La consecuencia final es un Gobierno, en catalán Govern, incapaz de limitar al terreno político el objetivo, legítimo, de lograr la independencia. Esa es la cuestión prioritaria de la que nadie habla, enzarzados unos y otros como hooligans futboleros en el dilema de si los políticos presos van a pasar las navidades en familia o comiendo un rancho degustación carcelario. Pero la cruda realidad es que nueve de los doce condenados están inhabilitados para sentarse en el Parlamento nacional o en el Parlament autonómico, y dirigir la política catalana y por tanto el futuro de sus conciudadanos. De todos sin excepción.
Con un presidente, president en catalán, Quim Torra, sobrepasado de lejos por los acontecimientos y sin personalidad para desarrollar sus ideas, o las de otros, que suyas son mas bien pocas, y otro, Carles Puigdemont, un petímetre paradigma del ególatra que sonó con pasar a la historia de España como el nuevo Companys, asesinado por la dictadura franquista, o el deseado Joseph Tarradellas y que se ha convertido en un dudu en manos de niños que juegan a colapsar la Autonomía bajo el pretexto de que quieren ser libres e independientes.
Es la famosa rebeldía que los psicólogos infantiles acotan entre los cuatro y los seis años. Bajo el pretexto de la independencia se olvidan de luchar contra la explotación y el hambre, contra la injusticia y la insolidaridad como anteriores generaciones, no muy lejanas, lucharon bajo la bandera de países sin fronteras concertinas acosados por la opresión policial, esa si, de la dictadura fascista de Franco. Son la reencarnación de la por algunos olvidada Terra Lliure que terminó desapareciendo gracias, entre otros, al defenestrado Josep-Lluis Carod Rovira a quien traicionaron algunos de sus compañeros de la Esquerra Republicana, con especial mención para Joan Puigcercos. Claro que Carod Rovira procedía de una familia con un aragonés charnego como padre. Eran otros tiempos, cierto. Eran tiempos en que los antecesores y padrinos de los actuales radicales soberanistas la única independencia que pedían era la de su 3%, con el que robaban a todos los españoles al grito de "Espana nos roba".
Pero ahora lo que debe preocuparnos es analizar la respuesta que debe dar el actual Gobierno en funciones junto con la oposición, no menos en funciones. Al fin y al cabo esta es una situación heredada de Mariano Rajoy, un presidente siempre en funciones incapaz de tomar una decisión, virtud esta que sus corifeos paniaguados ensalzaron hasta la náusea. Empeñado su partido en borrar de nuestras cabezas la memoria histórica, el sufrió un ataque de amnesia hasta el punto de no recordar los acontecimientos mas recientes de su historia cuando le tocó declarar como testigo en el proceso, procés en catalán. Ahora su delfín, Pablo Casado, exige a Pedro Sanchez lo que jamas hizo su valedor. Con el mismo cinismo que Casado, Albert Ribera, quien pese a ganar las elecciones autonómicas fue incapaz de dar un paso adelante para afrontar una investidura y ofrecer en sede parlamentaria sus recetas, exige ahora mano dura y un compromiso escrito de que Sánchez no va a indultar a los líderes condenados tras el proceso, procés en catalán.
Independiente de la exigencia de Ribera, la pregunta que debemos hacernos los españoles todos es ¿debe darles el indulto? Puede y debería hacerlo con una serie de condiciones. La primera negociar con los líderes de todas las facciones la apertura de un diálogo para buscar soluciones políticas al conflicto, dentro del orden constitucional y el respeto a las leyes, con un horizonte de cuatro años, es decir, las próximas elecciones, garantizando el fin de la violencia y la estabilidad del Gobierno nacional que salga de las urnas, si es que sale alguno, claro, el próximo 10 de noviembre. Eso significaría la dimisión inmediata de Quim Torra y todos los miembros de su Gobierno, Govern en catalán, así como el envío al ostracismo a los prófugos, con Puigdemont a la cabeza, y su entrega a la Justicia española.
Con estas premisas podría estudiarse el indulto como medida de gracia, reveladora de la intención del Gobierno de todos los españoles de pasar página y apostar por el diálogo sin cordones sanitarios como se dice ahora. Eso si, después de las elecciones del 10 de noviembre y sin ningún tipo de filtración. Hacerlo antes sería entregar el Gobierno al extremista centro derecha, coalición ésta que lo primero que haria seria romper el pacto y convertir España en un barril de pólvora con la antorcha catalana rozando una mecha presta a arder.
PD. Busquen la película Bienvenido Mr. Chance, interpretada por el gran Peter Sellers y la no menos grande Shirley McLaine. Es una parodia que define a la perfección a muchos de nuestros políticos, especialmente a Mariano Rajoy, Carles Puigdemont y Quim Torra. Les dejo con una de sus secuencias.