Un infierno en plena pandemia. Eso fue lo que se encontraron una decena de mujeres al llegar a La Dama, el piso tutelado por la Fundación Diagrama en Elche. “La casa no tenía las condiciones mínimas de habitabilidad, hasta tuvimos que limpiar la suciedad de la obra. El equipo profesional no estaba preparado, las quince educadoras no sabían tratarnos como mujeres víctimas e incluso teníamos que preparar nosotras la comida para ellas”, dice Juliana López (nombre ficticio), una de las mujeres afectadas que lo denuncia en nombre de todas. “Hubo desde discriminación hasta maltrato psicológico. No había ninguna organización. Una de las trabajadoras sociales nos llegó a decir que a ella no le gusta el trabajo y que solo lo hacía por el dinero. Además, las educadoras iban por la casa sin mascarilla o no se limpiaban los zapatos al llegar de la calle. Por llamarles la atención me decían que era una paranoica, que exageraba”, añade.
La entidad, preguntada por este medio, se negó a hacer declaraciones al respecto. Nos instó a que cualquier duda se la hiciéramos llegar “a la Generalitat como responsable de otorgar la gestión del recurso”.
Un sinfín de agravios en el marco del maltrato institucional. Eso es lo que relata Juliana López, quien buscando un lugar del que guarecerse del terrorismo machista de su pareja, así como del infierno de ser prostituida, se encontró hace unos meses. Ahora, con la valentía de quien ha juntado los pedazos de su vida como ha podido, quiere denunciar lo vivido. “En medio de la covid y con una orden de alejamiento no tuve otra alternativa que ir allí. Tras estar en un centro en Valencia, donde el tiempo máximo de estancia era de dos semanas, me derivaron al piso de Elche. Se suponía que estaría bien. Era una casa recién inaugurada y regentada por la Fundación Diagrama”, explica.
La revictimización constante
Lo que allí se encontró fue “una auténtica pesadilla”. Una congoja, que cuenta a los cuatro vientos, porque la casa, tras la nefasta gestión de Diagrama fue clausurada por la Dirección General del Instituto Valenciano de las Mujeres y por la Igualdad de Género, y volverá a estar en funcionamiento en breve con parte de esa plantilla. “No quiero que ninguna mujer tenga que pasar de nuevo por lo que tuvimos que pasar nosotras”, añade la superviviente.
Un cierre que Paqui Gadea Nadal, jefa de la Sección de Servicios Sociales del Ayuntamiento de Elche, fue excusado por la Asociación Diagrama bajo otras razones. “Nos dijeron que se cerraba por no haber podido llegar a un acuerdo con el dueño del inmueble, pero que en cuanto se reabriera nos lo dirían de nuevo ya que era un recurso que, junto a otros que tenemos, es de utilidad pública”, explica.
Además, Gadea añade que cuando Diagrama se reunió con el Consistorio para contarles del nuevo piso, le sorprendió “la falta de manejo en el tema y de información sobre recursos. Nos pusimos como Ayuntamiento a su disposición en lo que hiciera falta. Sin embargo, en ningún momento se pusieron en contacto con nosotras”.
También cuenta que las veces que quiso ir a visitar la casa siempre se le daba alguna razón para que no fuese. “Cuando estábamos en pleno covid tenía interés en ir por conocer cómo estaban esas mujeres. Si siempre necesitan mucha atención todas las mujeres en esa situación aún la requieren más. Me dijeron que la visita no era posible por la pandemia”, añade.
La casa de los horrores
“Llegué a la casa después de haber sido prostituida y de haber sido agredida por mi expareja. Tenía dos costillas rotas y una orden de alejamiento. No tenía dinero, ni nada más. Conmigo venía otra mujer cuyo cuerpo estaba completamente amoratado ya que su pareja la había golpeado con un palo de beisbol. No había un centímetro de su cuerpo que no estuviera tocado”, explica López. “La casa no estaba lista, la suciedad de la obra la hacía inhabitable, pero tal y como veníamos, pensamos que cualquier cosa era mejor que nada”.
López destaca que no solo era el edificio lo que no estaba listo. “Lo peor es que no había personal adecuado ni formado. Sin atención psicológica, sin tener en cuenta que casi todas las mujeres que llegaban eran extranjeras y ni siquiera entendían el idioma, la situación era horrible”. Por ello llamó a Médicos del Mundo. “Quería saber para si esto era normal y me dijeron que no. Tras nuestras quejas contrataron a 15 educadoras para los diferentes turnos. Pero fue peor. No estaban formadas ni capacitadas para atender a mujeres que estábamos más que rotas y más en una situación como la pandemia”, añade.
Según la denunciante a esta situación se situaba la de la pasividad más absoluta. “Estábamos todo el día encerradas en casa, sin hacer nada. Con un calor horrible ya que no había ni ventiladores. Cuando conseguí hacerme con uno pequeñito todas nos reuníamos alrededor de él para no sudar. Nos levantábamos a las siete de la mañana y no había nada que hacer. La casa tenía dos plantas estábamos seis arriba con una niña y abajo cuatro más y a la entrada las oficinas de la asociación”.
Después de varias quejas y de decir que esa niña de 7 años (cuya madre no hablaba español y tenía una discapacidad auditiva) no podía estar sin ayuda, contrataron a una psicóloga infantil y una de adultos. “No hicieron con ella ninguna terapia. Solo la pusieron durante los dos meses que estuve allí la película de Frozen en un ordenador. A nosotras nos ponían a dibujar un árbol. Tampoco fueron capaces de preguntarle a una niña que cada día se levantaba con pesadillas cómo estaba o preocuparse por la anemia que cogió y la falta de peso que tenía. Perdió cinco kilos la pobre”.
Y es que según relata Juliana, la compra grande del mes venía hecha. “El menú no era equilibrado. Todo era congelado. La única carne que comíamos era pollo. Había otras cosas que no nos dejaban coger”. Ante tal situación, la madre de la niña optó por comprar comida fuera. “El personal nos hacía sentir mal si comprábamos comida fuera y nos decían que no se podía. Además, las pocas cosas que había de cierto valor como la pasta de dientes o algún producto de belleza, se los quedaban ellas y no nos llegaban”.
La superviviente también denuncia que eran usadas “como cocineras” para el personal de Diagrama. “Les hacíamos la comida a todo el equipo”. Esto implicaba que “por norma cuando no cocinas para ti sino para grupos de gente hay que sacarse el carnet de manipuladora. Para que nos los dieran se sentaban al lado de las mujeres, que ni hablaban español o lo entendían algo, diciéndoles las respuestas. Les decía. Te doy la respuesta. Pon aquí una una “A”… Así si había alguna inspección estaba todo controlado”.
Insensibles hasta con el suicidio
El rosario de maltrato institucional es tal que Juliana relata la insensibilidad del equipo de Diagrama ante dos situaciones de intento de suicidio. “El primero fue el de una mujer pakistaní que ni hablaba español, solo inglés, y que estuvo encerrada en su habitación días. Yo le dije a una de las trabajadoras, que no era normal, que le pasaba algo y que fueran a comprobar. Insistí varias veces que, seguro que se habían encerrado para cortarse las venas, y me respondieron que me quedara callada y tranquila, que no era para tanto, que estaría tranquilamente en su habitación. Cosa que al final no hice. Cuando fui y logré abrir la puerta, me la encontré tirada en la cama y con cortes. Como no eran profundos, llamaron a los paramédicos para que la curaran allí mismo. No convenía que ninguna de nosotras fuera al hospital para que así no se supiese nada”, recuerda entre sollozos.
El segundo intento de suicidio, que afortunadamente tampoco tuvo éxito, fue presenciado por todas las mujeres. “Una compañera marroquí con ataques epilépticos discutió con otra mujer ucraniana y las educadoras, en lugar de apartar y tranquilizar a ambas, empezaron a gritar. La mujer quería lanzarse por la ventana. Sus gritos se escuchaban por la calle. Justo me había bajado a la calle para fumar y veía cómo la gente al pasar miraba y escuchaba todo. Después de esto la coordinadora nos mandó a dormir ya que según ella no ha había pasado nada. ¡Venga, todas a dormir que se acabó el problema! Mañana es un nuevo día, nos dijo. ¿Así se trata a una mujer que se quería suicidar y al resto que vivimos aquello?”, se pregunta. “A ninguna nos preguntaron después cómo nos sentíamos tras haber presenciado ambos intentos de suicidio o nos trataron para que no nos quedaran secuelas psicológicas”.
En cuanto a las pocas sesiones de terapia que tuvieron Juliana denuncia que se hacían “dentro de la habitación, pero la gente se enteraba igual de lo que se hablaba. Allí todo se oía. Además, en la sobremesa el personal se reía de asuntos que habías tratado en terapia. Si yo ese día había hablado de mi menopausia se acaban riendo de ello en la mesa con la educadora”, describe.
Después de un ingreso en el hospital, al que llevaron a Juliana tras un día entero sintiéndose a morir, con una tensión de 14 y rogando atención y cariño a las cuidadoras, pidió el alta voluntaria de la casa. Estuvo en la casa del 11 de mayo al 20 de julio. “Tenía que salir de allí porque si no me iban a matar. No trataban a ninguna mujer bien. Yo salí de allí con problemas serios de salud. Tuve que hacer una colonoscopia, estoy esperando ahora una endoscopia, todo por la alimentación y pastillas, me sale sangre en las heces y se está investigando para saber lo que tengo desde agosto. Nos trataban peor que a los perros”, subraya.
Expulsiones irregulares
“Nos trataban mal, nos querían destruir una por una. Quisieron echar a las que les dábamos problemas y no callábamos como a la madre con discapacidad y su hija. Le dijeron que ella y su hija pequeña no podían seguir en el centro y se tuvo que ir. A otra compañera le hicieron igual y otra la echaron por llegar tarde, éramos tratadas como niñas. A otra migrante muy joven la quisieron echar argumentando que como había trabajado un mes como camarera ya podía mantenerse sola. La presionaron hasta tal punto, diciéndola que preparase las maletes que tenia que irse que le provocaron un ataque de pánico por el que acabó en el hospital. A su vuelta la chica se armó de valor y amenazó con llamar a la Policía si la echaban. Gracias a eso consiguió que la llevasen a otro centro. Allí ha descubierto que parte del equipo de la casa de Elche había trabajado allí y que les habían echado por incompetencia”.
Estas expulsiones constituyen una infracción ya que, según la Orden de 17 febrero de 2003, de la Conselleria de Bienestar Social, en la Comunidad Valenciana, la mujer que entra en una vivienda tutelada por violencia de género, tiene derecho a seis meses de estancia prorrogables a otros seis en caso de no haber logrado mejorar su situación.
Consultada al respecto Modes Salazar, jefa de la Unidad de Violencia sobre la Mujer de la subdelegación del Gobierno, responde que “desconocía esta tremenda situación, pero que, sin lugar a dudas, el mensaje que puedo dar es que los recursos tienen que proteger a mujeres tan vulnerables, han de usarse de forma profesional. No podemos permitir que esto pase de nuevo”.
De ese grupo de mujeres, algunas siguen en contacto “viviendo cerquita” o por WhatsApp. “Las que no hemos salido peor continuamos teniendo relación”. Ahora Juliana ha conseguido una habitación en Alicante por 250 euros. “Lucho por seguir adelante pero no quiero que todo este maltrato siga debajo de la alfombra y menos ahora que sé que el piso vuelve a abrir y que en su día se cerró por el estado caótico en el que estaba. Tengo más problemas y menos fuerzas, pero mi denuncia es porque las mujeres no podemos ser tratadas y echadas así”, finaliza.
Nuria Coronado Sopeña es periodista, conferenciante y formadora en comunicación no sexista. Además es autora de Mujeres de Frente y Hombres por la Igualdad (Editorial LoQueNoExiste); Comunicar en Igualdad (ICI), documentalista de Amelia, historia de una lucha (Serendipia) y Premio Atenea 2021 @NuriaCSopena