Otra guerra lejos. Vuelvo a mi Biblia. Mi Biblia solo tiene una página; el primer capítulo del Génesis. En él me cuenta el autor todo lo que puedo saber de Dios y lo esencial que tengo que saber del hombre, macho y hembra. En él me dice que soy de la estirpe del Creador y que fui creada con la misión de crear, de pasarme la vida creando. ¿Creando qué?
Empezando por crear mi propia vida, las posibilidades son infinitas. Puesto que mi creación debe ser, esencialmente, como la creación del mundo que Dios me dio, un mundo que Dios vio que era bueno, el sentido de mi vida es seguir creando lo bueno; seguir creando el Bien. ¿Y el Mal? Dicen algunas religiones, de las que han creado un dios a imagen y semejanza de sus creadores, que el Mal es el demonio. Al margen de ese invento, dice la razón que el Mal es lo que destruye lo bueno creado para crear algo perverso en su lugar. ¿Quién crea el mal? Yéndonos a los principios de la historia, malvado es quien traiciona a su padre; el peor crimen para los griegos, el peor crimen para los romanos; el crimen contra la pietas, honrar a los progenitores. Siguiendo ese instinto que mueve el sentimiento, tan ligado al instinto de supervivencia, el Mal es el que intenta destruir el mundo creado bueno por el Padre Creador, para crear un mundo malo en su lugar. A quien no tenga fe en ningún ser sobrenatural, la razón puede llevarle a las mismas conclusiones.
Hoy, el mundo sufre a un asesino empeñado en transformar en malo todo lo bueno destruyendo a las criaturas que se oponen a sus designios de destructor. Su maldad le ha llevado a atacar una nación para apropiársela, para destruir cuanto en ella pueda haber de bueno. Y no es la primera nación que intenta destruir. Antes destruyó a su propio pueblo. Para crear, para ser capaz de crear cualquier cosa, el ser humano necesita una facultad esencial; la libertad. Por no meternos aquí en discusiones filosóficas sobre el libre albedrío, simplifiquemos ciñéndonos al concepto de libertad mental. Sin libertad mental se puede copiar; pero sin libertad mental, crear es imposible. Este destructor empezó por minar la libertad de sus compatriotas para forzar su sometimiento a los designios de su voluntad destructiva. Cuando obtuvo el poder suficiente para imponer su voluntad sobre las leyes y la plebe de su país, su ambición obnubiló todas sus facultades lanzándole a la conquista del mundo para someterlo a su albedrío. Así nacieron y crecieron todos los imperios y parece que así quieren seguir naciendo y creciendo. El destructor que hoy amenaza al mundo se llama Vladimir Putin, pero nunca han faltado destructores en la historia de la humanidad.
Hace algunos años, por ejemplo, los españoles se dividieron abiertamente entre buenos y malos. Los buenos aprovecharon la libertad para crear, para ir creando un mundo de libertades y derechos que hasta entonces les habían negado las monarquías. Los malos les atacaron para destruir lo que habían creado. Buenos y malos hubo en ambos bandos ideológicos, pero llevaron al extremo su maldad los que destruyeron vidas para que jamás pudieran volver a crear. Amparados en una ideología, Francisco Franco y su tropa asesinaron a españoles a mansalva con la ayuda de los bombardeos de otros dos destructores, Hitler y Mussolini. Defendían a España, decían; un nombre inerte al que sólo da vida la sangre, la vida de los españoles. Porque el nombre de un país es como cualquier cáscara vacía sin los habitantes que dan a ese nombre categoría de hogar. Franco y su tropa, vencedores de la guerra, siguieron matando después de la victoria; siguieron cortando lenguas y secando plumas hasta destruir por completo la libertad que permitiera a los españoles volver a crear. Los fascistas les redujeron a todos, de vástagos del Creador, a súbditos del Mal entregados, por el miedo, a obedecer y respetar al Mal. ¿Fascista Mussolini, Hitler, Franco? Por supuesto, pero también Stalin y sus predecesores y los destructores que le siguieron. Entonces, ¿qué significa fascismo?
Hoy el fascismo se ha camuflado con tal habilidad que cuesta identificarlo. Por un lado, la palabra fascista se ha reducido a la categoría de insulto vulgar ocultando así sus armas pavorosas. Por el otro, la ignorancia lo ha convertido en definición ideológica exclusiva de las derechas. Pero lo de izquierdas y derechas es una antigualla del siglo XVIII que surgió de la colocación de los representantes de la Asamblea Francesa de la Revolución. En la complejidad política de nuestros días, no sirve. No sirve, desde luego, para identificar el fascismo. Tan fascista es lo que se llama ultraderechas como el comunismo con su lucha de clases y su dictadura del proletariado. No es que los extremos se toquen; es que ambos aparentes extremos de algo distinto son lo mismo. En la realidad dolorosamente comprobada durante el siglo pasado y hasta nuestros días, el fascista no se atiene ni a una ideología ni a un programa determinado. No persigue imponerse, como cree quien lo asocia exclusivamente a las derechas, para defender los privilegios de los privilegiados. Tampoco persigue imponer los derechos de los proletarios como proclama cuando se disfraza de comunismo. El fascista de un bando y de otro solo busca el poder para imponer sus propios privilegios y los privilegios de aquellos que les llevan al poder y les ayudan a conservarlo.
Los catorce puntos con que Umberto Eco desnudó al fascismo, mi Biblia de una página los resume en una sola oración: El fascismo es el Mal. El Mal quiere privar al ser humano de la memoria de su estirpe creadora y se reconoce por utilizar todos los medios a su alcance para privarle de su libertad mental anulando así su capacidad y su voluntad de crear. El fin del Mal es destruir todo lo que vio Dios que era bueno; todo lo que reconoce como bueno la razón.
Hoy el Mal, el fascismo, se yergue como un peligro mayor que el demonio de las supersticiones. La destrucción de Ucrania no saciará el apetito de poder de Putin ni de los oligarcas que deben a su poder las inmensas fortunas que han amasado. Destruida Ucrania, irán a por otra democracia en la que puedan acabar con la libertad; y después de esa, otra y otra. Los pacifistas, en el colmo de la ingenuidad o de otra motivación oculta, predican que a la Rusia de Putin se la debe apaciguar con el diálogo. ¿Mientras la Rusia de Putin va destruyendo la libertad allí donde se lo aconseje su estrategia para seguir destruyendo? Los políticos demócratas con sentido de estado temen defender a Ucrania con sus armas ante la amenaza de una guerra mundial. ¿Mientras la Rusia de Putin va llevando sus guerras de un país a otro como una pandemia peor que la causada por cualquier virus?
El ciudadano corriente, que no ve la necesidad de implicarse en guerras lejanas ni en líos de política que no entiende ni le interesan, sigue su vida diaria planeando diversión y vacaciones para descansar del trabajo, sin sospechar siquiera que la debilidad de su mente le convierte en la diana preferida de los fascistas. O a lo mejor sí lo sospecha o lo sabe. A lo mejor ya le parece bien volver a aquella época gloriosa del Imperio Romano con aquellos espectáculos tan divertidos en que corría la sangre de gladiadores o de tipos luchando con fieras. Hoy eso resulta una exageración y, además, no hace falta porque cosas más truculentas puede disfrutar en la televisión, en su tableta, en su móvil. Mientras el imperio, sea quien sea el emperador, le garantice el pan, ¿para qué va a perder el tiempo tratando de reflexionar sobre la primera página de la Biblia o preguntándole a su razón para qué ha venido a este mundo?