El próximo domingo, la ciudadanía de Catalunya se la juega. Se juega seguir dando vueltas en la rueda indefinidamente o empezar de nuevo a andar por la senda de la sensatez, camino de un futuro próspero. Se juega terminar con los recortes, con las listas de espera sanitarias y de dependencia interminables, con la desinversión en educación, con la pobreza infantil. Catalunya se juega mucho el 14F y solo Salvador Illa es capaz de hacer que vuelva a ser lo que un día fue.
La última década ha sido devastadora en Catalunya. No es una apreciación de parte, es la constatación empírica de que aquella comunidad en otros tiempos admirada y hasta envidiada por su modernidad, por ser vanguardista, puntera e innovadora en muchos aspectos, ese territorio al noreste de la península ibérica crisol de culturas, tolerante y hospitalaria, no es ya ni sombra de lo que fue.
El relato fácil del “Madrid nos roba”, de la confrontación con el resto de España, ese posicionamiento del “procés” que caló sobremanera en un sector de la sociedad catalana no consiguió sino partirla en dos mitades, enfrentarla y dividirla. Hicieron el resto las políticas neoliberales de los herederos del pujolismo apoyados por la pretendida izquierda independentista y aun por los antisistema, cachorros de la burguesía catalana que no tuvieron reparo alguno en escoger a Puigdemont como cabeza visible de su Iglesia cuando Mas ya no les resultó útil. Y, de esos polvos, estos lodos.
El barrizal que ha montado el independentismo es de órdago y está perjudicando a toda la sociedad catalana, pero muy especialmente a los que menos tienen. Catalunya está a la cola en inversión en educación, en sanidad y en dependencia. Y a la cabeza de todas las comunidades si medimos la longitud de las listas de espera. Ha perdido uno de cada cinco euros de inversión social desde 2009, está en el último puesto en gasto por habitante en Sanidad, cuando hace una década era la tercera comunidad que más inversión social tenía, y es la penúltima en educación. Un auténtico desastre que solo se explica por la incapacidad y por la inacción del Govern de la Generalitat, que en lugar de gobernar se ha dedicado solo y exclusivamente a gesticular, a lamentarse y a lanzar falsas promesas al viento.
Por si todo eso fuese poco, el coste de oportunidad es incalculable. Son muchas las inversiones perdidas y el capital y las empresas que han huido literalmente a otros territorios de España, en busca de mayor seguridad y sosiego. Baste recordar cómo voló la sede de la Agencia Europea del Medicamento que, en otro contexto político más estable, a buen seguro se hubiese asentado en Barcelona.
No nos podemos permitir más retrocesos. Tenemos que recuperar Catalunya, poder mirar al futuro con esperanza y resurgir cual ave fénix de las cenizas de una década a todas luces perdida. No es tarde, pero podría serlo a menos que el domingo la mayoría de los catalanes y catalanas elijan al único candidato capaz de enderezar el rumbo de los acontecimientos. La sociedad catalana está cansada, acusa fatiga de materiales. Hace ya demasiado tiempo que Junts per Catalunya y ERC nos llevan a la deriva mientras PP, Ciudadanos y ahora también Vox se limitan a contribuir a la ceremonia de la confusión y al lío, sin aportar solución alguna.
El 14F no vale quedarse en casa porque si los llamados a votar no lo hacen, nada cambiará. No es cierto que no sea seguro votar, tampoco que todos los partidos ni todos los políticos sean iguales. Salvador Illa ha demostrado en su difícil paso por el ministerio de Sanidad en tiempos de pandemia - y especialmente para quienes no lo conocían- su entereza, su buen hacer y su honestidad. Se presenta con un programa ambicioso a la par que realista, con propuestas para sacar a Catalunya de su letargo fatal. Es la hora del cambio. Es la hora del President Illa.
Lidia Guinart es periodista y escritora. Actualmente es diputada del Grupo Parlamentario Socialista en el Congreso de los Diputados.