Más sombras que luces. A un año del conflicto bélico entre Rusia y Ucrania, la luz al final del túnel parece más que nunca una ensoñación. La guerra continúa, las pérdidas humanas no cesan y las consecuencias económicas para todos los ciudadanos, en especial, para los europeos, son severas.
La inflación que ya iba en aumento a raíz de la crisis sanitaria generada por la pandemia Covid-19, hoy se ve acentuada por la guerra. La crisis energética derivada del conflicto armado ha provocado un aumento notable de los precios de las energías, de los costes de producción y por ende, de los alimentos. En todo ello, Rusia además de ser el instigador del conflicto con Ucrania, se sirve de esta puesta en escena para jugar un papel geopolíticamente desafiante en lo que concierne el mercado de materias primas.
No se puede olvidar que Rusia, gracias a su programa de desarrollo ganadero y agrícola puesto en marcha a partir de 2014 (como consecuencia colateral de las sanciones impuestas por Occidente debido a la anexión de Crimea), -invirtiendo en éste la suma de 52,000 millones de dólares – se ha convertido en un gran productor de granos a nivel mundial, rivalizando con los europeos en términos geopolíticos al “arrebatar” a Francia, por ejemplo, algunos clientes habituales, como lo eran Egipto, Turquía, Marruecos o Argelia. Una cuestión interesante a la hora de reflexionar sobre el poder que intenta ejercer constantemente Rusia en el ámbito alimentario, baste con observar la obstaculización ejercida sobre la exportación de los granos de Ucrania en pleno conflicto, otro gran exportador. Una arma más por parte de V.Putin para asfixiar a su rival, llegando a negociar en julio de 2022, la posibilidad de exportación de los granos ucranianos. Una negociación articulada por Naciones Unidas y Turquía, que hoy está en seria duda, ya que la fecha de expiración se acerca (marzo 2023) y el conflicto se recrudece.
En medio de todo ello, las tensiones geopolíticas se intensifican. Más allá del apoyo económico y armamentístico por parte de EE.UU. y la Unión Europea a Ucrania, las sanciones de Occidente a Rusia, o el papel de otros actores claves y en aparente neutralidad como India, China o Turquía, lo que realmente es relevante es el movimiento del tablero geopolítico. Una clara rivalidad entre EE.UU. y China subyace con vehemencia, emergiendo dos visiones distintas. Sus rivalidades no se constriñen a aspectos puramente tecnológicos o comerciales, más bien es una contraposición sobre su influencia de poder en el mundo. La aparente supremacía de EE.UU. bajo el estandarte de la democracia parece ya no ser tan atractiva para todos. Rusia encarna una democracia disfrazada, mientras que China se muestra ante el mundo como una opción distinta, que amalgama una economía de mercado con un gobierno comunista. Una opción política que desborda las líneas del comunismo en puridad y que resulta “aceptable” para la comunidad internacional.
No es por tanto de extrañar que las tensiones diplomáticas que giran alrededor del conflicto entre Rusia y Ucrania, se estén protagonizando cada vez más entre China y EE.UU. Las alianzas que ha ido tejiendo China con Rusia han sido particularmente visibles a partir de 2014, cuando la tensión entre Occidente y Rusia comenzó. En 2014 Rusia y China se acercaron más, firmando la construcción de un gasoducto que permitiría alimentar de gas a China, financiado en un 50% por el gigante asiático y que será operativo a partir de este año en curso. Asimismo, al ritmo de la guerra, Rusia y China han anunciado una nueva alianza en septiembre de 2022, acordando la creación del “Fuerza de Siberia 2”, otro gasoducto que partirá de Siberia, atravesará Mongolia, para así suministrar gas a China, primer consumidor de energía del mundo. Un anuncio que claramente fue un abierto desafío a la anulación del Nord Stream 2 (gasoducto entre Rusia y Alemania) suspendido a raíz del conflicto bélico. En esta misma línea, Rusia intenta entrelazar, cada vez más, alianzas con India, otro actor importante, no solo con la posibilidad de suministrar cada vez más gas (posibilidad de un enorme gasoducto que pasaría por Afganistán) sino que Rusia apoya el desarrollo de misiles hipersónicos por parte de la industria militar indú gracias a los contratos que mantiene con Rusia en esta área.
Un año después del estallido de la guerra, el escenario se vislumbra cada vez más incierto
Paralelamente, EE.UU. intenta acercarse cada vez más a India. La Administración Biden exhorta a sus empresas la posibilidad de reorientarse hacia dicho país, mientras que otros países occidentales como Francia han estrechado asimismo sus alianzas diplomáticas con el país asiático. Sin embargo, ni India ni Turquía parecen ceder abiertamente a uno u otro actor. Bien es conocida la buena relación que mantiene el presidente turco R.T. Erdogan con su homólogo ruso, participando en negociaciones diplomáticas y tratando de ser un valioso interlocutor. Esto no ha impedido que Turquía apoye – diciembre 2022- la creación de un gasoducto entre Turkmenistán y la Unión Europea, un proyecto que pasaría por territorio turco. Una clara alternativa que plantea la UE para diversificar sus suministros energéticos y alejarse cada vez más de Rusia.
Un año después del estallido de la guerra, el escenario se vislumbra cada vez más incierto. A diferencia de otros conflictos en el pasado, la escena internacional está muy fragmentada y la comunidad internacional globalizada sufre las consecuencias. Podría cuestionarse si aquellos que defienden la democracia son los que ostentan la vía de la “verdad” per se o bien, si otras formas de poder como la ejercida por China, son alternativas que han llegado para quedarse y figuran como una opción diplomática para todos. Lo que es más evidente, es que los conflictos bélicos presentan desafíos tanto de seguridad como alimentarios. No hay nada peor para los mercados que la incertidumbre, y los vaivenes en los mercados de materias primas son los primeros en verse afectados.
A todo ello, la lucha contra el cambio climático no debería postergarse, según los científicos, en los próximos años habrá países que tengan buenas cosechas y otros no, habrá grandes sequías y otros sufrirán una volatilidad acentuada de precipitaciones. Aspectos que deberían conducir a un mejor diálogo a nivel global, dada la inevitable interdependencia. Pero frente a todo ello, nos enfrentamos a actitudes cada vez más egoístas. India -segundo productor de trigo del mundo- ha decidido en 2022 detener sus exportaciones de trigo debido a una menor cosecha, causando tensiones políticas. Por su parte, Ucrania -habitualmente segundo mayor exportador de cereales del mundo (trigo, cebada, maíz) - está disminuyendo su producción debido a la guerra. Todo ello traerá aún más precariedad alimentaria, inseguridad e incertidumbre, y retraso en la lucha contra el cambio climático.