La CEOE no quiere un pacto de rentas ni verlo porque implicaría un acuerdo salarial que “hundiría la economía”. La docta organización empresarial debe de creer que ni la guerra, ni la inflación anexa a la misma, ni la recesión que asoma las orejas pueden hundir la economía: este desenlace sería fruto exclusivo de un aumento desmedido de los salarios, que han significado a España como uno de los países de la UE donde aquellos han perdido más poder adquisitivo en el año en curso.
Suponemos que la CEOE no ve al país tan exigido como en 1977, cuando recién nacida apoyó los Pactos de la Moncloa. Cierto es que entonces la inflación rozaba el 27% y la economía española estaba en la UCI, pero siguiendo su raciocinio actual no hubieran dado su plácet a la subida salarial del 22% acordada. Recordemos que el tenderete empresarial de la CEOE lo sostenían entonces las grandes empresas asistidas por el Estado, en modo monopolio u oligopolio, y los propios empresarios lucían en su currículum el mérito de los sindicatos verticales franquistas.
En los 45 años pasados, el mundo ha cambiado vertiginosamente y las grandes empresas españolas también: hoy están presentes en los mercados globales y su propio accionariado revela el alcance real de esa mutación. De modo que cuando se habla de un pacto de rentas para tratar de domar a la inflación, a los grandes empresarios les da la risa. Se sienten ufanos de presentar los resultados boyantes de los nueve primeros meses del año (bancos, compañías energéticas,…) y reaccionan como un resorte cuando se apunta a impuestos extraordinarios, contención de los beneficios y/o subidas acompasadas de los salarios. Claro: no me imagino al presidente de Iberdrola, Ignacio Sánchez Galán, comunicándole a Qatar Investment Authority, primer accionista de esta compañía, que le va a recortar los dividendos del ejercicio corriente y venideros. Se entiende así su respuesta amenazante con los tribunales sobre el impuesto que proyecta el Gobierno para estas compañías que marchan viento en popa mientras el común de los ciudadanos navegamos contra corriente en mar bravío. Sánchez Galán llamó tontos a los usuarios de la tarifa regulada de la luz (contribuyentes a sus ganancias), pero Sánchez Galán es un hombre listo, como el Bruto de ‘Julio César’ (Shakespeare) era un hombre honrado, y un hombre listo no puede jugar con las cosas de comer: los más de 3.000 millones € de beneficios de Iberdrola en los tres primeros trimestres del año no son un saldo para jugar al Monopoly.
En la misma tesitura que el presidente de Iberdrola están los que mandan en los principales bancos españoles (el gentilicio es un decir), cuyos primeros accionistas son Black Rock, Capital Research & Managemente Co., Goldman Sachs, Bank of America, y así sucesivamente. Mención especial por su propagación (spread) en España merece Black Rock, Inc., una de las gestoras de activos más grandes del mundo, y Capital Group Companies, una de las tres mayores gestoras de fondos de pensiones.
¿Cómo se va a cortar Repsol, que ha ganado un 66% más en los nueve primeros meses de 2022, al anunciar un aumento de sus dividendos para 2023 y 2024? ¿Cuánto le importará a JP Morgan, su primer accionista, la inflación subyacente en España?
La globalización en su faz más intimidatoria, la revolución digital, el cambio climático, el envejecimiento, el rol creciente de las mujeres,.. invitan a replantear y/o reformular el contrato social
The globalization, stupid (en tiempos de Clinton, se acuñó aquello de “es la economía, estúpido”.
¿Cómo se pueden abrigar esperanzas, en esta globalización sin límites, de que la CEOE suscriba un pacto de rentas, con la circunstancia agravante de que su presidente, Antonio Garamendi, que también es un hombre listo, se halle en precampaña electoral? ¿Pueden estos hombres listos firmar hoy un pacto de rentas?
No puede acabar bien la primera temporada de este thriller patrio. Habrá que ajustar el guión para la segunda, en cuya biblia asoma apretarle las clavijas a los que acumulan beneficios caídos del cielo (windfall profit) e invitarlos a un ejercicio de concienciación para compartir (no se rían) los efectos perversos de la crisis.
La globalización en su faz más intimidatoria, la revolución digital, el cambio climático, el envejecimiento, el rol creciente de las mujeres,.. invitan a replantear y/o reformular el contrato social que supuestamente tenemos suscrito en las sociedades civilizadas.
Un valiosa propuesta digna de consideración tiene la autoría de una señora nada sospechosa de izquierdismo: la baronesa egipcia, de nacionalidad británica, Minouche Shafik, que hoy dirige la London School of Economics, en cuyo curriculum aparecen el FMI, el Banco Mundial, la OCDE, etc., y que ha publicado “Lo que nos debemos unos a otros”, un ensayo de nuevo contrato social.
Shafik esquematiza tres pilares sobre los que articular un nuevo contrato social: seguridad, riesgo compartido y oportunidades. El siguiente párrafo de su puño y letra debería ser lectura obligatoria para los hombres listos: “los riesgos de shocks económicos deben ser compartidos por los empleadores y la sociedad en su conjunto y no ser asumidos únicamente de forma individual”.