To be or not to be, dice Hamlet con la calavera del bufón Yorick en la mano. Meditar ante una calavera no llama al optimismo a menos que uno tenga fe en la inmortalidad del alma y en la existencia de un paraíso al que irán a parar los algo buenos o los menos malos; la bondad absoluta no cabe dentro de nuestros límites. El de la calavera dejó de ser un ser vivo. Ya no permite esperar que crezca, evolucione, se transforme, contribuya a transformar el mundo. En este mundo, era y ya no es. Simplemente se acabó, y con él se acabó para él toda esperanza.
No hace falta ser filósofo, ni siquiera estudiante de filosofía, para darse cuenta de que ser es un verbo perfectamente estático. Su contrario es el verbo esperar en su primera acepción: tener esperanza de conseguir lo que se desea. Esperar, en este sentido, es el verbo dinámico por excelencia y, por lo tanto, vital en todas las acepciones del término vital: perteneciente a la vida; cuestión de suma importancia; algo dotado de gran energía o impulso para actuar o vivir. El inglés distingue entre esperar en una parada de autobús o en la consulta de un médico, por ejemplo, y tener esperanza de que ocurra algo bueno. El esperar que requiere paciencia se indica con el verbo wait. La espera cargada de optimismo que nos permite desear e imaginar un futuro mejor se expresa con el verbo hope, igual a su sustantivo, esperanza.
El soliloquio de Hamlet se considera una expresión genial de la duda, pero es, al mismo tiempo, la confesión de la cobardía más radical. Hamlet afirma que si aguantamos todas las desgracias que tenemos que sufrir en este mundo, es por el miedo a no saber que vamos a encontrarnos después de la muerte. Es decir, que nos describe como cobardes existenciales. No nos suicidamos a la primera de cambio, no por el deseo de vivir, sino por el miedo a morir. Hamlet está paralizado por la duda y por el miedo y al final, la duda y el miedo causan la muerte hasta del apuntador. Evidentemente, si en vez del To be or not to be, Hamlet se hubiera planteado To hope or not to hope, tener o no tener esperanza, puede que hubiera llegado a la conclusión contraria y que la obra de Shakespeare hubiera tenido un final feliz. Aunque hasta a Hamlet se le cuela la esperanza a pesar de la duda y el miedo que le paralizan. Terminada su meditación pesimista sobre la calavera de Yorick, el pensamiento se le va a su amada Ofelia y le sale un pero: "Pero…la hermosa Ofelia, graciosa niña, espero que mis defectos no serán olvidados en tus oraciones". Perdida la confianza en todo cuanto este mundo le ofrece, Hamlet aún se aferra a la esperanza de la redención y, con ella, de la felicidad eterna. Porque aquí, lo que se dice aquí, en este mundo, sin esperanza no se puede vivir, como lo sabe la sabiduría popular que desde hace siglos repite que la esperanza es lo último que se pierde.
Tener esperanza puede ser una actitud idiota cuando no se funda en algún aspecto de la realidad -dejo el trabajo porque espero que me toque la lotería, por ejemplo- o puede ser la actitud más inteligente cuando responde al convencimiento racional de que la realidad puede mejorarse si se actúa para mejorarla. La esperanza puede ser, en efecto, la espoleta que dispare nuestra voluntad para hacernos actuar. Pero, ¿cómo colocarnos esa espoleta cuando todas las circunstancias conspiran para arrastrarnos a la desesperación? En medio de una pandemia, sin vacuna ni remedio seguro, con un virus que, además de quitarnos la salud y hasta puede que la vida, cierra empresas y quita trabajos; en medio de ese horror, ¿se puede decir a alguien que se pinte la cara color esperanza y se ponga a cantar soñando con tiempos mejores? ¡Y una mierda!, puede contestar quien está preocupado o deprimido del todo, con todo el derecho a estarlo porque la cruda realidad le da la razón. Pero en medio de la preocupación y del dolor, podemos mantener viva la esperanza aunque no nos sirva de analgésico. Observar las instrucciones para no contagiarnos ni contagiar a nadie es una manifestación de la esperanza de sobrevivir. Utilizar el tiempo para buscar ayuda y ayudar; para buscar una salida a un negocio que ha tenido que cerrar las puertas y ofrecer la salida que se nos ocurra a quien se encuentre encerrado en la misma situación; utilizar el tiempo para abrir nuevos caminos que nos permitan reorientar nuestra vida y conducir a otros a reorientar la suya; utilizar el tiempo para cargarnos de esperanza convencidos de que podemos transformar nuestro mundo inmediato entrenando constantemente nuestra voluntad para llegar a la meta que nos proponemos; luchar como se pueda con la esperanza de vencer es una manifestación del amor a la vida, del deseo de vivir. Hace poco nos sobrecogió la cuidadora de una residencia de ancianos contando en la radio que una anciana murió aporreando la puerta de su habitación para que le abrieran. Esa mujer, tal vez enferma, tal vez con muy poco tiempo de vida, es un ejemplo de cómo la esperanza es capaz de mover la voluntad hasta el último límite. Murió aporreando una puerta cerrada con llave para que la dejaran salir. Murió con la esperanza de que alguien la abriera.
El To be or not to be de Hamlet es la frase más conocida, más popular jamás escrita. Tal vez porque a lo largo de los siglos desde que se escribió y se pronunció por primera vez, la mayoría se ha identificado con todo lo que implica esa cuestión; tal vez porque para la mayoría, vivir es cuestión de ser, de ser como sea porque a saber qué será cuando dejemos de ser; tal vez porque la mayoría es esencialmente cobarde.
Cada cuatro años, más o menos, la cobardía de esos cobardes se revela en su elección del partido político al que entregan el poder de gobernar sus vidas. Los populistas de todo signo conocen a ese tipo de electores y procuran convencerles de que, si gobernaran otros, el país se hundiría en el caos. Los populistas saben que pintando el presente con las pinceladas más negras, aunque el resultado no tenga nada que ver con la realidad, se ganan el rechazo de los ciudadanos racionales y reflexivos, pero atraen a la masa de cobardes que prefieren tragar mentiras y soportar gobernantes corruptos, recortes salariales, recortes o eliminación de servicios públicos, de derechos, de libertades, de cualquier cosa por el miedo a los otros que los populistas les han instilado; por el miedo a que los populistas tengan razón y pueda ser peor lo que está por venir. Los populistas de todo signo luchan por el poder con la esperanza de que la masa cobarde constituya una mayoría suficiente para llevarles al triunfo, y en varios países del mundo lo han conseguido. Gracias a una crisis económica que afectó y aterrorizó a la mayoría, en esos países, una mayoría de electores cobardes entregaron el gobierno, es decir, sus vidas, a políticos populistas que les engatusaron con promesas inconcebibles y que les siguen engatusando con inconcebibles mentiras. Los ciudadanos racionales y reflexivos se preguntan cómo es posible. La respuesta está en el discurso de Hamlet. Todos esos cobardes existen por no dejar de existir y renuncian a toda esperanza de transformar el mundo porque, como ellos, las cosas son como son y no pueden ser de otra manera.
Pronto la realidad confirmará lo que parece ser una simple teoría. Uno de los partidos populistas de este país nos ha prometido una moción de censura al regreso de las vacaciones. Pero el líder de ese partido no será el único que evoque monstruos y monstruosidades para aterrorizar al personal. Casi todos los otros líderes recurrirán al marrón oscuro para pintar el país con tintes escatológicos. El convocante a la moción se ofrecerá como adalid de España, único capaz de acabar con todas las fuerzas malignas blandiendo su flamígera espada milagrosa. Los otros líderes se anunciarán como los únicos detergentes capaces de limpiar toda la mierda que previamente habrán descrito. Y el presidente del gobierno, ¿que hará? Lo de siempre. Informar sobre la realidad sin colores ni matices y hacer un llamamiento a la esperanza.
Es un axioma que sin esperanza no se puede vivir una vida plenamente humana. Decidir si se quiere vivir con esperanza o ir sobreviviendo con lo que depare cada día sin otra perspectiva que la muerte, es decir, irse muriendo al ritmo del tiempo, es un derecho. Cada cual tiene derecho a elegir si quiere quedarse quieto para que no le pase nada en el camino o si, como Machado, quiere vivir haciendo su propio camino con su esperanza hasta que ese camino llegue al final o hasta que se abra otro camino después, quién sabe.