En el libro, hombres y mujeres que habían renunciado a sí mismos llegan al final de la noche tras el viaje. Los hombres que aman las despedidas, lo que observan asustados cómo cae el sol entre barrotes. Las mujeres que sueñan con el mar, que anhelan su canto de sirena. Los adultos y el disfraz que llegan. Muertos y vivos danzando al son de las mujeres. Ilusionistas que encuentran el truco final en los ojos de una mujer atrapada en un ascensor. El viento, que arrastra recuerdos para dejarlos mecidos y postrados ante nosotros. Caminar, sí, pero con el camino de vuelta marcado por las huellas.
“De aldea en aldea, el viento lo lleva siguiendo el sendero. Su patria es el mundo. Como un vagabundo va el titiritero.”
EN PALABRAS DEL AUTOR
Cantaba Serrat y nosotros tocábamos la estrella que habría de borrar el rastro que deja el mal recuerdo. Eso somos. Titiriteros. Y en ese ir y venir uno trata de permanecer atento, intentando encontrar esa poesía que habita lo cotidiano y que no siempre somos capaces de ver, recolectando historias de gente que convierte el mundo en un lugar más habitable. Este es un libro de viajes. Pero no de los que hice guitarra al hombro, sino de los viajes que siempre quedan pendientes, de las huidas que sueñan aquellos a los que la vida golpea y, a pesar de todo, no se rinden. Historias que salen unas de otras, como matrioshkas con la sonrisa congelada, a la espera de que el hechizo de tu mirada les insufle vida. Aquí van estos cuentos de gente pequeña y de grandes amores, de hombres y mujeres que encontré en mis viajes, seres luminosos y valientes que un día decidieron cumplir con la promesa que al guna vez hicieron mirando el mar, o quizá un rostro dormido, o quizá su propio reflejo en algún viejo escaparate.
"Yo, mientras tanto, sigo con mi viaje. En busca de nuevas historias. El viento me lleva.”