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"Lo que la oruga llama 'el fin', el resto del mundo lo llama 'mariposa'."

Mujeres menonitas en Bolivia: el silencio que inspiró a “Ellas hablan”

Mujeres menonitas en Bolivia: el silencio que inspiró a “Ellas hablan”

Ayer me quedé mirando a un grupo de mujeres menonitas que esperaban en la entrada de un supermercado. Eran seis, dos ancianas y cuatro jóvenes. Las seis rubias, con esos vestidos de manga larga y faldón que dan calor de sólo mirarlos, sólo unas pamelas de paja las protegían del severo sol de Santa Cruz de la Sierra. No hablaban con nadie, supuse que no hablarían español, como la mayoría de las mujeres menonitas, que se comunican con un dialecto alemán antiguo, vestigio de sus orígenes europeos, de aquel sacerdote, Menno Simons, que inició en el siglo XVI un camino interpretativo propio del cristianismo, aterrorizando a católicos y calvinistas por igual. 


Hay muchos menonitas en Bolivia, forman parte del paisaje cruceño. Los ves en sus vagonetas, pues en la ciudad utilizan coches, a sus hombres, siempre vestidos con petos vaqueros, todos con un aire parecido a los amish famosos por la película de Harrison Ford. Son inconfundibles, y a partir de unos meses viviendo en Santa Cruz, apenas reparas en ellos.

 

Pero ayer me quedé mirándolas, de un modo distinto. No es que fueran muy diferentes a otras que había visto antes. La diferencia es que yo había visto “Ellas hablan”, y llevaba varios días leyendo artículos sobre los menonitas y sobre los sórdidos acontecimientos que relata la película. Me refiero a la película de Sarah Polley, con la que ha ganado un Óscar al mejor guión adaptado (y que debió haber tenido alguna nominación más para su estupendo elenco de actrices). Aunque la película ni siquiera menciona que las mujeres son menonitas y silencia el país en el que se encuentran (el libro en que está basado, de la canadiense Miriam Toews sí que lo hace, en cambio), no hay que investigar mucho para saber que la historia allí contada sucedió hace unos años en la colonia menonita de Manitoba, en Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia. Allí, un grupo de canallas se dedicó durante varios años (de 2005 a 2009, al menos) a entrar por la noche en las casas de sus vecinos, dormirlos con un somnífero veterinario, y violar a las mujeres. Las pobres, ancianas, jóvenes, niñas, despertaban aturdidas, con las sabanas y el cuerpo cubierto de semen y sangre, y la mayoría callaba, bajo el argumento de que era el propio Satanás el que atacaba a mujeres impías, y temiendo por tanto el rechazo de su comunidad. Al final, a uno de los sinvergüenzas lo pillaron entrando en una casa, él delató al resto y los propios líderes menonitas, asustados de la furia de los colonos y temiendo un linchamiento (se ha hablado de que de hecho uno fue muerto a golpes), rompieron su tradicional aislacionismo, y los entregaron a la policía boliviana. Fue la primera vez que el Estado Plurinacional de Bolivia desplegó su poder en una de las comunidades de la secta.

 

Los menonitas llegaron a Bolivia en distintas oleadas a partir de los años 50 del siglo XX, y ahora se calcula que hay unos 70000, organizados en distintas colonias. Originarios de diversas zonas de Alemania, Polonia y Rusia, en su migración a América primero se instalaron en Canadá.  Cuando este país, a principios de los años 20, estableció la educación obligatoria en inglés, la mayor parte de ellos emigró a México, de donde salieron por la misma razón, cuando el gobierno de Cárdenas legisló por una educación universal. Los menonitas no quieren que nadie eduque a sus miembros, particularmente a sus mujeres, así que siguieron migrando hacia el sur, y finalmente muchos de ellos aterrizaron en Bolivia y Paraguay, en donde sus gobiernos de entonces les aseguraron un no intervencionismo completo en sus asuntos internos. A los líderes paraguayos y bolivianos les gustaba la idea de contar en sus campos de labranza y ganadería a unos campesinos laboriosos y diligentes, en absoluto interesados en cuestiones como las jornadas de ocho horas o la libertad sindical. Por eso no tuvieron problema en dejar que crecieran en el interior de sus fronteras poblaciones virtualmente independiente a cualquier acción estatal. Y eso permitió que, en general, y a pesar de que hay muchas diferencias, las colonias en Bolivia y Paraguay sean de las más ultraconservadoras del universo menonita. Cuando los crímenes sexuales salieron a la luz, durante la investigación, y tras el juicio, cuando el analfabetismo y el desconocimiento del castellano por parte de las víctimas impidió cualquier tipo de ayuda psicológica de las instituciones bolivianas, desde otras comunidades menonitas de Canadá y México se ofrecieron traductores e incluso terapeutas. La respuesta desde Menitoba fue negativa. La razón era clara: el rechazo a cualquier tipo de influencia de otros menonitas más modernos (recordemos que en aquellos países, los poderes públicos ya ejercen cierto control sobre ellos, sobre todo a través de sus sistemas de educación universal. De hecho, Miriam Toews, la autora del libro, es hija de menonitas). Pero uno de los líderes se atrevió a dar otra razón a la prensa que seguía los juicios:   ¿para qué van a necesitar atención psicológica, si estaban dormidas y no se enteraron?… Esa prensa habla de víctimas de 3 y 4 años, de ancianas con lesiones permanentes, de mujeres que sufrieron violaciones tan reiteradas que limpiar la sangre de sus camisones cada mañana se convirtió en algo rutinario. Pero para sus hombres, esos que no supieron protegerlas, en realidad la cosa no era para tanto porque los ataques se producían mientras ellas dormían sedadas…

 

 

“Ellas hablan” es una “ensoñación femenina”. Una fábula inventada a partir de unos hechos estremecedores, en la que unas mujeres se plantean su derecho a vivir dignamente

 

 

Indagando en internet, se encuentran muchos artículos en prensa extranjera sobre los juicios, pero escasísimas referencias en la prensa local. Llama la atención que la sociedad boliviana no se hubiera escandalizado más… quizá sí que hubo indignación pero la prensa desde luego no lo refleja. Posiblemente a las autoridades bolivianas ya no debe entusiasmarles tanto contar con pequeñas réplicas de “El cuento de la doncella” en su territorio, considerando además su loable compromiso político en pos de la igualdad de género y la lucha contra la violencia machista. Pero en la práctica, su débil institucionalidad aún no consigue estar a la altura de sus leyes, por muy feministas que sean. A esto hay que sumarle que las colonias menonitas poseen grandes extensiones de terreno, en una región con una economía muy dependiente de los ingresos agrícolas y ganaderos: realmente, a estas autoridades no les resultaría fácil plantearse siguiera ejercer un mayor control público sobre la secta. Bastante hicieron con juzgar y condenar a los violadores, que ahora cumplen sus penas en la famosa cárcel de Palmasola. Por eso quizá hubiera sido bueno que la película de Polley hubiera mencionado expresamente que la acción original transcurrió en Bolivia. Es lo que ha lamentado la periodista Jean Friedman-Rudovsky, que cubrió los juicios para la revista Time.  

 

“Ellas hablan” es una “ensoñación femenina”. Una fábula inventada a partir de unos hechos estremecedores, en la que unas mujeres se plantean su derecho a vivir dignamente, y que acaban iniciando un prometedor exilio, liberadas al fin de esos hombres despreciables. Cualquier mujer, independientemente de la nacionalidad, religión o raza, puede empatizar con esa Claire Foy describiendo a gritos cómo torturaría hasta la muerte a los violadores de su hija de 4 años, o con esa Jessie Buckley apaleada por su marido, reclamando entre lágrimas su derecho a pensar. Por eso duele tanto leer la prensa publicada en la época del juicio y la condena, y saber que algunos menonitas entienden que los violadores deben volver a la colonia cuando cumplan sus penas y que incluso debieran salir antes si declararan estar arrepentidos. En una de las crónicas de Friedman, publicada en Vice , se llega a sugerir que las violaciones nunca pararon, que los ocho condenados no son más que la punta del iceberg, y que las mujeres de Manitoba siguen sufriendo violencia sexual reiterada. Por eso, en algunas casas, han instalado rejas en las ventanas, y cegado el sector de las habitaciones femeninas con portones de hierro forjado que cierran cada noche antes de acostarse.

 

Me quedé mirando un largo rato a las menonitas del supermercado. Ahí seguían, indiferentes al resto, sólo intercambiando algunas palabras entre ellas. Me tuve que refrenar para no hablarles. Sé que no me hubieran entendido, incluso si hubiera hablado su idioma. Friedman reconoce no estar segura de que las decenas de mujeres que ella entrevistó en Manitoba pudieran haber pronunciado las frases que entonan las protagonistas de “Ellas hablan”. Pero aún así, me hubiera gustado acercarme, conversar con ellas, y preguntarles si alguna soñó alguna vez con partir, con viajar guiada por la Estrella del sur, en pos de una vida mejor…

 


  I Covered the Story That Inspired “Women Talking” https://time.com/6250526/women-talking-mennonite-bolivia-real-story/

  https://www.vice.com/en/article/4w7gqj/the-ghost-rapes-of-bolivia-000300-v20n8

 


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