El pensamiento estratégico, tanto a nivel personal como organizativo, sea este público o privado, aconseja gestionar el presente según el medio plazo que se desea alcanzar. Es el medio plazo el que informa de cómo dirigir las actuaciones en el momento actual.
Es necesario y conveniente tener una referencia a medio plazo para dirigir mejor el presente.
Nuestro presente económico se llama PIB o PIB por habitante.
Es difícil presentar nuestra realidad económica con un solo indicador, pero si hay alguno que puede aproximarnos a describir una síntesis de ésta, sería el PIB o, mejor dicho, el “PIB por persona”.
En estas semanas, diversas instituciones tanto nacionales (Banco de España), como internacionales (FMI y Comisión Europea) han elevado sus previsiones iniciales de crecimiento del PIB de la economía española para este año, resaltando alguna de ellas que es el país europeo en el que más crece dicho índice. España sigue así la senda de crecimiento de los últimos tres años, si bien a un ritmo más lento.
Este buen dato, por el que nos debemos felicitar, no puede ocultar que, desde hace décadas, tanto con gobiernos del PP como del PSOE, nuestro país está por debajo de la media del PIB por habitante de la eurozona. Actualmente el conjunto del país está en el 86% de la media de Europa y solo Madrid y las Comunidades Forales están por encima, lo que expresa la desigualdad territorial existente. A nivel sectorial, también existe disparidad en la evolución de su productividad, pues no todos los sectores de la economía se están comportando de igual modo.
Nuestro medio plazo económico. Se llama Productividad.
Como sucede con el presente económico, pueden considerarse diferentes indicadores, pero el indicador que mejor resume ese medio plazo es la evolución de la Productividad, la principal fuente de prosperidad económica a medio plazo, y con ello del progreso social.
La comparación con los países más avanzados de la UE y EE. UU. indican una baja productividad de la economía española.
En lo que va de siglo y hasta la pandemia, según datos de diversas fuentes, la productividad España retrocedió en más de un 7%, frente a un crecimiento de más de 2 dígitos de EE. UU. o de los países más adelantados de la Unión Europea.
Esto nos indica que nuestro país tiene un problema estructural en cuanto a la productividad. Si se cuantifica por hora trabajada, según diversos medios, la productividad se ha mantenido desde 2008 entre un 10% y un 15% por debajo de la de la eurozona.
Es tal la importancia estratégica que tiene para un país el incremento de su productividad, que casi todos los países de la zona del euro cuentan con una institución que estudia la evolución de esta, y el gobierno español publicará en breve un Real Decreto por el que se crea el Consejo de la Productividad en España.
Elecciones y Productividad
La productividad, la creación de riqueza, tiene pocos componentes ideológicos y, sin embargo, cuenta con un amplio respaldo social. No pasa lo mismo con su reparto y distribución entre grupos sociales y territoriales, articulados a través de los diferentes partidos políticos.
Otra indicación del pensamiento estratégico es la necesidad de priorizar entre distintos objetivos estratégicos cuando existan varios.
En política existe la tentación muy frecuente de primar el hoy frente al futuro, dado que todos los partidos políticos tienen un primer objetivo, al que suelen subordinarse los demás: ganar las elecciones o su equivalente de mejorar el respaldo electoral. Esto condiciona su acción política y de gobierno, y quizás explique por qué los dos partidos que conforman la centralidad del espacio político, al contar con un respaldo de los 2/3 de la población española, no han sido capaces de alcanzar acuerdos transversales sobre la mejora de nuestra productividad, que es la base de nuestro bienestar futuro.
Una idea: alcanzar un acuerdo mayoritario en una medida.
Existiendo amplios consensos sobre el extenso y complementario abanico de medidas a adoptar para mejorar nuestra competitividad, escójase por los partidos mayoritarios una de ellas y fírmese un acuerdo que, posteriormente, se lleve a las cortes para su aprobación por el resto de los partidos del arco parlamentario.
Una acción de este tipo tendría una virtud principal: lanzar un mensaje de confianza en el futuro del país y su progreso económico, con independencia de qué partido asuma la responsabilidad de gobierno. Un beneficio añadido de tal acuerdo sería el de señalar un camino para disminuir el nivel de polarización y enfrentamiento existente en la sociedad.