El acuerdo de restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Irán y Arabia Saudí puede convertirse en el acontecimiento diplomático del año en Oriente Medio, aunque es demasiado pronto para calibrar su verdadero alcance. De momento, se presta a interpretaciones diferentes. Tratemos de esclarecer, en lo posible, lo que es y lo que no es este acuerdo entre rivales.
Es una normalización de relaciones, interrumpidas en 2016, después del ataque contra la embajada saudí en Teherán, protagonizado por una turba multa indignada tras la ejecución del jeque Nimr Baqr Al-Nimr, líder de las revueltas chiíes en las provincias orientales de Arabia.
NO ES una alianza, ni siquiera una reconciliación plena, debido a las profundas diferencias entre ambos estados. Tampoco provocará un realineamiento de los estados de la zona, demasiado condicionados por los sectarismos religiosos que lideran estas dos potencias regionales.
ES una decisión instrumental dirigida en primera instancia a estabilizar la situación estancada en la guerra del Yemen, en la que Riad y Teherán juegan en campos opuestos. El alto el fuego de abril del pasado año se consolida por agotamiento de los beligerantes, pero sobre todo por la voluntad de quienes mueven los hilos: es hora de fijar los términos de un armisticio, de cerrar el ejercicio bélico y llevar a la mesa de negociaciones lo que no se ha podido obtener en el campo de batalla. La posición de Irán, protector de los rebeldes hutis, es más fuerte, a corto plazo, pero la exigencia de un apoyo sostenido debilita sus perspectivas a largo plazo. Los saudíes se han convencido de que no podrán ganar militarmente y aceptan convertir esta derrota en un empate estratégico. La pretensión inmediata de Riad es que cesen las incursiones fronterizas de los rebeldes yemeníes y sus ataques con drones iraníes.
NO ES un parón a la convergencia entre el reino saudí e Israel, trabajada desde hace años pero congelada a la espera sempiterna del “momento idóneo”. Arabia Saudí administra con suma cautela su previsible incorporación al “proceso Abraham” (del que ya forman parte los Emiratos, Bahréin y Marruecos). La normalización con Irán no modifica este rumbo, aunque puede crear nuevos recelos en ciertos sectores de Washington.
ES una sorpresa relativa para muchos de los observadores de la política regional, aunque no tanto para la Casa Blanca, que asegura haber estado informado por sus socios saudíes de la marcha de las negociaciones. Se dice que la diplomacia norteamericana nunca creyó mucho en el alcance de esta iniciativa por falta de confianza básica en la conducta de Irán. Abonaba el escepticismo el estado comatoso de las negociaciones sobre el programa nuclear de Irán. El régimen islámico ha alcanzado ya el 88% del enriquecimiento de uranio exigido para la fabricación de la bomba (un 90%). Esta escalada no solamente alerta a Israel. La posibilidad de una respuesta militar nunca ha dejado de estar sobre la mesa. El actual gobierno extremista de Israel a buen seguro presiona en este sentido. Pero Arabia puede haber creído en una vía más fructífera. Ya que no se puede detener la nuclearización de Irán, parecería más conveniente empezar a trabajar en dotarse de capacidad análoga para compensar la posible ventaja estratégica de Teherán. La petromonarquía nunca ha escondido su ambición nuclear.
NO ES un acuerdo a contramarcha de los tiempos. El acuerdo se produce en un momento de incertidumbres internacionales, pero también de oportunidades que podrían revalorizar la estatura de China en la escena internacional, con su discurso sobre el respeto de la autonomía de cada país y el rechazo de la interferencia en asuntos internos. Algo que satisface, sin duda, tanto al absolutismo saudí como a la teocracia iraní.
La guerra de Ucrania se encuentra en fase de estancamiento, lo que hace propicio el terreno de las iniciativas negociadoras, con Pekín como autoproclamado maestro de ceremonias. Por mucho que Occidente haya despreciado la iniciativa de Pekín, Xi Jinping ha conseguido que Zelenski le abra las puertas la semana que viene en Kiev. En estas operaciones el artificio pesa tanto o más que el contenido. Y, además, el presidente chino juega con la baza de ser el único que puede modificar la conducta de Putin.
ES la confirmación de que China tiene la intención de superar la fase mercantilista de su política exterior para asumir responsabilidades políticas y diplomáticas.
ES una muestra más de que Washington ya no lleva la voz cantante en la zona, más por errores y condicionamientos autoimpuestos, como sostiene Stephen Walt, que por carencia de recursos. El petróleo, motor y agente clave de la política regional de Estados Unidos, ya no es tan importante para la economía norteamericana, porque se han generado fuentes alternativas propias y se diseña un futuro energético diferente.
NO ES un cambio radical de los equilibrios estratégicos en la región. La disminución del interés norteamericano en la región no quiere decir indiferencia o desatención. La emergencia de China como potencia activa en la región no supone la marginación de Estados Unidos. Arabia Saudí no ha decidido una sustitución de protectores. No cambia a Washington por Pekín. La seguridad del reino sigue dependiendo masivamente de la colaboración militar con Estados Unidos, como lo acredita la estructura armamentística de la petromonarquía.
ES la confirmación de que China tiene la intención de superar la fase mercantilista de su política exterior para asumir responsabilidades políticas y diplomáticas. La forja de este acuerdo de normalización irano-saudí es resultado lógico de dos importantes logros diplomáticos de Pekín. Primero, el partenariado estratégico suscrito con Irán en 2021, con una vigencia de 25 años). A continuación, el pacto de cooperación con Arabia Saudí, acordado hace dos meses tras un discreto pero eficaz trabajo de maduración. China es ya el principal socio comercial de los saudíes y éstos se afianzan como el principal suministrador de petróleo para la economía china.
NO ES una proyección del poderío chino fuera de su ámbito natural de influencia, que es la región del Pacífico. Quienes amplifican por motivos interesados la denominada “amenaza china” tienen la tentación de exagerar la capacidad de los “mandarines rojos” para consolidar una posición tentacular en el mundo y ponen como prueba de ello sus iniciativas comerciales, financieras y constructoras en el mundo en desarrollo. Ante la todavía endeble maquinaria militar china lejos de su ámbito geográfico de referencia, alertan sobre la penetración económica como principal herramienta de dominación para construir su proyecto de hegemonía mundial.
ES una prueba más de que las potencias medias del G20 (en este caso Arabia Saudí) son cada vez menos subsidiarias de las grandes potencias del G7. China promueve mecanismos de cooperación y concertación regionales, pero se cuida muy mucho de pretender imponer su liderazgo político, lo que resulta muy atractivo para autocracias, dictaduras y teocracias (como los regímenes saudí e iraní). Este estilo contrasta con la retórica de valores y derechos del orden internacional liberal, propagada por Estados Unidos.
NO ES un refuerzo de ese eje del mal, concepto que lleva dominando el relato propagandístico en Washington desde Reagan. La incomodidad de los liberales en Washington con el régimen saudí es perfectamente resistible. Las relaciones bilaterales son a veces antipáticas, pero están bien ancladas en intereses compartidos. El trauma del 11-S dañó la reputación del Reino, debido a nacionalidad saudí de la mayoría de los secuestradores aéreos. El asesinato macabro del periodista opositor Jamal Khasshoggi sacudió la alianza. Biden dijo que convertiría a Arabia en un “estado paria”. Se tragó el sapo y viajó a Riad para escenificar una fase más fría de las relaciones bilaterales. El Príncipe (Rey in pectore) Bin Salman confundió al presidente norteamericano prometiéndole que abogaría por una política de despresurización de los precios del crudo, mientras pactaba otra cosa con Putin, amparado en las dinámicas del mercado. Aunque Suzanne Maloney, vicepresidenta del Instituto Brookings y reputada experta en Irán, considere que este acuerdo con los ayatollahs “es un nueva bofetada de Bin Salman a Biden”, otros analistas son más sanguíneos. Como contó en su día el veterano negociador norteamericano en la zona Aaron David Miller, citando a un jeque del reino, los saudíes han decidido aplicar la poligamia que practican en su vida particular a las relaciones internacionales.
REFERENCIAS
“Saudi-iranian détente is a wake-up call for America”. STEPHEN M. WALT. FOREIGN POLICY, 14 de marzo.
“4 key take-aways from the China-brokered Saudi-iranian deal”. AARON DAVID MILLER. FOREIGN POLICY, 15 de marzo.
“With Saudi-Iran diplomacy, is China pushing the US aside in the Middle East? SIMON HENDERSON. THE HILL, 13 de marzo.
“China brokers Iran-Saudi Arabia détente, raisin eyebrows in Washington”. THE WASHINGTON POST, 10 de marzo.
“Saudi deal with Iran surprises Israel and jolts Netanyahu”. PATRICK KINGSLEY (Corresponsal en Jerusalén). THE NEW YORK TIMES, 10 de marzo.
“China plays Mideast peacemaker in U.S.’s shadow”. ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 12 de marzo.
“Chinese-brokered deal upends Mideast diplomacy and challenges U.S.” PETER BAKER (Corresponsal en la Casa Blanca). THE NEW YORK TIMES, 11 de marzo.