Hace unos días me apareció el tuit de una tuitera americana indignada porque Twitter le había clausurado la cuenta a Donald Trump. Anunciaba que ella daría de baja la suya en protesta e instaba al resto de los tuiteros a hacer lo mismo. Le di las gracias por librarnos de una trumpista y le deseé que muchos trumpistas siguieran su ejemplo. No me contestó. Supongo que la sorpresa la dejó sin palabras, porque una de las creencias de los fieles de Trump es que la mayoría de la humanidad pertenece a su secta y que no hay ser humano que no venere al ídolo del país más poderoso del mundo. ¿Qué le pasará a estas almas cándidas cuando su todopoderoso pierda todo su poder el miércoles? Por ahora, contagiados hasta el tuétano de la facultad de engaño y autoengaño de Donald Trump, no hay fuerza de índole alguna sobre la faz de la tierra que les convenza de que Trump pueda perder su omnipotencia. Donald Trump es Dios, como él mismo dijo en un rally. Si, como dicen prestigiosos psiquiatras, Trump ha llegado a creerse sus propias mentiras, ¿qué puede hacer de aquí al miércoles para no salir de la Casa Blanca derrotado? Nadie lo sabe, razón por la cual, las mentes más preclaras de la política americana viven, desde el pasado miércoles, haciendo esfuerzos supremos por ocultar su canguelo.