El código carcelario tiene una ley que, aunque no está escrita, se aplica de facto. De ese tomarse la justicia entre presos por su mano no hay cifras oficiales pero tal y como explica Sonia Vivas, policía en excedencia y concejala de Justicia Social y Feminismo en Palma de Mallorca, “es uno de los mayores miedos de los violadores o agresores sexuales cuando entran en prisión”.
Y es que, como en su día describía Wilbert Rideau expresidiario, periodista y autor de The Sexual Jungle, “la violación en prisión raramente es un acto sexual, sino uno violento, político y una representación de los roles de poder en la que el violado se convierte en una mujer en esta perversa subcultura, y debe asumir su rol como ‘propiedad’ de su conquistador o quien quiera que lo haya reclamado y llevado a cabo su emasculación. Se convierte en un esclavo en todo el sentido del término”.
Una esclavitud que para la autora de Vivas nos queremos, es “pura pedagogía masculina que hace entender cómo funciona la violencia a través de la sexualidad como mensaje, como lenguaje. Se trata de un entendimiento entre pares, entre los hombres que no han deconstruido su masculinidad, y que son agresores”, añade.
Violar para marcar la territorialidad
Para Vivas el que un violador sea violado por otro reo “es el espejo de la sociedad patriarcal en la que vivimos” y donde la mujer es víctima cada día de esa construcción misógina. “Los hombres que nunca se han planteado nada acerca de su situación de privilegio suelen ser agresores en lo cotidiano, maltratadores, acosadores sexuales y violadores. Cuando se produce o se va a producir una violación entre ellos en la cárcel lo que se pone de manifiesto es el gen de la territorialidad, de la estructura patriarcal, de cómo se conforma la masculinidad hegemónica”.
Es decir, las agresiones sexuales entre presos son metáfora del poder machista. “Se trata de dictar las reglas. Es la manera de marcar territorio, de imponerse de manera constante y hacer una demostración como individuo y conquistador frente al conquistado”, describe Vivas.
Es más, esta reconocida feminista habla de como si bien mientras para las mujeres “ser violadas es el mensaje de fuerza y moralización que se nos manda para colocarnos en situación de sometimiento y eso se hace a través del uso de nuestros cuerpos”, el miedo de los violadores a ser violados en prisión no es por ser deseables. “Saben de ese lenguaje de macho a macho, que usan en situación de reclusión. Utilizan el cuerpo del más débil para marcarle la situación de privilegio”.
Para la escritora este comportamiento demuestra “que las violaciones no tienen nada que ver con la sexualidad o el erotismo sino como método de explicar quién manda. Es una práctica para desmoralizar al otro, hacerle de menos, denigrarle. Y esa idea de invadir al otro a la fuerza, no tiene nada que ver con lo erótico, es un ejercicio de territorialidad”.
Unas palabras que coinciden con las de la antropóloga Rita Segato para quien “el crimen sexual no es del mismo tipo que los otros: es moralizador, castigador. El violador no es un ser anómalo, es un producto social”.
La masculinidad tarada
Esta policía -que por su experiencia ha conocido a miles de delincuentes y agresores sexuales- añade cómo en Latinoamérica este tipo de agresiones son llevadas a cabo por maras o bandas donde la violencia es aún mayor. “Allí la violación se llega a realizar con objetos punzantes y palos que llevan al asesinato de antes de la víctima”.
Situación que Segato comparte citando Amor de macho, el libro de Jacobo Schifter, en donde el escritor describe la vida dentro de una cárcel masculina de Costa Rica, y donde se enmarca la brutalidad de tal situación. “Estamos castigando al violador con un lugar en donde va a aprender a violar más, no menos. Hay que entender mejor el tema de la eficacia de la ley. La ley no alcanza eficacia material en términos de sentencias punitivas de los jueces, si antes no obtiene eficacia simbólica, retórica, poder de convencimiento, capacidad de persuasión y disuasión. Si esa ley no convence de que vale la pena no va a tener una eficacia material en las sentencias de los jueces”.
Palabras a las que Vivas añade otra reflexión. “La sociedad debería dejar de ver a la cárcel como un pozo al que se lanza a quienes delinquen y donde se han de quedar para siempre”. Y lo dice porque si bien sabe que siempre “habrá una parte de presos que no se rehabilitarán” o que “habrá agresores sexuales, pedófilos y maltratadores imposibles de recuperar, el sistema penitenciario debería ser reparador con ellos” y que “tras cumplir la pena impuesta reingresaran como ciudadanos”.
Además, esta reconocida experta considera que mientras esto no cambie y una parte de la sociedad civil “que tiene que ver con la derecha y la ultraderecha” apueste por un sistema penitenciario también neoliberalista, no habremos avanzado nada. “Hay una relación muy directa en entre un sistema penitenciario avanzado o totalmente neoliberal. Podemos ver como la derecha y la ultra derecha piden prisión permanente revisable o penas más largas. Quieren un sistema muy punitivo porque eso también tiene que ver con demostrar el poder de una parte sobre otra. Sin embargo, una sociedad que entiende así la cárcel es una sociedad que camina hacia atrás. Ver cómo se trata a los delincuentes también es un termómetro del nivel democrático de una sociedad”, recalca.
Una opinión que también comparte la fiscal andaluza Flor de Torres. Es más, la reconocida jurista que lucha de forma incansable contra la violencia de género, siempre manifiesta en las entrevistas en los medios de comunicación que realiza que la verdadera justicia social hacía las mujeres se cuando el sistema legal deja de regirse con desigualdad. “A las mujeres les debemos la paz social, la misma que proclama la Constitución. No hay tregua, no hay paz social hasta que desaparezca la desigualdad que propicia la violencia de género. No puedo entender ni una sociedad, ni siquiera un sistema legal que no ampare la lucha contra la violencia de género. Con los maltratadores tenemos que lograr su difícil reinserción. Es un débito a sus futuras parejas y es un compromiso constitucional y penológico: La reinserción del delincuente”, finaliza.