La sentencia coincide en el tiempo, qué casualidad, con la llegada al Archipiélago Canario de una oleada migratoria que ha colapsado las redes de acogida de las Islas, en especial Gran Canaria. Ya no caben más, dicen las autoridades. Ya no queremos más, dicen los ciudadanos huérfanos de turistas. Que los repatrien, exige el ejemplar Pablo Casado, nostálgico de los tiempos en que su jefe y mentor, José María Aznar, los drogaba y los facturaba en un avión a pagar en destino. Otro nostálgico del Antiguo Régimen franquista, Santiago Abascal, pide que la fuerza naval haga un cordón sanitario que bloquee la llegada de sus pateras. Eso sí, con un corredor para los yates de los jeques.
El supremo argumento de todos ellos es que no quieren que el Archipiélago canario se convierta en otro Lesbos, en referencia a la isla griega donde se hacinan y mueren de hambre miles de refugiados sirios. Y mientras esto ocurre en Gran Canaria, en Ceuta y en Melilla, en Marruecos el pueblo saharaui lleva años confinado en el desierto en espera de un referéndum utópico que les conceda el derecho a ser un pueblo utópico dentro de un Estado no menos utópico. Y en Gaza esperan los palestinos, en Turquía la etnia armenia, en Azerbaiyán, en Etiopía, en Somalia, en Yemen, en Senegal, en Birmania…
Si hacemos girar el mapamundi geopolítico encontraremos que no hay lugar del mundo donde no podamos señalar la ejecución de un genocidio asistido -utilizo el término que adjetiva una forma de suicidio- contra las más diversas culturas y desde los sistemas políticos más antagónicos. Con diferentes raíces, bien económicas, raciales, religiosas, territoriales…el genocidio ha seguido a la Humanidad como la sombra al Sol. Además de los genocidios activos, caso del holocausto judío perpetrado por el Nacional Socialismo alemán, el del Estado de Israel sobre el pueblo palestino, el del Imperio turco sobre los armenios, las metrópolis sobre sus colonias, sin olvidar las matanzas por motivos religiosos, existe un genocidio que ningún país quiere reconocer. En él caben desde una hecatombe nuclear hasta una catástrofe universal derivada del cambio climático, o el causado por el hambre y la pobreza que provocan la ignorancia y por tanto la incapacidad de determinados pueblos para liderar movimientos liberadores en épocas de crisis y cambios.
Para que no haya dudas, transcribo la definición de genocidio aprobada por la Asamblea General de la ONU en 1948:
En el presente convenio Genocidio significa cualquiera de los actos siguientes cometidos con intención de destruir, íntegra o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso como tal:
- Matar a miembros del grupo
- Causar serio daño físico o mental a miembros del grupo
- Someter deliberadamente al grupo a condiciones de vida tales que resulten en su destrucción física íntegra o parcial
- Imponer medidas dirigidas a impedir nacimientos dentro del grupo
- Trasladar a la fuerza a niños del grupo a otros grupos
En septiembre de 2015, la ONU fijó los objetivos para 2030.
-Erradicar la pobreza en todas sus formas en todo el mundo
-Poner fin al hambre, conseguir la seguridad alimentaria y una mejor nutrición
-Garantizar una vida saludable y promover el bienestar para todos y todas en todas las edades
- Garantizar una educación de calidad inclusiva y equitativa
- Alcanzar la igualdad entre los géneros y empoderar a todas las mujeres y niños
-Fomentar el crecimiento económico sostenido, el pleno empleo productivo y el trabajo decente para todos
- Reducir las desigualdades entre países y dentro de ellos
No sigo enumerando. Faltan otros diez objetivos de similar contenido. Faltan diez años para hacer balance, pero a tenor de los logros del último quinquenio lo predecible es que estemos igual o peor. Los datos fríos así lo dicen:
A día de hoy, el 25% de la riqueza mundial está en las cuentas bancarias del 4% de la población.
71 millones de personas se han visto obligadas a abandonarlo todo por la violencia.
155 millones de niños menores de cinco años sufren desnutrición infantil crónica.
24.000 personas mueren de hambre cada día de los que 18.000 son niños menores de cinco años.
En África Subsahariana y Asia Meridional, el 80% de la mortalidad infantil tiene su origen en la falta de saneamiento de unas aguas que provocan diarreas mortales por la falta de atención primaria y de medicinas.
Podría seguir, pero vuelvo a frenar para asumir esta lista sin traumas. Frente a esta realidad, los objetivos de la ONU y su declaración de Derechos Humanos son un sarcasmo que hiere la dignidad de quienes llevan años padeciendo pandemias sin fin. Y describen por sí mismos el concepto de genocidio asistido. Todos ellos caben en la definición de genocidio contra dos grupos: los niños y las mujeres. Nadie lo evita ni condena a las elites políticas, económica y religiosas que permiten las condiciones sociales que provocan este genocidio asistido que nadie quiere asumir y que los países del llamado primer mundo toleran. Tan es así que una jueza ha sentenciado que las condiciones de vida en Arguineguín son deplorables, pero no constituyen un delito. Esta jueza no se ha leído los documentos legales de la ONU.
Hoy los campos de exterminio no se llaman Auschwitz, ni Treblinka, ni cualquiera de los muy famosos crematorios que fabricaron los nazis. Hoy se llaman Somalia, Etiopía, Níger, Yemen, Senegal, Haití, Guatemala, Camerún, Ruanda, Camboya…de donde parten hombres, mujeres y niños para convertirse en mano de obra barata, enriquecer al sistema liberal-capitalista y ser abandonados a su suerte cuando dejan de ser útiles. El mismo modelo que implantó la Alemania nazi para alimentar su industria bélica y cuya trágica biografía plasmó Luchino Visconti en su paradigmática película ‘El ocaso de los dioses’.
Estos supremacistas, racistas, xenófobos, machistas, infanticidas y explotadores ignoran que no hay culturas superiores ni inferiores. Las hay más pobres porque les han robado las herramientas para mover el molino del pan y del conocimiento. El progreso de unas culturas se hace a base de que no progresen otras y así explotarlas con la excusa de que son pobres e ignorantes. A esto el famoso antropólogo francés Claude Levi-Strauss lo “llamó circunstancias históricas y geográficas”. Es una forma de decirlo. Yo prefiero denunciarlo con la rima poética de la estadounidense Gertrude Stain: “Una rosa es una rosa es una rosa”. Hago la parodia. Un genocidio es un genocidio es un genocidio. Y la pobreza, el hambre, la ignorancia y el fanatismo son las armas que lo ejecutan en la actualidad. Basta ver a esos niños y mujeres embarazadas que viajan y mueren camino de El Dorado europeo en esos trágicos cruceros llamados pateras, para saber quienes son las víctimas de este genocidio asistido y quienes los que tiran de la cisterna, con la mano protegida con hidrogel, para limpiar sus detritus.