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"Lo que la oruga llama 'el fin', el resto del mundo lo llama 'mariposa'."

Sobre ChatGPT o del moderno Prometeo

Sobre ChatGPT o del moderno Prometeo

El pasado 29 de marzo, 1.000 expertos en Inteligencia Artificial, solicitaron una moratoria de 6 meses al desarrollo de los sistemas de inteligencia artificial ya que “ni siquiera sus creadores, pueden entender, predecir o controlarla de forma fiable.”


Estos expertos denominan las tecnologías actualmente en desarrollo (GPT-4 +)  “God-like AI”. Parece ser que Frankenstein se les ha escapado del laboratorio.

 

En paralelo, ChatGPT se prohíbe en Italia. ¡Bendito gobierno italiano que protege a sus feligreses de un monstruo así!

 

Para aquellos que no han usado chatGPT, háganlo. Os adelanto que chatGPT ofrece una experiencia peligrosamente placentera. Busca y encuentra lo que le pides sin necesidad de palabras clave a lo Google.  Simplemente hablas con él, como si de un secretario se tratase (pero gratis). Al principio no es muy avispado, pero él va aprendiendo en base a la información que proporcionas. Este punto es importante, a diferencia de las redes sociales, una parte sustancial de la información de entrada la decides tú. Tú le dices, y él recuerda y conecta, todo. El potencial es inimaginable. Las actuales versiones de IA son máquinas autónomas y adaptativas. Cajas negras en las que introducimos un input conocido (los datos de los que dispone e introducimos) para obtener un output (lo que nos responde) cada vez más impredecible. Cuanto más inteligente sea el sistema, más compleja será la cadena de operaciones que lleven a dicha respuesta. 

 

ChatGPT puede hoy mejorar tus macros en Excel, puede diseñarte diapositivas, puede redactar artículos, trabajos, emails, todo con información actualizada, sin erratas, traducido al chino si hace falta. Puede y podrá, cada vez más, casi cualquier cosa que los ingenieros software alcancen a desarrollar. Toda tarea rutinizable por tanto automatizable, será realizado por una máquina. Y esto no es un interrogante sino una realidad fáctica. De ahí la carrera. Entre DeepMind, comprada por Google, y openAI, comprada por Microsoft, como los principales actores hoy, se lucha por la hegemonía tecnológica, o debería decir, ¿por la hegemonía a secas?

 

Pero la solución no es ni puede ser prohibir o criminalizar la Inteligencia Artificial. En la genialísima obra de Mary Schelly, “Frankenstein” es el nombre del doctor. El monstruo no tenía nombre, nunca fue creado jurídicamente a pesar de su existencia física. El horror que representaba lo desautorizaba. Un horror a pesar de él. Un horror a posteriori. Tras dar vida a lo muerto, el Dr. Frankenstein entiende las consecuencias de sus actos y se juzga a sí mismo por haber trasgredido el límite de su propia moral. La fealdad del monstruo tan solo refleja la fealdad de su propio acto considerado aberrante por desnatural. El doctor huye. Y la criatura, dejada sin control, hace el mal, lo único que aprendió. La monstruosidad de la criatura tiene pues su origen en todos y cada uno de los actos de su creador, cuyas consecuencias no previó ni calculó. 

 

Los millones de palabras vertidas estos días contra chatGPT han traído a mi memoria esta maravillosa novela. De ese miedo tan humano a nosotros mismos, a de lo que somos capaces, a la betise humaine. A esa actitud infantil e irresponsable que, sin control, provoca catástrofes. Huir, ignorar, o pausar, no nos ayudará a resolver el enigma sobre qué hacer con el monstruo que ya hemos creado. 

 

Dicho esto, me da la risa al leer a los Frankensteins de la carta pidiendo a los Estados que se ocupen de sus monstruos. Entre los signatarios de la carta se encuentran líderes del sector tecnológico como Steve Wozniak o el ruidoso Elon Musk. La honorable epístola me ha recordado otra de hace un par de años de similar nobleza. Un grupo de ateridos multimillonarios estadounidenses, ante la creciente delincuencia, solicitaban al Estado pagar más impuestos. Por seguridad de todos. Tanta filantropía patética no hace sino mostrar la actual insuficiencia del Estado. Ese estado democrático empequeñecido por años de capitalismo descontrolado al que hemos llegado en los países que aún podemos presumir de tener uno. 

 

Mientras imagino escenarios distópicos en los que Musk nos mete a todos en capsulas criogénicas y Zuckerberg diseña Matrix 5.0, me llega un pop up sobre la derrota de Sannah Marin en Finlandia. Los conservadores ganan… Los gobiernos occidentales, defensores de una democracia de papel, se suceden el bastón de mando de derecha a izquierda sin que se traduzca en un cambio de rumbo real de las sociedades que pretenden liderar. Leo el artículo: hablan de programas políticos y de descontento. Como cuestiones desacopladas. Los gobiernos reparten las migajas de unos impuestos cuya finalidad queda desdibujada por la sensación de que nuestra clase política no puede garantizarnos nada. Y me pregunto: ¿Cuánto de realidad hay en esta sensación?

 


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