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"Lo que la oruga llama 'el fin', el resto del mundo lo llama 'mariposa'."

De repente, el último verano

De repente, el último verano

Los sucesos que ahondarán los surcos que recorren el cerebro, como hace el arado abriendo la tierra, ocurren de repente.


Contactas por LinkedIn para conseguir un empleo sin saber que estás auspiciando el inicio de una historia de amor regada en drama que durará seis años.

 

Coges el ascensor una mañana de invierno y rompes la rutina de una década subiendo por las escaleras para tener, sin saberlo, el último encuentro lúcido con la mujer que dio vida al padre de tus hijos.

 

Cruzas la calle aquí y no allá y un accidente fractura el final de tu espina dorsal para recordatorio vital cada octubre gallego.

 

Y así un largo etcétera, que diría aquel.

 

“De repente, el último verano” es una peli de un “coloso del cine”, uno de los últimos grandes cineastas de Hollywood. Sobre sí mismo dijo: “Creo que sinceramente se puede decir que he estado en el comienzo, el ascenso, la cima, la caída y el fin del cine sonoro”.

 

Joseh L. Mankiewicz lleva al cine una novela de T. Willians, ya sabemos: ambigüedad sexual, humedad pegajosa, universo sureño, biografías atormentadas, mujeres que quieren escapar y no escapan, hombres que no quieren escapar, escapando.

 

Liz Taylor (¡qué cuerpo y qué bañador blanco!), jovencísima, en un alegato de la salud mental que haría tiritar a todo IG pelea desde la honestidad y el desamparo, por que se reconozca la verdad de su historia, que es la verdad de su sino.

 

Montgomery Clift, entre la seducción exquisita y la entrepierna abultada, es un cirujano en ebullición,  (ellos, ya se sabe, siempre brillantes, centrados; ellas, las almas descarriadas que desde la lástima o el apabullante escote ruegan clemencia; de ahí que a veces sea mejor no hilar fino y abrir el grosso modo para seguir disfrutando de los clásicos “básicos”) redime a Liz.  

 

Una fotografía en blanco y negro que ridiculiza al mismísimo arco iris. K. Hepburn loca de atar, declamando monólogos y actuando desde la cima, como la diva que era. 

 

Psiquiátricos, lobotomías, flash backs en la bella Italia, secretos, mediocridad, lujuria, vida.

 

Hay que verla porque un jueves cualquiera tras la resaca de un festivo necesita sí o sí un chupito de glamour que sólo, nos pongamos como nos pongamos, una peli hollywoodense  de los años 50 puede tener.


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