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"Lo que la oruga llama 'el fin', el resto del mundo lo llama 'mariposa'."

El terrorismo ha vuelto

El terrorismo ha vuelto

Ayer por la tarde pasé en mi coche por delante del ayuntamiento de mi pueblo. Unos cuantos chicos y chicas estaban en la puerta montando banderas arcoiris,  preparando lo que parecía una manifestación. Me detuve a preguntarles qué pasaba y me informaron de que habría una reunión frente al ayuntamiento para protestar por el asesinato de Samuel Luiz. Decidí asistir. A la hora acordada, empezó a llegar gente, tres o cuatro decenas de vecinos del pueblo, la mayoría jóvenes. Se leyó un manifiesto y una joven leyó en gallego un poema de Rosalía de Castro. Un puñado de gente, unas palabras muy sentidas y luego cada cual a sus asuntos. El terror que intentan instilar los terroristas verbales de las tres derechas no modifica la vida cotidiana de los ciudadanos. Las horas de vigilia de cada cual se llenan con trabajo o estudios y diversión; se llenan con el esfuerzo por vivir o, al menos, por sobrevivir. Son los terroristas verbales los que más tiempo de sus vidas dedican a pensar en el modo de provocar el odio que ha de convertirse en terror; en el modo de conseguir que el odio y el terror muevan las manos en el instante de meter un voto en una urna electoral para que ese voto se sume a los que necesitan los terroristas verbales para engrosar la cartera de sus intereses. 

 


El terrorismo ha vuelto. Las bandas terroristas ya no son los movimientos revolucionarios de los 60 que intentaban cambiar el orden económico y social a base de secuestros y asesinatos. El progreso económico del llamado primer mundo y la popularización de los medios  transformó las aspiraciones de la mayoría. A la mayoría dejó de interesar la lucha de clases. La mayoría pobre dejó de aspirar a un sistema comunista en el que la riqueza se repartiera por igual haciendo a todos los ciudadanos de un país igual de pobres. Gracias a la televisión, los pobres empezaron a vivir con la esperanza de  poderse comprar las cosas que salían en los anuncios, de poder vivir en casas tan bonitas como las que salían en los anuncios, de tener coche y ropa como tenía la gente que salía en los anuncios. En un pasaje de la descacharrante novela de John Kennedy Toole, "La conjura de los necios", un activista chiflado intenta convencer a un negro pobre y analfabeto de que debe luchar por la supresión de la propiedad privada de los medios de producción. El interpelado mira al activista pasmado y al cabo de un silencio le responde: "Yo lo que quiero es una tele". Los movimientos revolucionarios fracasaron por falta de fieles y pareció que con su muerte nos librábamos todos para siempre del terrorismo criminal. Pero de repente, cuando menos lo esperábamos, el terrorismo volvió. 

 

Según el diccionario, se entiende por terrorismo la actuación criminal de bandas organizadas que pretende crear alarma social con fines políticos, y por banda se entiende un grupo de gente que sigue el partido de alguien.  Evidentemente, no se puede calificar de banda criminal a un partido político con representación en las instituciones obtenida por voto popular. Pero tampoco se puede discutir que, en estos momentos, hay partidos en España y en varios países de nuestro entorno que reducen su actuación a crear alarma social para conseguir sus fines. 

 

 

En Madrid, Díaz Ayuso y Almeida ofrecen cada día ejemplos de lo que puede llamarse terrorismo verbal, por llamarlo de alguna manera. De la pandemia tiene la culpa el gobierno de Sánchez, de la falta de vacunas, también; también del empeoramiento de la situación sanitaria y económica que causa el virus; también de todo lo negativo que pueda ocurrirle a todos los que viven  bajo el cielo de Madrid. Sánchez es inepto, irresponsable; inepto e irresponsable es todo su gobierno, lo que, bajo la gravísima situación de una epidemia que puede ser sanitaria y económicamente mortal, está teniendo consecuencias terroríficas para toda la población. Mientras tanto, Díaz Ayuso y Almeida posan ante cámaras y sueltan sus terribles augurios ante micrófonos,  seguros de que la mayoría de la población está compuesta por pusilánimes, seguros de que su terrorismo verbal penetrará en los cerebros de los pusilánimes; seguros de que esos pusilánimes tienen el cerebro encogido  por el terror que les han instilado con sus palabras y que a la hora de votar, votarán por los buenos que les han advertido del peligro aterrador de votar por los malos. Eso no será criminal, pero es terrorismo. ¿Y los analistas políticos que se devanan los sesos tratando de explicar por qué el partido de Ayuso y de Almeida ganó en Madrid y concluyen sus cavilaciones culpando a Sánchez? Terroristas también porque el efecto sobre los cerebros de quienes les escuchan es el mismo.   

 

Pero Díaz Ayuso y Almeida solo son parte de una camarilla dentro de una banda grande y organizada. El PP, con Pablo Casado a la cabeza, depende del terror, de su capacidad de aterrorizar a millones para evitar la bancarrota económica y moral de su partido. Casado no persigue fines políticos; no persigue el triunfo de una ideología bien trabada que inspire un programa de gobierno. Casado sabe que le pusieron donde está para recuperar el poder y que no tiene más arma para recuperarlo que instilar en los ciudadanos el terror al contrario. 

 

El terrorismo de Díaz Ayuso y Almeida es un terrorismo provinciano. El de Casado es de proporciones internacionales que le llevan a rozar la traición a su país. Con un partido acosado por decenas de causas judiciales por corrupción, Casado ha tenido que exportar su terror hasta el mismo seno de la Unión Europea intentando convencer a dirigentes y parlamentarios de que Pedro Sánchez es un peligro, no solo para España, sino para Europa entera. Los ataques de Casado contra Sánchez no conocen límites ni contención. Le da igual que las hemerotecas le desmientan. Le da igual desmentirse a sí mismo contradiciendo sus propias mentiras. Sabe que el terrorismo verbal produce más efecto que la más aterradora escena de una película de terror porque ante sí tiene cada día, y seguramente cada noche, a Abascal con su Vox, el rey del terrorismo que, al robarle votos al PP, tiene a Casado al borde del pánico. 

 

Abascal y su banda, cada vez más grande y organizada, han conseguido conmover las fibras más sensibles de los trastornados que solo soportan sus problemas existenciales y mentales segregando odio. Ofreciendo a los fracasados enfermos de odio a migrantes y homosexuales como chivos expiatorios de sus fracasos, Abascal y los suyos obtienen de sus súbditos ideológicos el mismo agradecimiento que obtenían los emperadores romanos cuando ofrecían a los suyos  gladiadores matándose a golpes de espada hasta que a uno de ellos ya no le quedaba más sangre que verter. Hoy, eso es terrorismo. El terrorismo verbal que incendia lo peor de la persona y empuja a algunos a lanzar una granada a una casa de acogida de los que llaman "menas" o a matar a golpes a un joven que consideran maricón. 

 

 

Terrorismo sin paliativos, como el terrorismo de los fieles de QAnon que han convencido a millones de que los demócratas son caníbales pedófilos que quieren controlar el mundo. Como los que han conseguido aumentar la incidencia de enfermos de la Covid en Estados Unidos convenciendo a millones de que no se vacunen porque con las vacunas inyectan un chip microscópico para controlar los cerebros. Como Donald Trump, que repitiendo la gran mentira de que los demócratas le robaron las elecciones, está a punto de destruir la democracia más antigua y sólida del mundo contemporáneo.

 

El terrorismo ha vuelto protegido por una judicatura que también ha caído víctima del terror. 

 

Todos, en todos los estratos de la sociedad, han sucumbido al terror de perder o poder o empleo o sueldo.  Todos son susceptibles a ser víctimas del terrorismo verbal de quienes se proclaman vencedores de todos los peligros. ¿Tiene esto remedio o estamos abocados a perder libertad y derechos en manos de los dictadores del terrorismo verbal? Ayer, frente al ayuntamiento de mi pueblo, vi a unos jóvenes llorando por un chico que no conocían y comprometerse a luchar contra el terrorismo sin dar un paso atrás. En su compromiso, en su valor, está nuestro futuro, el futuro de todos.

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