Cada palo que aguante su vela. Hay playas que están tan a rebosar como sus hospitales, restaurantes con colas, como las que hacen las ambulancias y coches fúnebres a la puerta de los hospitales donde no cabe un ingreso más, y aún así paseas por el centro de algunas ciudades, y desde fuera ves que los restaurantes están a rebosar. Estamos atravesando la crisis sanitaria más importante en los últimos 100 años pero me temo que todavía existen personas que no han interiorizado la verdadera gravedad del problema. Nuestra salvación somos nosotros mismos y la vacuna y Europa debería de dar un puñetazo en la mesa y exigir que se cumplan los contratos.
No solo nos estamos jugando el colapso asistencial sanitario y económico de nuestra sociedad, estas son solo dos consecuencias derivadas de los efectos negativos del avance del covid19, sino y a riesgo de parecer un mal agorero, nos estamos jugando nuestra supervivencia como especie. Mido bien mis palabras, no quiero significar que vayamos a desaparecer de golpe, es decir en un periodo de tiempo relativamente corto comparado con la antigüedad total de nuestro planeta Tierra. La extinción de especies es el proceso por el que desaparecen todos los miembros de una especie o grupo de seres vivos. En general, es un proceso natural de la evolución generado, a veces, por una causa inesperada y puntual, por ejemplo la caída de un meteorito que se suele denominar como “evento ligado a la extinción” o, también, por una pandemia causada por un virus como el SARS-Cov-2, entre otros factores. A veces también las especies se extinguen poco a poco por no poderse adaptar al ritmo necesario a los cambios experimentados por su hábitat.
En nuestro caso creo que corremos un riesgo real como especie y no solo por factores únicamente de salud pública, sino por el colapso de nuestro sistema económico basado en la globalización de la economía. Los humanos somos gregarios, tenemos tendencia a seguir a la manada, para bien y para mal, nos gusta interactuar en grupo, que es justo lo que hay que evitar cuando el virus que no está matando se transmite tan fácilmente.
Todas las medidas que han adoptado los gobiernos de los países a nivel internacional y nuestras Comunidades Autónomas en España, han ido encaminadas a reducir nuestra movilidad de forma que no colapse nuestro sistema económico. No hace falta ser una analista profesional para ser consciente de las consecuencias negativas que tendría el colapso de la economía: anarquía, caos, desabastecimiento, algaradas, hambrunas, enfermedades, epidemias, guerras etc., es decir, tanto o más, sufrimiento y muertes, que las ocasionadas por la propia enfermedad.
Obviamente, creo que pocos, salvo algún irredento negacionista, no estarán de acuerdo en afirmar que la solución para erradicar esta pandemia es la vacunación masiva. Esas tan, actualmente, deseadas vacunas, y de las que hasta hace muy poco tiempo gran parte de la población no se fiaba. Hemos pasado de no querer vacunarnos los primeros, o directamente de no querer vacunarnos, a “colarnos” para acceder cuanto antes a ese remedio que tantos negaban. La picaresca es parte de nuestra idiosincrasia por mucho que a mí no me guste.
Sabemos que las vacunas son la solución, nos consta que son empresas multinacionales privadas las que han desarrollado y están produciendo los miles de millones de dosis que necesita la humanidad para adquirir la llamada inmunidad de rebaño y poder volver a una cierta normalidad en nuestras vidas. Como siempre, no engaño a nadie, me hubiera gustado que el sector público a nivel mundial hubiera tenido un papel más estratégico en el desarrollo y producción de los viales. No ha sido así, es lo que tiene cuando los Estados no tienen control sobre empresas oligopolistas en sectores estratégicos de la economía como es el caso que nos ocupa. Pero no olvidemos que se han inyectado miles de millones de euros procedentes del sector público a las empresas farmacéuticas para que desarrollen vacunas seguras y efectivas en tiempo record. Y sin embargo, algunos parece que lo descubren ahora, estas multinacionales priorizan, otra vez, la maximización de sus resultados empresariales a cualquier otro factor. Es decir, para los dirigentes de estas sociedades, la vacuna no es la solución para parar la pandemia y salvar millones de vidas, no, para ellos simplemente es un producto escaso con el que poder especular en unos mercados en los que la demanda es muy superior a la oferta. Y en eso están, tensando la cuerda para poder conseguir más beneficios.
Les hemos facilitado la financiación, solo la Unión Europea les ha transferido casi 3000 millones de Euros, y a cambio estas empresas, nos están imponiendo sus condiciones leoninas sin cumplir con los contratos firmados. Nada nuevo bajo el sol, las farmacéuticas se unen a los bancos, a las eléctricas, a las empresas tecnológicas, a las multinacionales logísticas etc.
En este momento la UE debería pegar un puñetazo en la mesa. Existen herramientas: nacionalizaciones temporales, requisición de la producción en caso excepcionales, liberalización de patentes para que estas vacunas se pudieran producir como principios activos genéricos en cualquier empresa, sobre todo las ubicadas en el tercer mundo, y seguro que se podrían tomar más medidas aún.
La vacuna tiene que ser accesible a un precio razonable en cualquier país, sea rico o pobre. No pararemos esta enfermedad vacunando solo a la población de los países más avanzados.
Por otro lado, y esto nos afecta a nosotros como personas, esto sí que depende de nosotros mismos para luchar contra este mortal coroanavirus, yo siempre he defendido y sigo haciéndolo, que entre tener que elegir entre la bolsa o la vida no cabe ninguna duda que primero hay que proteger la salud y la vida de las personas, sin personas no hay economía que salvar. Pero por desgracia, el virus sigue extendiéndose, las medidas restrictivas a la movilidad solo son eficaces si las cumplimos a rajatabla, sin excepciones, dejémonos ya de excusas, es cuestión de nuestra responsabilidad individual como ciudadanos el cumplirlas. Y ahora sé que un confinamiento domiciliario estricto como el que tuvimos que padecer a partir del 14 de marzo del 2020 doblegaría la famosa curva en esta tercera ola, pero las consecuencias incluso para la vida de muchas personas, derivadas del colapso económico (sería, sobre todo en España, la puntilla para una economía española ya agonizante) generadas por esta medida serían incalculables a medio y largo plazo. Afortunadamente para mí, no soy yo el que tiene que tomar este tipo de decisiones, pero aún así creo que todos los y las ciudadanas tenemos que evitar, cumpliendo al 100 por 100 todas las medidas antipandemia, el que se nos vuelva a confinar en nuestros domicilios.
Necesitamos que las multinacionales farmacéuticas adopten comportamientos en su toma de decisiones más basados en la ética y en la moral que en los axiomas establecidos por las ciencias de dirección y administración de empresas. Si no lo hacen ahora en un futuro los dirigentes políticos deberían tomar nota y actuar en consecuencia.
¿Y nosotros? Seamos responsables, de nuestro comportamiento depende que aplanemos la curva, que salvemos a miles de seres humanos, de que no nos tengan que confinar en casa otra vez y aniquilemos nuestro sistema económico.