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"Lo que la oruga llama 'el fin', el resto del mundo lo llama 'mariposa'."

Posar y cobrar

Posar y cobrar

"Cómo hacer dinero posando". Si aún no se ha escrito un manual sobre el tema, millones deben estar esperando que alguien se ponga para hacerle rico vía best-seller. El éxito de los posers que en Instagram, por ejemplo, consiguen llegar a influencers, desata la curiosidad y la envidia de millones de jóvenes pobres y medio pobres de todo el mundo que se imaginan sacados de pena posando ante un público que se extasía viéndoles contorsionarse en bikini o en camiseta en algún rincón mal iluminado de sus casas, soltando minuto y pico de chorradas, con millones de seguidores y de likes que les permiten hacer caja sin más trabajo que posar y decir chorradas; el chollo del siglo, vamos. Pero el asunto no es tan fácil como suena. Más vale caer en gracia que ser gracioso, dice el refrán, y caer en gracia tiene su misterio como todo lo relacionado con la suerte. Por eso, ciertos políticos actuales dispuestos a reducir su trabajo a posar y cobrar gastan millones de sus partidos pagando asesores expertos en propaganda para que les digan cómo y dónde tienen que posar y qué chorradas tienen que decir para garantizarse el éxito, es decir, los votos. Y hasta para posar y decir chorradas hay que tener cierto talento.

Pablo Casado, Isabel Díaz Ayuso y José Luis Martínez Almeida durante la manifestación contra la Ley de Educación


Hoy el poser más genial, hasta ahora el más talentoso del mundo, es Donald Trump, sin duda. Con su pinta, sus poses y sus monólogos ha conseguido acumular tanto poder que no hay analista político en los Estados Unidos, de izquierdas o derechas, que en estos momentos descarte totalmente la posibilidad de que consiga cargarse la democracia contemporánea más antigua mediante trucos inimaginables que rozan o caen de lleno en el delito. Trump está dispuesto a todo para conservar el poder, y ese todo incluye convertir a su país en una república bananera gobernada por una dictadura encubierta: la suya. ¿Cómo es posible que un solo hombre ponga en peligro una democracia que ha durado más de doscientos años superando hasta una guerra civil? Evadiendo el control de los poderes políticos y judiciales y concentrando toda su habilidad y sus esfuerzos en controlar la mente de la mayoría de los ciudadanos con derecho al voto. Y ese control prácticamente hipnótico, ¿puede conseguirse con poses y discursos? Ya lo consiguió Hitler. La histeria del Führer penetraba en las glándulas de quienes le escuchaban con la fuerza con que los Beatles penetraban en las glándulas de las adolescentes que asistían a sus conciertos. Pero eran otros tiempos y otro público, más inocente, menos acostumbrado a ciertos espectáculos, con el sistema emocional más virgen y sensible a nuevos estímulos. Y la voz y los gestos de Trump más producen risa que otra cosa. Entonces, ¿cómo ha conseguido que millones renieguen de los valores más sagrados del país, como el respeto al voto, por ejemplo? Soltando todo lo que se le ocurre con la violencia y frecuencia de una ametralladora en un artefacto con efectos hipnóticos; en una pantalla. La agenda del Presidente de los Estados Unidos de América demuestra que la mayor parte de sus horas laborables las dedica a escribir en Twitter, y no es broma. Millones de tuiteros reciben a diario mensajes de un presidente que con inaudita proximidad y franqueza les cuenta secretos y tejemanejes del gobierno, del Congreso, del mundo entero; los intríngulis de unas esferas a las que jamás tendrá acceso el común de los mortales. Trump les abre las puertas del palacio encantado del poder y, durante el rato que quiera, el tuitero puede sentir la emoción de formar parte de la sagrada y exclusiva cofradía de los poderosos. Su vida gris de mindundi resplandece de pronto por obra y gracia del presidente que le reconoce como compañero seguidor. Ese tuitero será fiel al presidente hasta la muerte. Nada ni nadie conseguirá convencerle de que lo que dice Trump es mentira. Nada ni nadie conseguirá de manera alguna hacerle entender que los tuits de Trump obedecen a las fabulaciones de un lunático o a la estratagema de un individuo sin escrúpulos al que solo importa controlar conciencias para que le voten.

¿Puede pasar esto aquí? A muy pequeña escala, pero sí. Ayer, sin ir más lejos, tuvimos una muestra. Miles de ciudadanos, dijeron ciertos medios, se manifestaron contra la privación de libertades de la Ley Celaá. ¿Qué libertades nos arrebata esa ley? La ley Celaá, ninguna, pero las tres derechas se inventaron otra ley que elimina la enseñanza del castellano y clausura las escuelas especiales y cierra los colegios concertados y prohíbe la asignatura de religión. Con estas barbaridades basta para desgañitarse pidiendo libertad. ¿Pero no bastaría leer el texto de la ley de verdad para comprobar que las tres derechas mienten? Muy poca gente tiene tiempo y ganas de ponerse a leer un texto legal. Resulta mucho más distraído y apetecible leer los tuits que escriben los líderes de las tres derechas y que retuitean sus seguidores y mandan por whatsapp a todo el mundo para que todo el mundo vea lo enterados que están. Estar enterado y pertenecer a un grupo es algo que mima mucho la autoestima, y a la autoestima hay que mimarla como sea, sobre todo en tiempos en los que acecha el fracaso.

Describe Virginia Woolf de modo insuperable la atención reverencial que produce en los viandantes de una calle de Londres un cochazo negro con banderas y cortinillas para ocultar a los ocupantes, que por algún motivo se ha detenido junto a una acera. La escena me volvió a la memoria esta mañana al ver una foto con la pareja Casado-Ayuso manifestándose contra la ley que las tres derechas se han inventado, en un coche conducido por el galán. Los malos malísimos de Twitter decían que Almeida, perdido en el asiento trasero, era el nene. Pues bien, faltando secretos de estado y despidos fulminantes de altos cargos y cosas así, Ayuso, Casado, Abascal, Arrimadas y sus altos cargos suplen la carencia posando en fotos que se hacen virales como la de Casado con las ovejas y Ayuso en lacrimoso éxtasis y Ortega tirando al blanco y Espinosa de los Monteros celebrando la pandemia en lo alto de un autobús descubierto. Ya lo dice Twitter; los tuits con foto consiguen más atención. Nadie puede poner en duda que posar ante fotógrafos es mucho más divertido que ocuparse de asuntos políticos, y si, encima, la gente hace más caso a una foto que a un discurso, pues nada, a posar.

¿Dijo la prensa seria que la manifestación de ayer era contra las mentiras que las tres derechas atribuían a la Ley de Educación? Donald Trump intentó cargarse a la prensa seria y veraz de su país repitiendo durante cuatro años que no publicaban más que fake news. Aquí, la prensa seria y veraz se ha silenciado a sí misma por el respeto reverencial de algunos periodistas a la equidistancia y el miedo de otros a perder empleo y sueldo. Las honrosas excepciones no dan miedo a los políticos; quedan muy pocas.


Por María Mir-Rocafort



En Estados Unidos, los periodistas serios han perdido el miedo y la inocencia. Lo que da miedo es ver a los presentadores y analistas políticos de las cadenas más importantes contar con veracidad lo que están haciendo Trump y sus abogados por revertir los votos; contarlo con expresiones de profunda preocupación en las que se adivina la duda de si Trump, al final, se saldrá con la suya para seguir en la Casa Blanca cuatro años más. Se adivina en esas caras el esfuerzo por seguir creyendo en los valores del país y defendiéndolos con el patriotismo que a los americanos se inculca o se inculcaba desde la infancia. El esfuerzo por seguir creyendo que esos valores no pueden desaparecer.

¿Puede suceder lo mismo aquí? Claro que puede. Aquí los valores de la república se perdieron con la guerra y cuarenta años no han bastado para recuperarlos. Las tres derechas pueden seguir engañando a base de fotos y tuits sin grandes esfuerzos porque millones siguen hipnotizados creyendo las mentiras de la dictadura. Y es muy improbable que los periodistas de este país demostraran su abatimiento si la democracia se encontrara ante un peligro eminente de destrucción. Total, tras la muerte del dictador, la gente siguió viviendo. Hoy se puede decir que no hay libertad sin que te metan en la cárcel. Claro que es mentira, pero, ¿qué más da?

El siglo XX costó tantas lágrimas en el mundo entero que en el XXI ya nadie tiene ganas de pensar, y de luchar, menos. Que se hunda la democracia en Estados Unidos, que se hunda en España. Que los que se han metido en política para posar y cobrar digan las mentiras que quieran. Total, hoy nadie sabe qué es verdad y nadie tiene ni fuerzas ni ganas de intentar averiguarlo.

Si Estados Unidos sucumbe a la mentira y la inmoralidad, llorarán muchos, como al final de aquel aciago siglo de destrucción y muerte. Llorarán si el trumpismo triunfa en el mundo convirtiendo a la mayoría en marionetas del que mienta mejor. Pero, como entonces, habrá también en el llanto de los conscientes la certeza que inspiró los versos de Emily Brontë: Mi alma no es cobarde. No tiembla/ en este mundo arrasado por tormentas./Veo brillar la gloria del cielo/ y mi fe brilla igual armándome contra el miedo.

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