Cuando uno entra en un grupo, intenta presentarse y darse a conocer, y esto es lo que intentaré hacer con este primer artículo en La Hora Digital.
Si os digo la verdad, soy y se me conoce por muchas cosas, pero hay una que me define sobre todas: soy padre gay de acogida de un niño y una niña afrodescendientes.
La paternidad me cambió en muchas cosas como a toda persona que tiene descendencia. Te sirve para poner tu vida en perspectiva y darte cuenta de lo equivocado que estabas en ciertos temas y de lo duramente que juzgamos muchas veces a nuestros padres y a nuestras madres.
Un conocido me espetó un día que desde que soy padre me he vuelto gilipollas –léase gilipollas como aliado feminista radical, defensor a ultranza de la diversidad en nuestro país y de los derechos humanos en general. Yo lo veo como un camino a una especie de nirvana donde, debido a las diferentes opresiones que hemos vivido como familia, somos sabios y más humanos. Así que ser gilipollas no está tan mal.
Os voy a hacer un resumen de las cosas que he aprendido gracias a mi paternidad y lo haré a modo de preámbulo a mis futuros artículos. Así, si no os convence, os puede ahorrar futuros "clics” en ellos.
De lo primero que me di cuenta es que, como gay, tus conocidos se han creado una imagen en su cabeza de ti en la que la paternidad no figura ni remotamente como una opción. Lo que en los demás se ve como algo natural, tú, en cambio, te ves en la obligación de explicar mil veces tu deseo de ser padre. En ese deseo también pones a prueba tu capacidad de frustración, porque nadie tiene derecho a ser padre y existen posibilidades de que nunca lo consigas. Aceptas esta posibilidad o tal vez, si no, tengas un problema.
El ser padre te activa cierto sentimiento egoísta: transmites recuerdos a tus hijos, les enseñas a compartir tu modo de vida, quieres que te quieran y te sientes acompañado. Pero también puedes ser padre ayudando a otros seres humanos a través de la adopción o el acogimiento (en Madrid hay miles de menores en situación de desamparo).
Te das cuenta que nadie es de nadie, que somos personas libres, y que cuando mi hija y mi hijo sean personas adultas seguirán conmigo si el lazo que hemos formado es fuerte, no por llevar mi apellido o mis genes.
Ves que otras personas no aceptan tu elección –ser padre de acogida– por el miedo que les supone no tener atado por medio de un papel al menor que va a formar parte de tu familia.
Tener un bebé es solo una opción; en nuestro caso, nuestro hijo y nuestra hija siempre han sido conscientes de su historia y valoran nuestro camino juntos. Tienen consciencia de haber sido abandonados, del tiempo que vivieron institucionalizados y de la suerte que tuvieron de poder compartir su vida con nosotros.
Los sentimientos los crea el tiempo y, aunque tú quieres a tus peques desde el primer día, para mi hija y para mi hijo nosotros éramos unos desconocidos y fue preciso que transcurriera un tiempo, corto, para que todas las piezas encajaran.
Vivimos en un país homófobo, pero, aún más, racista. Las situaciones que he vivido como gay en mi niñez y en mi adolescencia no son remotamente parecidas a las que han vivido mi hijo y mi hija por el hecho de ser negros (especialmente cuando la gente se ve libre de actuar porque ninguno de sus dos padres estamos cerca).
Vivimos en un país homófobo, racista y muy machista. Las opresiones que sufre mi hijo se multiplican en el caso de mi hija, a quien se le impone desde la sociedad una manera de vestir, pensar y actuar que no se le exigen a mi hijo. Además de que, ya casi en la preadolescencia, se ha enfrentado a situaciones de acoso sexual que mi hijo no ha sufrido.
Así que sí, tal vez para muchos soy un gilipollas o tal vez es que yo y cada vez más gente nos hemos quitado la venda de los ojos y somos esa avanzadilla preparada para vivir en una sociedad cada vez más feminista y cada vez más diversa. Si tú eres de los míos o de las mías, espero que nos podamos comunicar por aquí.