Hay en mi pueblo una escultura que me despierta pensamientos tristes cada vez que paso por delante. Es un busto del general Josep Moragues, héroe de la Guerra de Sucesión en la que los partidarios del archiduque Carlos de Austria y los de Felipe de Borbón se mataron entre sí por ver quién se quedaba con España. Ganó el Borbón francés y perdieron los catalanes por haber abrazado la causa del archiduque austríaco. Josep Moragues fue apresado, y el 27 de mayo de 1715, fue degollado. Su cabeza fue expuesta en una jaula que estuvo colgando doce años en una puerta de la muralla de Barcelona. La imagen debía ser espeluznante. Con toda seguridad, cuantos tenían que pasar ante esa imagen macabra sufrían sensaciones y sentimientos mucho más intensos que la tristeza.
Me entristece el busto de Moragues porque la mala suerte de aquel hombre me lleva a pensar en la mala suerte de los que vivimos en el saco llamado “poble de Catalunya” en el que los políticos independentistas han metido a todos los catalanes, independentistas o no. Moragues no solo pagó con su vida haber elegido el bando perdedor. En mi pueblo –y tal vez en otros pueblos de Cataluña que desconozco- le condenaron a pagar su error con su memoria hasta el día que alguien o una catástrofe natural saque de allí su busto o que algún alma piadosa con poder para hacerlo retire la afrentosa placa que le pusieron al pie de su efigie. Dice la placa:”…en el 300 aniversario de la ejecución del General Moragues. 1715-2015”. ¿No hubo en la vida de ese prócer hito alguno que fuera más importante que el día en que le ahorcaron y le degollaron y le descuartizaron colgando su cabeza en una vía pública para escarmiento y escarnio de los catalanes que se atrevieron a desafiar al Borbón? ¿A quién se le ocurrió conmemorar semejante tragedia? A los del mismo clan que tuvo la ocurrencia de elegir como día nacional de Cataluña el 11 de septiembre en conmemoración del día en que Barcelona cayó en manos de las tropas borbónicas; el día en que los catalanes, derrotados, perdieron sus instituciones y hasta el derecho de hablar en su lengua. Lo que nos hace preguntarnos. ¿A qué se debe que un pueblo se regodee en conmemorar sus derrotas?
El presente de ahora mismo nos da una respuesta indiscutible. Se debe a políticos derrotistas que no conciben otro modo de obtener la victoria que no sea victimizando a su pueblo; exhibiendo las llagas de su pueblo ante el mundo para mover al mundo entero a compasión. El presidente de la Generalitat lo ha dicho sin ambages: conseguirán la independencia los catalanes dispuestos al martirio. Hoy, ahora mismo, en Cataluña, cientos de miles de lazos amarillos cuelgan por todas partes para recordar al mundo entero la derrota de los políticos independentistas que están pagando en la cárcel la ingenuidad de declarar la independencia de Cataluña unilateralmente, suponiendo que el estado español no haría nada por evitar la segregación de un trozo importantísimo de su territorio. ¿Y para qué pregonar al mundo entero que a los catalanes nos volvieron a derrotar? Otra vez por el hábito de victimizar al pueblo para que le salve la compasión ajena. ¿Y por qué un pueblo se deja victimizar? Probablemente, porque cada cual va a sus asuntos y deja los asuntos de la mayoría en manos de los políticos suponiendo que los sabrán gestionar. Parece, otra vez, que es cuestión de inteligencia, aunque también puede ser cosa del egoísmo irresponsable de cada cual.
Dice un líder de los independentistas catalanes que el PSOE, con Pedro Sánchez a la cabeza, fue derrotado en las elecciones. Como resulta que el PSOE, con Pedro Sánchez a la cabeza, obtuvo 1.733.094 (un millón, setecientos treinta y tres mil, noventa y cuatro) votos más y 32 escaños más que el partido que quedó segundo, uno piensa que lo del derrotismo de los políticos independentistas entra en la categoría de obsesión; una obsesión delirante que parece que se extiende a derrotas ajenas y que, evidentemente, impide percibir la realidad.
El PSOE, con Pedro Sánchez a la cabeza, ganó las elecciones según el dato indiscutible suministrado por el recuento de votos; lo que debería alegrar a todos los españoles, aún a aquellos que perdieron las elecciones. Todos los políticos de todos los partidos proclamaron en la campaña electoral que su máxima ambición era trabajar para resolver los problemas de los ciudadanos. Luego todos los políticos de todos los partidos deberían alegrase de que al fin se pueda constituir un gobierno que se ponga de inmediato a trabajar para resolver los problemas de los ciudadanos. Pero he aquí que las derechas se niegan a abstenerse para que Pedro Sánchez pueda gobernar sin deber la abstención a los independentistas de ERC, y los independentistas de ERC se niegan a abstenerse si Pedro Sánchez no se compromete a cumplir con unas condiciones que exigirían modificar la Constitución, cosa que sería imposible sin el voto de los partidos de derechas que, por otro lado, acusan a Sánchez de traidor que se arrodilla ante los independentistas catalanes, y que, bajo ningún concepto, permitirían con sus votos modificar la Constitución para que el conflicto catalán se solucionara de una puñetera vez, como no están dispuestos a abstenerse para que Sánchez pueda formar gobierno sin depender de los políticos independentistas.
O sea, que ni los políticos independentistas ni las derechas tienen el menor interés en que Pedro Sánchez pueda formar gobierno para ponerse a trabajar por el bien de todos. ¿Cómo es posible?
Parece de locos, pero tiene una explicación racional muy fácil de comprender. Si Sánchez se niega a aceptar el chantaje de los políticos independentistas, los políticos independentistas podrán seguir gimiendo ante el mundo por otra derrota y conservar la esperanza de que alguien, algún día, les haga caso y obligue por las malas al gobierno de España a aceptar la independencia de Cataluña. Si no se puede formar gobierno y hay que ir otra vez a elecciones, cabe la posibilidad muy probable de que, ante el fracaso de las izquierdas, ganen las derechas, por lo que todos los españoles acabaríamos lamentándonos durante años en un perpetuo Viernes Santo.
O sea, que si los políticos catastrofistas de un lado o de otro se salen con la suya, la mayoría de los españoles, catalanes incluidos, estamos condenados a pasarnos unos cuantos años lamentándonos por la pérdida de cuanto prometía un gobierno orientado a la política social.
Es evidente, por lo tanto, que a los políticos de derechas no les importa que no haya gobierno, como tampoco importa a los políticos independentistas. Lo que conduce a deducir que a la mayoría de los políticos independentistas y de los políticos de derechas solo les importa su propia barriga y su propio culo. ¿Y a los españoles anónimos? Por su manera irresponsable de votar, parece que también solo les importa lo mismo.