tanto y dada esa circunstancia muy fácil de entender, no votar es votar por quien utilizará el estado para proteger a sus protectores. Por lo tanto y dada esa circunstancia muy fácil de entender, el pobre que no vota renuncia a cualquier ayuda del estado que pueda necesitar. Aquí cabe una paráfrasis de la sentencia de Alejandro Dumas padre: "Si necesitáis alguna cosa del estado, los políticos conservadores no os darán nada; para que os hagan caso es preciso que aparentéis ser ricos". ¿Y cómo puede un pobre aparentar riqueza? Imposible. Por eso hay que repetir y repetir y repetir para que no se olvide, que el único poder que en una democracia tiene un pobre es el poder de votar.
Hoy ya saben todos, los ricos, los medio pobres y los pobres; saben todos porque ha salido en radio y televisión, que el 4 de mayo lo que se juega en Madrid es la democracia, esa forma de gobierno que confiere a todos el poder del voto, un voto que va a decidir si se entrega el gobierno a los políticos comprometidos con quienes anteponen el dinero a cualquier otra consideración o si se entrega a los políticos comprometidos con el bienestar de todos los ciudadanos.
La elección esta vez no puede ser más fácil. Por un lado, pide el voto el PP, un partido que lleva 26 años robando el dinero que los más vulnerables necesitaban para vivir como seres humanos; un partido condenado en firme por lucrarse con una trama de corrupción. Ese partido no ha tenido empacho en comprometerse a gobernar con Vox si sus votos no alcanzan; otro partido que predica el desprecio y hasta el odio a los más vulnerables. Por otro lado, piden el voto el PSOE, Más Madrid y Unidas Podemos, partidos que, en un puesto u otro, han demostrado anteponer el bienestar de todos los ciudadanos a cualquier otra consideración.
Dicen las encuestas que gracias a los posados y las mentiras de la candidata del PP, que utiliza la libertad como anzuelo para pescar ilusos, ganará el partido corrupto y su socio camorrista y antidemocrático. Dice la realidad que los partidos democráticos comprometidos con la sociedad solo pueden ganar si votan los pobres. Esperando la fecha fatal, toda persona decente en Madrid y en todo el país tiene los nervios de punta y un suspiro en el alma: "¡Ay, si lo pobres votaran!".