El pasado Día de la Constitución terminé el bosquejo de mi artículo de la semana. Trabajo me dio. Los discursillos de los líderes de las derechas, previos al discurso oficial de Meritxell Batet, me revolvieron las entrañas con la misma fuerza con la que me las revuelve cada día la situación de la democracia en los Estados Unidos que me obligo a seguir en los análisis políticos de la televisión americana por cable. La democracia está en peligro de muerte en el mundo entero, empezando por la infección de extrema derecha que sufre la nación más poderosa del mundo; infección que se extiende por América del Sur y por el este de Europa.
La infección de extrema derecha ha llegado a España y nos amenaza como un virus letal para el alma. Fundé mi artículo en el profundo estudio de Umberto Eco sobre el fascismo de principios del siglo pasado y cómo los tentáculos de Mussolini, que ya asfixiaban a los italianos, apresaron a los españoles y a los alemanes sometiéndoles a diversas variantes de la misma muerte lenta hasta que las armas acabaron con el sufrimiento de millones en la guerra que desataron las extremas derechas para apropiarse del mundo. La repetición de aquella etapa horrenda de la historia deja hoy a muchos analistas políticos de todas partes casi paralizados por el temor.
Con mi artículo de la semana bosquejado y listo para desarrollarlo, sentí que un profundo desánimo me impedía escribir. ¿Desánimo o miedo? En cualquier caso, falta de esperanza, deduje, y la deducción convirtió mi miedo en terror.
La esperanza, estado de ánimo o virtud que nos permite la visión de un futuro en el que ocurrirá lo que hoy anhelamos, es el fundamento imprescindible que sostiene nuestra vida. Dice bien la sabiduría popular que es lo último que se pierde porque al perderla, se pierde la vida misma. De ahí que mi temor a perderla estuviese plenamente justificado. Pero el temor se opone a la esperanza. El alma que sucumbe al miedo cae en la desesperación. ¿Entonces?
Repasando en mi memoria el miedo que hoy revelan la expresión y las palabras de los más prestigiosos analistas políticos americanos, recordé una frase del primer discurso inaugural de Franklin D. Roosevelt que siempre he tenido presente: «A lo único que debemos temer es al miedo mismo». Entonces comprendí que el miedo que me desanimaba era el miedo al miedo, a ese miedo paralizante que desmiente e imposibilita la esperanza. Y ese miedo me tranquilizó.
Las extremas derechas del mundo entero se alimentan y crecen de los desechos que las mentes más débiles van vertiendo en su subconsciente. Allá van rencores, resentimiento, envidia, todo aquello que va cubriendo el alma bajo una capa de lava negra y maloliente que ahoga su humanidad. A ese vertedero acuden las derechas como aves carroñeras.
Como las gaviotas que engañan a las presas con trozos de pan en el pico, las derechas disfrazan su intención depredadora con mentiras antes de ponerse a remover la basura de las almas instigando al odio. Los asaltantes al Capitolio de los Estados Unidos destruyeron, hirieron y mataron convencidos de que les movía un heroísmo patriótico para salvar al país de quienes habían robado las elecciones. Quienes en España se manifiestan con banderas de la dictadura y gritos y actitudes pendencieras creen demostrarse y demostrar a los demás que son los más españoles de todos los españoles. Van por la calle manifestándose contra el aborto legal erigidos en defensores de los fetos quienes no exigen por ningún medio que se resuelva la pobreza de los niños vivos. Se manifiestan y gritan contra la homosexualidad proclamando su rectitud moral quienes esconden bajo la piel sus propios problemas sexuales y sentimentales.
Bajo esta atmósfera de odio y violencia crecen los seguidores de las derechas sustentados con las mentiras de sus líderes. No se dan cuenta de que la mentira mayor de todas sus mentiras es que esos líderes se venden como políticos ofreciendo a sus seguidores y a los que no lo son una imagen falsa, sucia, brutal de lo que es la política que aleja al ciudadano racional de lo que debe ser el gobierno de sus vidas.
Los líderes de las tres derechas en España no son políticos como hace palpable la ausencia de programas políticos en sus discursos. Los líderes de las tres derechas en España son agitadores politiqueros.
Mientras tanto, en medio de esa atmósfera letal para la libertad, para la democracia, para la humanidad de los ciudadanos, los gobiernos democráticos van gobernando, van defendiendo todo lo que las derechas intentan aniquilar. Aquel que consigue descubrir que la verdadera y única intención de los líderes de esas derechas es hacerse con el poder para enriquecer sus egos y sus bolsillos; aquel que se obliga a seguir los trabajos del gobierno para lograr que el país progrese, que con el progreso del país progrese la vida de cada cual; aquel que se sabe ciudadano y exige y espera que como a ciudadano se le trate; aquel es el que puede disfrutar de la riqueza incalculable de la esperanza y convivir con los seres humanos que, como él, luchan por silenciar a los depredadores esperando siempre la victoria de la razón. Mientras los ciudadanos racionales, auténticamente humanos sean mayoría, podemos seguir albergando a la esperanza, confiando en su victoria.