¿No lo oís? Hace meses que vivimos sometidos a él; Hace meses que dominan nuestras reuniones, nuestras conversaciones y nuestras comunicaciones. Se ha metido hasta el fondo de nuestras mentes; Anticipamos su presencia justo antes de que nuestro pensamiento se deslice hacia ese terreno que nos hemos prohibido, el terreno de la libertad de palabra.
La sociedad española se autocensura de una forma de inmisericorde; las familias han desterrado de sus espacios comunes contenidos y posturas que ya nadie se atreve a expresar, las palabras se han convertido en balas explosivas y nadie quiere liberar a los monstruos que se han generado bajo la protección del silencio.
Hemos dejado que un silencio malsano se adueñe de nuestras vidas porque hemos perdido el respeto por la palabra del otro : entre intentar comprender y el silencio, preferimos el silencio. Entre la tranquila reflexión sobre los argumentos ajenos y el silencio, preferimos el silencio. Entre la comprensión y el silencio, preferimos el silencio. Entre la salud y la enfermedad, hemos consagrado el reino de un silencio enfermizo que nos empobrece y nos devora a todos como una gangrena lenta e insidiosa.
En algún momento perdimos la libertad en favor de la censura que hemos ido asumiendo como necesaria, buena y positiva, pues, evita el trabajo mental de respetar, de argumentar, de comprender, de exponer, de documentar, de cambiar y de analizar. En algún punto del camino preferimos la pobreza a la riqueza ; elegimos ser pacatos y mezquinos en lugar de aspirar a horizontes más elevados, esos que se alcanzan uniendo voluntades para lograr el bien común.
Algún día, las voces se apagaron haciéndonos menos sociales, menos civilizados y menos, mucho menos libres. Cuando el sonido de la realidad vuelva a nuestras vidas, es posible que no seamos capaces de entender lo que nos diga y prefiramos refugiarnos de nuevo en el silencio porque ya no seremos capaces de comprender el valor de la libertad.