Ese grito le empuja a descubrir la inmensidad de la vida y se mete en un barco rumbo al que entonces, 1927, era el país de todas las promesas; los Estados Unidos de América. ¿Podemos entender a qué se refería el mar con esa llamada brutal? ¿Qué mierda tenemos las personas en la mente que la ciencia sitúa en el cerebro aunque en el cerebro no ha podido encontrarla? El emigrante comparte su vida en el barco hacinado con cientos de personas en tercera clase que viajan con la esperanza de descubrir la inmensidad de la vida. Los ricos que viajan en primera tienen el propósito de seguir disfrutando de esa inmensidad. Pero los unos y los otros tienen algo en común que reduce y reducirá sus vidas para siempre: eso que el grito del mar llama mierda es el dinero.
Esta semana, un Consejo de Ministros Extraordinario aprobó el Anteproyecto de Ley de Presupuestos Generales del Estado. El gobierno reparte el dinero público; los medios disponen de un buen tema para exprimir durante muchos días; la oposición encuentra motivos para pasarse muchos días criticando al gobierno. Seguramente, el tema nos dará tema durante los próximos dos años. Hay en los presupuestos algo que casi todos criticarán, algo que criticarán hasta aquellos a quienes los presupuestos producen una vaga incomodidad aunque desconozcan su causa. Y es que los presupuestos del gobierno de izquierdas hablan de los pobres, de esos que hasta los pobres no quieren ni oír ni hablar.
La escala de la pobreza empieza por abajo con los sintecho. Al sintecho, al que por falta de dinero no puede llamar suyo ni un lugar donde vivir, las cuentas de los políticos le importan un carajo, como le importan un carajo los consejos de las asistentas sociales y la caridad de los caritativos. El sintecho no quiere consejos ni compasión. Carente de todo, solo le interesa el algo que alguien le dé para subsistir. Recuerdo a una sintecho que pasaba el día en un banco de la plaza que estaba frente a mi casa. Un día la saludé. Me miró con cierta sorpresa, pero muy seria, y me espetó: “¿Me compras un cartón de vino?” Preguntaba, pero no pedía. Me gustó su orgullo. A partir de aquel cartón de vino, empezamos a hablar un poco cada día. No quería dinero. Tenía pasión por su soledad, por su libertad; eso era lo único que tenía sin contar todo el tiempo de todos sus días para pensar en lo que le diera la gana. Si el cuerpo le pedía un cartón de vino o un bocadillo, eso le pedía al que se le acercara a darle algo. “Cuando no tienes nada”, me dijo un día, “no tienes nada de qué preocuparte”. A los sintecho no les preocupa la opinión del vecino porque vecinos no tienen y casi nadie les ve. Tampoco les ven los políticos. El sintecho ni produce ni vota. El sintecho vive en un mundo al margen de ese mundo que creó, antes de nuestra era, el primero que tuvo la ocurrencia de sustituir el trueque por el dinero. El primero que, en los comienzos de la civilización, llenó de mierda la cavidad craneal de todos los mortales, en palabras del mar.
En el segundo escalón están los afortunados que viven en chabolas y, un poco más arriba, digamos que en el tercero, los que viven en viviendas sociales de la época en que llamaban así a unos pocos metros cuadrados con un techo encima. Son los pobres. Los pobres tienen la mente tan atiborrada de lo que el mar llama mierda que apenas les queda algún huequecillo para pensar en otra cosa, y si tienen hijos pequeños, puede que ni ese huequecillo les quede. De la mañana a la noche, el pobre con techo no puede pensar en otra cosa que en dinero. Dinero para la compra, para pagar la luz, el gas, si tienen esos lujos; dinero para pagar el alquiler y no quedarse sin techo o para pagar los materiales que necesite para tapar algún agujero, si vive en chabola. Dinero, y si no hay dinero, la asistencia social, la caridad, lo que sea porque sin dinero no se puede vivir; porque desde que el dinero rige la vida de todos, es decir, desde siempre, ni la vida de un ser humano es gratis.
Los gobiernos de izquierdas sí ven a esos pobres. ¿Cómo no van a ver las larguísimas colas en las que centenares de cuerpos vencidos esperan para que les den una bolsa de comida? Los gobiernos de izquierdas se acuerdan de ellos a la hora de montar los presupuestos. Sanidad y educación gratuitas, ayudas para alquileres, ayudas para sobrevivir. ¿Y los políticos de derechas? Los políticos de derechas también pasan por los barrios pobres; ven también esas que se han dado en llamar colas del hambre. Pero en esas colas, en esos barrios, los políticos de derechas no ven personas, ven votos.
Para entender la diferencia entre derechas e izquierdas no hace falta subirse a las nubes de la teoría política. Basta tener la especial sensibilidad que a aquel emigrante italiano le permitió escuchar los gritos del mar. La diferencia entre derechas e izquierdas es básicamente una cuestión de dinero.
Para las derechas, la vida es inmensa en la medida en que son inmensas las empresas, las corporaciones. Tienen por dogma que el dinero llama al dinero y por norma moral, que hay que proteger al dinero porque solo el dinero proporciona prosperidad al país. ¿Los pobres incluidos? Como dice su evangelio parafraseando a Mateo, proteged a los dueños del dinero, y a los demás se les dará por añadidura. Pero los pobres votan y su voto vale igual que el de los ricos; y los votos son dinero. Hay que hacer caso a los pobres. Luego si los políticos de derechas tienen que pasar en campaña electoral por la contrariedad de visitar barrios de pobres, sacrifican su vista y su olfato y pasan y hablan e intentan convencer.
A los pobres se les convence fácilmente porque la mayoría no ha podido estudiar y, además, no leen ni los diarios. Los diarios y los libros valen dinero; el dinero que el pobre necesita para cubrir sus necesidades elementales. Los libros y los diarios no se comen. Para convencer a los pobres hay que darles un poco de diversión con discursos broncos contra el gobierno y prometerles el oro y el moro. Los pobres se creen las promesas fácilmente, engañados por su necesidad de creer cada día en un milagro que les saque de penas, y fácilmente creen cuanto se les diga contra el gobierno porque si el gobierno fuera bueno, ellos no serían pobres. Siguen siendo pobres cuando las derechas llegan al gobierno, más pobres, pobres sin ayudas. Dicen los políticos de derechas que presupuestar el dinero público incluyendo partidas para ayudar a los pobres es comunismo, una doctrina diabólicamente injusta que roba a los ricos lo que les pertenece. Dicen que a un gobernante no le eligen para gestionar sentimientos. La culpa de la pobreza es de los pobres que quieren de todo sin aportar nada; que no cumplen su función en la sociedad que no es otra que trabajar por sueldos que no afecten la riqueza del que les da trabajo. Algunos pobres piensan que a lo mejor esos políticos tienen razón.
El panorama se vuelve más bonito visto desde el escalón siguiente. Allí vive la llamada clase media, los medio pobres porque a ricos no llegan aunque algunos hacen todo lo posible por no caer al escalón de abajo y otros hacen todo lo posible por parecerse a los del escalón de arriba. El grupo es muy heterogéneo, pero todos, todos, como todo el mundo, tienen el cráneo ocupado por la misma mierda universal. Con uno o dos sueldos o los beneficios de un negocio, de una pequeña empresa, los medio pobres tienen sus neveras más o menos bien alimentadas; pagan sus facturas con más o menos agobio; renuevan armario con ropa de más o menos calidad procurando obedecer a los que en cada estación deciden lo que se va a llevar en la estación siguiente. Los medio pobres pueden vivir como medio ricos gracias a las tarjetas de crédito y a los créditos que les ofrecen los ricos a cambio de intereses, como, por ejemplo, coches a plazos; móviles a plazos; electrodomésticos a plazos; viajes a plazos; hasta libros a plazos. El pago de esos plazos y de diversas facturas les obliga a vivir como los pobres; pensando en el dinero de principio a fin de mes, o sea, según las circunstancias, de principio a fin de cada día. Pero esa preocupación es el precio que pagan a gusto por no ser pobres. Además, les ayuda el gobierno, si es de izquierdas.
Los Presupuestos Generales del Estado revelan un interés preferente por esa clase de ciudadanos que no llegan ni a pobres ni a ricos. De ese grupo depende el bienestar y el prestigio de un país. En ese grupo están los que realizan trabajos más especializados, algunos intelectuales; trabajos necesarios para sostener la economía y, gracias a la economía, mantener una sociedad fuerte, bien trabada; o sea, conseguir, gracias a la economía, la paz social. El gobierno de izquierdas aporta a este grupo seguridad mediante sanidad y educación públicas, becas, rebaja de impuestos. Pero para aportar algo a los pobres y a los medio pobres, el gobierno tiene que recaudar dinero. Un gobierno de izquierdas exige y sube impuestos a los ricos para mantener el bienestar de los que no lo son.
La exigencia de que los ricos paguen los impuestos que no pagan y la subida de impuestos que los ricos que pagan deben pagar producen a los políticos de derechas una euforia que se revela en discursos histéricos contra el gobierno. Esas medidas a favor de pobres y medio pobres que esos políticos consideran comunistas estimulan la generosidad por parte de los ricos a la hora de donar dinero para las campañas de los partidos de derechas. Mientras más ayude el gobierno de izquierdas a los ciudadanos que lo necesitan, más ayudan los ricos a los partidos de derechas que los necesitan a ellos para montar espectáculos que sugestionen al personal y conseguir más tiempo en los medios de comunicación y propaganda. Esta última circunstancia es vital para convencer a los medio pobres. A los pobres les basta con los espectáculos. Pero para recabar votos en el nutrido y heterogéneo grupo de los medio pobres hace falta un esfuerzo superior. Hace falta concebir mentiras y repetirlas con absoluta convicción hasta crear dudas y conseguir que esas dudas se conviertan en verdades. El mejor ejemplo de la eficacia del proceso lo ofrece el hecho increíble de que el 70% de los americanos que votaron por Trump sigue creyendo que Trump ganó las elecciones a pesar de que ni una sola prueba ni un solo dato confirman que hubiese fraude electoral.
Y en la cumbre de los escalones, los ricos. De los ricos poco puede decirse que no sepamos. Ayudan, naturalmente, a los políticos que les dejen ganar y gastar sin ninguna interferencia del estado en sus asuntos. Los políticos de derechas no tienen ni que pedirles el voto. Gozosamente se lo dan. La inmensa mayoría de los ricos, sino todos, son lo que eufemísticamente se llama conservadores, siendo los partidos de derechas también conocidos por ese eufemístico adjetivo. Y la familia de los conservadores destaca por su buena relación.
A los ricos, los pobres y los semi pobres los imaginan pensando siempre en mansiones, en yates, en viajes de lujo, pero el mar, con más millones de años de sabiduría, sabe que tienen el cráneo tan lleno de mierda como todos los demás. He seguido y sigo siguiendo por interés político la trayectoria de varios ricos. Entre todos, me confieso admiradora de la familia Vanderbilt. El primer Vanderbilt emigró de Holanda a los Estados Unidos en el siglo XVII. En siglos sucesivos, sus descendientes llegaron a amasar la mayor fortuna del mundo en empresas navieras y de ferrocarriles. En el siglo XX, la familia empezó a arruinarse por diversas circunstancias. Entre ellas, y para mi la más interesante, fue que algunos miembros de la familia, sobre todo las mujeres, se hartaron de tener el cráneo lleno de mierda y empezaron a gastar dinero a mansalva en mansiones magníficas, en obras de arte, en obras filantrópicas. Su cráneo lo llenó su mente, mente prodigiosa como la de Gloria Vanderbilt, artista, escritora, actriz, diseñadora de moda. Su hijo, Anderson Cooper, es uno de mis presentadores y analistas políticos preferidos de la cadena de televisión CNN.
Pero el prodigio Vanderbilt es eso, un prodigio. Y un prodigio no basta para quitar la razón al mar. En el nuevo plan de la ESO, se ofrece la asignatura de Economía y Emprendimiento. El texto del proyecto dice así: “La economía está presente en todos los aspectos de la vida, de ahí la importancia de que el alumnado adquiera conocimientos económicos y financieros que le permitan estar informado y realizar una adecuada gestión de los recursos individuales y colectivos”.
Sí, es de suma importancia que los jóvenes aprendan a gestionar bien la mierda que ocupará sus cráneos toda la vida, porque desde siglos antes de Cristo, el ser humano no ha encontrado otra forma de vivir que pagando su derecho a la vida con conchas de mar y después con monedas y billetes. La única esperanza de contar con auténticos seres humanos que garanticen la supervivencia de la auténtica humanidad es llenar espacios en las mentes de niños y jóvenes con otras cosas para que la mierda no les ocupe toda la cavidad craneal y les convierta en esclavos de la mierda.