Como era de esperar, a medida que se acercan los dos periodos electorales de este año 2023, el ambiente político se está polarizando y enrareciendo progresivamente, hasta el punto de hacerse irrespirable por momentos.
En la izquierda, el fenómeno más preocupante es la deriva de Unidas Podemos, que ha decidido delimitar el espacio electoral que cree que le corresponde en base a dar codazos y empujones, tanto al PSOE, como al incipiente proyecto de Yolanda Díaz de crear una plataforma de toda la izquierda que queda fuera del PSOE. Ponen por delante defender su menguante rincón electoral a tratar de convencer al electorado progresista de la conveniencia de dar continuidad a un gobierno de coalición similar al actual. No valoran que tienen enfrente la alternativa de una derecha sin un proyecto político, pero a la que le basta esperar a que la izquierda se despedace entre sí para acceder al poder.
Sin embargo, lo que está sucediendo en la derecha es aún más preocupante: han perdido toda conexión con la realidad y su único proyecto parece consistir en convencernos de que Pedro Sánchez es un delincuente que se ha transformado en un autócrata y de que su gobierno está a punto de terminar con la Constitución. A falta de mejores argumentos, se deslizan por la pendiente de la hiperventilación y las “fake news”, de forma muy cercana al fenómeno del trumpismo en EE.UU. o del bolsonarismo en Brasil.
La reciente moción de censura fracasada promovida por Vox se justificó en base a una supuesta situación de emergencia debida a la deriva autocrática del Gobierno y al carácter criminal de Pedro Sánchez. Ese aparente e inminente peligro no quedó reflejado, sin embargo, en el grueso del discurso de su candidato el señor Tamames, que desgranó perezosamente una serie de deficiencias que, en su opinión, mostraba la acción del Gobierno. Habló de la falta de previsión ante los numerosos incendios forestales, de las pérdidas sufridas por quienes invirtieron en renovables debido a la rebaja de primas, de la falta de viviendas asequibles, de la política exterior y de la vergüenza de Gibraltar, de potenciar la colaboración entre la sanidad pública y la privada, y de muchos temas similares, ninguno de los cuales tenía entidad suficiente para justificar un acto tan determinante como es una moción de censura.
En los discursos de los dirigentes de Vox, Partido Popular y Ciudadanos el tono, en cambio, sí fue de emergencia, empleándose con frecuencia los términos “golpe de estado” y “autoritarismo” para referirse por ejemplo a los cambios del código penal llevados a cabo por el Gobierno para eliminar el delito de sedición y reformar el de malversación, y también a la abortada reforma para desbloquear el nombramiento de los cuatro miembros del Tribunal Constitucional bloqueado por la mayoría conservadora del Consejo General del Poder Judicial.
Por contraste con esta actitud descalificadora, me llamó la atención una parte del discurso de la portavoz de EH Bildu, Mertxe Aizpurúa, cuyas palabras reproduzco aquí literalmente: “con solo 5 escaños, hemos conseguido mucho más, no solo para Euskadi sino para todo el estado, que ustedes señores de la derecha con 150”; “también hemos conseguido mejoras para sus votantes, señores de Vox”; “explíquenles que los malvados independentistas, comunistas, bolivarianos y golpistas, les han subido su pensión”. Este discurso demuestra que se puede estar en desacuerdo con el Gobierno en muchos aspectos y, sin embargo, acordar con él políticas útiles para el país.
El mismo tono hiperventilado se puede encontrar cada día en los medios de comunicación afines a la derecha, que no pierden ocasión para emplear los adjetivos más hiperbólicos posibles para describir la, en su opinión, insoportable situación política. También se ha empleado en un reciente manifiesto firmado por 255 intelectuales, en el que se insta a la sociedad a que “detenga la intencionada inercia destructiva de la Constitución que protagonizan el Gobierno sus socios y aliados”. Si describen como autocrático al actual gobierno español, ¿qué calificativos reservan para regímenes como el nazismo, el estalinismo y la dictadura de Franco?
Señores de Vox explíquenles que los malvados independentistas, comunistas, bolivarianos y golpistas, les han subido su pensión
Como denuncia el Catedrático de Ciencia Política Ignacio Sánchez-Cuenca (El País, 21/03/23): “da toda la impresión de que están atrapados en una burbuja tóxica y delirante y que son incapaces de contrastar sus argumentos con la realidad”.
Se puede estar o no de acuerdo con la supresión del delito de sedición o con la reforma del de malversación, pero eso no implica obviamente que el gobierno sea autocrático ni que haya dado un golpe de estado. No apruebo que se legisle ad hoc para beneficiar a unas personas, aunque el objetivo político de disminuir las tensiones en Cataluña pueda parecer positivo, pero tampoco me parece decente criticarlo y no haber levantado la voz cuando los señores Rajoy y Aznar también cambiaron atropelladamente el código penal con el único propósito de perjudicar a los independentistas.
El ambiente que están creando las derechas se parece mucho al que propiciaron en los últimos años de los gobiernos de Felipe González y durante toda la legislatura de Zapatero, con hipérboles y acusaciones muy semejantes. Lo que nos lleva a la conclusión de que nuestra derecha no digiere democráticamente que gobierne la izquierda y utiliza cualquier método para intentar que sus gobiernos desbarranquen. Es más, aprovechan los momentos más críticos para el país, como fueron los primeros años (2008-2011) de la crisis financiera, la pandemia de 2020-2021 y la invasión de Ucrania en 2022-2023, para arreciar sus ataques. Para ello, obstaculizan las políticas que son útiles para afrontar las crisis, cuando más necesario sería su apoyo.
No deberíamos aceptar esta degradación. La democracia es, sobre todo, guardar unas formas. Se puede y se debe discrepar, pero dentro de unas reglas de respeto y, al mismo tiempo, presentando alternativas, algo que nuestra derecha no suele hacer. Los términos, traidor, enemigo de la patria, golpista, autócrata, etc., no solo no aportan nada al debate, sino que lo convierten en basura y deterioran el parlamento, convirtiéndolo en un circo. A veces, este se parece a un concurso en el que los contendientes compiten por ver quién “la dice más gorda”.