El nobel de literatura John Steinbeck, autor de la maravillosa novela La Perla, dejo una máxima que deberíamos tener siempre presente: El poder no corrompe. El miedo corrompe, tal vez el miedo a perder el poder.
En estos días se ha vuelto a reavivar un viejo debate sobre el concepto y limites de la corrupción. Todo ha surgido al hilo de la dimisión de la directora de la Guardia Civil. Para nota los elogios en los que se ha prodigado el ministro del Interior Marlaska,.” la directora de la Guardia Civil no ha hecho más que lo que tocaba, pues ya sabe eso de la mujer del César…”
La corrupción política, propiamente dicha, no se encuentra tipificada como tal en el Código Penal si en otros preceptos.
Corrupción, jurídicamente hablando, se encuentra presente en la prevaricación urbanística (artículos 320 y 322 del Código Penal), en la prevaricación administrativa (artículos 404, 405 y 408), en la infidelidad en la custodia de documentos y violación de secretos (artículos 413, 414, 415, 416, 417 y 418), el cohecho (artículos 419, 420, 421 y 422) también es un tipo de corrupción el tráfico de influencias (artículos 428, 429 y 430), sin duda corrupción hay en la malversación (artículos 432, 433, 434 y 435) que ha quedado desvirtuada con la reciente modificación efectuada, también es un comportamiento corrupto los fraudes y exacciones ilegales (artículos 436, 437 y 438), las negociaciones y actividades prohibidas a los funcionarios públicos y, sin duda, en los abusos en el ejercicio de su función (artículos 439, 441, 442 y 443) y corrupción en las transacciones comerciales internacionales (artículo 286, 3º y 4º). Esto es lo que dice la ley.
Ahora bien, la amplitud de lo que se entiende por corrupción en términos políticos democráticos, y en lo que la psicopolítica del ciudadano percibe, es mucho mayor. Los ciudadanos sienten muchas más aptitudes como comportamientos corruptos de los responsables políticos y sus allegados que se alejan de la ética pública. En definitiva, esperan lo mejor de sus representantes, ya que no dejan de ser vicarios de un poder que los electores les han depositado temporalmente.
Corrupción política es colocar a Juan Ignacio Diaz Bidart, Jefe de Gabinete de la Ministra de Industria Maroto, para que no se quede el pobre en el paro y cobre, sólo, 120.000 €
El bloqueo de la renovación del Consejo del Poder Judicial deteriorando sus relevantes funciones no deja de ser una forma de corrupción política. Incumplir los códigos de conducta internos de los partidos, como es el Caso Albiol, es corrupción política. Espiar a periodistas para averiguar quien es el autor de determinadas filtraciones en el caso Kitchen es, sin perjuicio de su penalidad, un caso de flagrante corrupción política. Corrupción política es despilfarrar millones de euros como se esta produciendo en la Empresa Pública Correos y es corrupción política la culpa “in vigilando” de los responsables políticos que siendo conocedores de ello miran para otro lado. Corrupción política es colocar a Juan Ignacio Diaz Bidart, Jefe de Gabinete de la Ministra de Industria Maroto, para que no se quede el pobre en el paro y cobre, sólo, 120.000 €, al frente de un organismo Público (EOI) que tiene encomendada la formación e innovación industrial, cuando la única publicación que se le conoce a este ¡profesor universitario! es un articulillo titulado “la restauración moderna” ¡vaya merito! Corrupción política es la colocación en empresas públicas, donde constitucionalmente debe buscarse el mérito y la capacidad, a amigos y conocidos del pueblo. Corrupción política es, también, que un alto responsable político no le preocupe imponer con su autoridad generando miedo para dar empleo a su pobre marido. Todo esto ya ha sido publicado por diferentes medios de comunicación, pero…
En definitiva, Sr ministro, la señora Gámez ha dimitido porque es lo que correspondía. Esto de la democracia es así. Es ni más ni menos lo que deberían hacer los demás, pero para ello debería existir una ética pública que nos pilla muy lejana. La impotencia que los ciudadanos sienten es la misma que sentían los españoles que no les quedaba otra que callar cuando el viejo general tenia la lucecita encendida en El Pardo.
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