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"Lo que la oruga llama 'el fin', el resto del mundo lo llama 'mariposa'."

Los réditos del odio

Los réditos del odio

Iba a escribir yo un artículo sobre el amor; última de las virtudes teologales que me quedaba por tratar. Hasta me puse a buscar en mi mente un título que, siendo bonito, no resultara sentimental. Me prometía un trabajo relativamente fácil. Tanto se ha escrito sobre el amor que era cosa de acudir a la memoria y cribar el relleno de lo sustancial para no extenderme demasiado. No sería difícil relacionarlo con la Política si enfocaba el tema en las virtudes ciudadanas. Total, que me auguraba un día de gloriosa inspiración cuando la voz de la radio me dio un mazazo en la cabeza que me dejó tonta. Donald Trump, dijo la voz, está recuperando posiciones en la valoración de sus compatriotas desde que ha radicalizado aún más su discurso justificando el asesinato como medio de imponer la ley y el orden. Me espabiló un subidón de adrenalina que me dispuso a huir. Mi razón intervino. ¿Adónde? ¿Cómo? Y un súbito bajón volvió a atontarme. Porque no es solo en América donde la atmósfera se oscurece cada vez más y se vuelve cada vez más pestilente. No es solo en América donde el proceso de evolución del homo sapiens parece haberse invertido. Es el mundo entero el que parece haberse detenido de golpe para volver a arrancar marcha atrás.


Todos, en todas partes, estamos enfermos, muy enfermos, pero no de un virus que ataca los pulmones -ese virus solo ha conseguido penetrar en una minoría, por el momento. Todos estamos enfermos de miedo; de miedo al contagio, si no nos hemos contagiado; de miedo a las consecuencias de la enfermedad, si ya la tenemos; de miedo a perder el trabajo, si no lo hemos perdido; de miedo a la pobreza; de miedo al extraño. Como si un germen maligno, mucho más peligroso que cualquier virus, se nos hubiera metido en el tuétano de los huesos y en el núcleo del alma, estamos mortalmente enfermos de miedo, y el miedo nos ha debilitado las facultades convirtiéndonos en víctimas fáciles de estafadores que nos venden protección.

¿Qué nos está pasando? ¿Secuelas de la gran recesión? Pero la gran recesión se estaba superando en todos los países desarrollados. En España hubo un cambio de gobierno y el nuevo enseguida empezó a tratar las lesiones que nos había causado el viejo con su obsesión de imponer la austeridad a los ciudadanos rasos mientras dejaba hacer a los económicamente importantes y a los corruptos. Y entonces llegó el virus y empezó a llenar hospitales y a llevarse vidas al otro mundo. Pero enfermos y muertos no son más que cifras para los que están sanos y no tienen ni enfermos ni muertos a quienes llorar. El miedo al virus se controla poniéndose mascarillas, guardando distancias, lavándose las manos. ¿Por qué, entonces, se está extendiendo por el mundo un pánico paralizante; un pánico que ataca la razón, la voluntad, la esperanza, convirtiendo a seres humanos inteligentes en peleles a merced de los estafadores?


Por María Mir-Rocafort



Hordas de negros furiosos toman las calles del país de la libertad y los sueños de progreso, amenazando la paz de familias honestas de probada rectitud, laboriosas de lunes a viernes, fieles asistentes a los servicios religiosos cada domingo; familias con buenos sueldos que no requieren la asistencia del estado porque se pueden pagar seguros; familias blancas. Naturalmente, esas familias escuchan y bendicen al hombre que promete librarles de la horda de negros, negros cuyo origen común es el de los esclavos a quienes se impedía aprender a leer y escribir; negros que luego recibieron una pésima educación en colegios de negros; negros que se hacinan en barrios de negros decorados con la suciedad que acompaña a la pobreza; negros que se aprovechan de los impuestos que pagan los blancos con buenos trabajos, pidiendo constantemente asistencia al estado para sobrevivir si no lo consiguen, como la mayoría de los suyos, con la delincuencia. Ese hombre dispuesto a librar a los americanos blancos de la epidemia de negros y emigrantes pobres dedicó su campaña electoral a decir la verdad sobre el peligro que para los americanos blancos suponían los negros y los emigrantes pobres. Ese hombre demostró su valentía y su honestidad atreviéndose a decir la verdad sobre esas lacras que amenazaban al país, cuando los ingenuos y los cobardes habían conseguido imponer un lenguaje políticamente correcto para declarar y hacer respetar la igualdad de todos los americanos. Y a cambio de exponer su fama, su prestigio, por decir la verdad, ¿qué pedía ese hombre valiente? Poder, solo poder. Lo dijo Jesús según el evangelio de Mateo: "Buscad el reino de Dios y su Justicia y lo demás se os dará por añadidura". Y en nuestro siglo ya no hay quien no sepa que el reino de Dios y la Justicia pertenecen a quien tiene el poder y que es el poder el que da, por añadidura, todo lo demás. Admirados de su valentía y aterrorizados por el panorama apocalíptico que les vaticinaba si no se refugiaban bajo su protección, los americanos entregaron a Donald Trump todo el poder.

Hace muchos años que el poder pintó de oro a todo lo americano convirtiendo a la primera superpotencia del mundo en envidiable e imitable. En cuanto accedió al poder, a Donald Trump le salieron imitadores por todas partes. La idea de simplificar al máximo el discurso político y la tarea de gobernar descendió sobre las cabezas ideológicamente afines de los aspirantes a ganar elecciones como la llama divina en Pentecostés. Profetiza la distopía más negra -las distopías, como las películas de terror, gustan mucho al personal, como demuestran las audiencias-, preséntate como superhéroe a la cabeza de muchos superhéroes dispuestos a salvar al mundo, y una mayoría sin ganas de cansarse el cerebro pensando en política, te votará. Así de simple. Que se lo pregunten a Bolsonaro, a Casado, a Abascal, por ejemplo. ¿Alguien les ha oído exponer alguna vez un programa de gobierno?


Por María Mir-Rocafort



Todos los que ocultan sus convicciones retrógradas haciéndose pasar por liberales o conservadores o centristas se han impuesto la norma de no exponer jamás en sus discursos sus ideas, sus proyectos, sus programas para gobernar. ¿Qué interesa al populacho? ¿Las películas de terror? Pues nada, a relatar un futuro terrorífico bajo gobiernos socialistas. Nada de amor. El amor está tan pasado de moda que a los buenos sentimientos se les engloba hoy en el término despectivo de "buenismo". No le digas a quien gana poco y le duele que, encima, le cobren impuestos; no le digas a quien gana mucho y le duele tener que pagar impuestos también; no digas a todos esos que hay que rescatar una patera con hombres, mujeres y niños que está a la deriva en el mar. Dile que son negros que vienen a robar, a violar mujeres, a quitarnos trabajos y subsidios, a conseguir vivienda y atención sanitaria gratuita que los gobiernos socialistas niegan a los españoles. Diles que no les dejarás desembarcar, como hacía aquel italiano tan macho, y verás cómo te aplauden. Y quien dice negros, dice mujeres. ¿A dónde van a parar los hijos, la familia si se permite a las mujeres faltar el respeto a los maridos y las dejan que decidan cuándo quieren parir? Y quien dice mujeres, dice homosexuales, decididos, ellos, a extinguir la especie. ¿Y los toros? Nos quieren quitar los toros porque en las corridas se tortura y se mata al animal. Los buenistas conseguirán que se prohíba el fútbol porque en el fútbol se dan golpes y patadas al contrario. Y quien dice fútbol, cualquier otra cosa, porque los buenistas socialistas comunistas prohíben hasta que cualquiera se enriquezca porque te quitan todo lo que ganas para repartirlo entre los emigrantes y los vagos. ¿Que muchos se darán cuenta de que lo que dices es mentira? No les importará. Si consigues encenderles el odio y no dejas de aventar el fuego dándoles razones para odiar a quienes predican la igualdad, no se preocuparán por contrastar lo que digas. Tienes que hacerles entender que el buenismo no produce nada; que el odio, por mal visto que esté, es lo que deja réditos y esos réditos estimulan las inversiones y esas inversiones estimulan la economía del país. ¿Que solo te votarán egoístas que viven encerrados en su valvas, cobardes aterrorizados, fracasados resentidos, seres infrahumanos? Mientras sean millones, ¿qué más te da?

El siglo pasado vio la venganza de los dioses que narran varias mitologías antiguas. Los seres humanos evolucionaban demasiado a prisa y los dioses decidieron detenerles antes de que rivalizaran con su poder. Una pandemia, una gran recesión y dos guerras mundiales consumieron sentimientos, valores; desmintieron la bondad, el amor. Pero fue un siglo de grandes inventos. Se inventaron y triunfaron nuevos medios de diversión para aliviar las penas y las preocupaciones; para que las pobres víctimas del egoísmo y del odio no tuvieran ni tiempo ni ganas de pensar quienes habían causado tanto sufrimiento. Nuestro siglo ya lleva una gran recesión y una pandemia, pero la tecnología ha avanzado tanto, que ya no hay dolor que no se alivie ante una pantalla y queda muy poca gente que no tenga pantalla en la que aliviar su dolor.

Entonces, ¿no hay esperanza de volver al esfuerzo por humanizarnos? El "buenismo" socialista sigue ganando elecciones aquí y allá. Aquí y allá, millones de seres humanos aún sienten y manifiestan el amor que no es, al fin y al cabo, otra cosa que empatía, la capacidad de penetrar en la piel hasta el alma del otro para compartir emociones y sentimientos. Hay esperanza y la habrá mientras existan seres humanos. Sin esperanza, el ser humano no puede vivir.

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