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"Lo que la oruga llama 'el fin', el resto del mundo lo llama 'mariposa'."

Deuda argentina, un nuevo tango en Madrid

Deuda argentina, un nuevo tango en Madrid

El presidente argentino Alberto Fernández encabeza estos días una gira por Europa con el declarado y público objetivo de encontrar apoyo para las dos grandes renegociaciones de deuda que el país debe encarar tanto con el Fondo Monetario Internacional como con el Club de París. En menos de una semana, Fernández se reunirá con el presidente español Pedro Sánchez en el Palacio de la Moncloa, con el presidente frances Emmanuel Macron en París, con el Papa Francisco en el Vaticano y con el presidente del Consejo de Ministros de Italia, Mario Draghi en Roma.


Actualmente, la Argentina enfrenta un vencimiento con el Club de París de 1.900 millones de dólares más intereses por 400 millones de dólares, surgidos de aplicar una tasa del 9 por ciento (sí, del 9 por ciento), cuando las tasas internacionales son casi negativas, en el marco de la crisis sanitaria, económica y social global. 

El Club de París —que integran 22 países, la mayoría europeos, incluida España— se creó en 1956 para enmarcar una negociación entre la Argentina y un grupo de países y empresas acreedoras. Con los años, el Club creció tanto en el número de miembros como en el deudores que continuaron sentándose a negociar y renegociar préstamos, deudas e intereses, con los criterios aplicados por la lógica de los organismos financieros internacionales que han tocado la misma melodía desde el Consenso de Washington en adelante.

La historia, entonces, vuelve a enfrentar a dos representantes de un modelo agotado, como dos bailarines de tango aburridos de dar vueltas en círculo al compás de la misma partitura. Por un lado, un organismo financiero internacional que busca cobrar una deuda pactada sobre una tasa usurera y, por el otro, un país como la Argentina, rico en recursos naturales, pero atrapado en cíclicas crisis de deuda y en un estancamiento crónico que lo que ha convertido en un defaulteador serial.

Y, como en el tango, cuyas letras se caracterizan por la nostalgia y la melancolía, la tragedia económica argentina es el poster child de un modelo obsoleto: ¿cómo puede ser que los países desarrollados les cobren a los países no desarrollados y con altos niveles de pobreza, tasas tan usureras y en plena pandemia? ¿Dónde está el acuerdo climático que tanto defiende Macron? ¿Dónde está la inclusión de la que habla la directora del FMI, Georgelina Kristeva? ¿Dónde está el Gran Reinicio del presidente Joe Biden? 

Un enfoque disruptivo e innovador para plantear esta discusión implicaría cambiar el paradigma de “país desarrollado-país emergente” y pensar en términos de aportes y consumos, entendiendo que la agenda ambiental permite negociar los “créditos” y las “deudas” desde la perspectiva de la política climática o de biodiversidad.

Desde esta óptica, la Argentina podría convertirse en un caso piloto de éxito, ya que cuenta con un superávit ecológico, a diferencia de sus acreedores financieros en el Club de París, que incluyen a Alemania, Japón, España, Italia, Holanda, Estados Unidos, Suiza y Francia, todos con déficit ecológico.

Bajo estas premisas, la Argentina tiene una oportunidad de plantear un esquema nuevo de negociación de sus deudas con los países desarrollados: ¿qué pasaría si el país propone una compensación ambiental en la cual, en lugar de pagar una deuda recurrente e insostenible, se comprometiera a utilizar esos recursos para, por ejemplo, resguardar y proteger las cuantiosas reservas marinas del Atlántico Sur, hoy objeto de depredación y contrabando por flotas pesqueras internacionales? o ¿qué ocurriría si la Argentina recibiera fondos internacionales para, en lugar de repagar intereses usureros, conservar el Gran Chaco Americano, el segundo ecosistema boscoso más importante de América Latina después del Amazonas, que comparte con Bolivia y Paraguay? o ¿qué sucedería si Argentina promoviera proyectos de energías renovables aprovechando sus vientos patagónicos y las excepcionales condiciones de radiación solar en la Cordillera de los Andes o adaptara su know how consolidado en la generación de gas natural comprimido a la producción de hidrógeno?

Más allá de razones éticas, humanitarias y morales, tan sólo el negocio de evitar la próxima pandemia resultaría financieramente más barato que atenderla, porque conservar la biodiversidad y afrontar la deuda climática costaría 2 billones de dólares anuales, equivalente al 2 por ciento del PBI Global, mientras que lo invertido hasta ahora para atender la crisis del COVID-19 fue del 15 por ciento del PBI Global, unos 12 billones de dólares.

La Argentina, entonces, como representante y ejemplo de la situación que atraviesan países de ingresos medio y medio bajo fuertemente endeudados, empobrecidos y agobiados por la pandemia, sería un caso testigo para dejar atrás el enfoque dominante de las renegociaciones de deuda e incluir en la ecuación aportes no valorizados, cuantificables y objetivos como su performance ambiental.

La renegociación entre la Argentina y el Club de París puede y debe ser un punto de quiebre en la lógica inconducente —a juzgar por sus resultados— en la que se han planteado los préstamos de países desarrollados a países no desarrollados. Y España, por sus vínculos culturales e históricos con la nación sudamericana, tiene la oportunidad de liderar e impulsar un cambio profundo en el enfoque con el que se han venido manejando hasta ahora los organismos financieros internacionales.

De este modo, España y la Argentina podrían demostrarle al mundo que, sobre la base de una negociación verdaderamente innovadora y creativa, es posible cambiar la melodía, dejar atrás el Último Tango en París y pensar en bailar un nuevo tango en Madrid. Esta vez, inclusivo, verde y consensuado.

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