Las políticas de diversidad serán de los grandes campos de batalla en las elecciones al parlamento europeo de este año. A día de hoy, el lema de nuestra unión “Unida en la diversidad” está amenazada por demagogos, nacionalistas y populistas que ven en la diversidad un elemento de corrupción de sus impertérritas esencias patrias.
El Brexit, la crisis en Cataluña, Salvini y su xenofobia, el ultranacionalismo de Orban, los exabruptos de Le Pen, la ultraizquierda racializada o la homofobia del gobierno de Kaczynski son los rostros más visibles de los proyectos de quienes que quieren proponer una Europa donde el valor principal sea el egoísmo social.
Un egoísmo social que ha cuestionado el estado de bienestar hasta aniquilarlo, que ve fantasmas por doquier en forma de “otros” y bárbaros o que consume fake news. Volvemos pues a una fragmentación de la realidad basada en pequeños marcadores identitarios que separan y que, constantemente, cuestionan la solidaridad y el universalismo del que nació la Unión Europea.
De las propuestas para estas elecciones, la alternativa más creíble y pragmática la representan los partidos socialdemócratas. Agrupados en el PES, estos son los que ofrecen un ambicioso programa progresista para recuperar la Unión Europea de euroescépticos y nacionalistas a través del bien común. Para ello, la socialdemocracia europea debe asumir que las políticas de diversidad son una estructura sobre la que se articulen los demás desarrollos políticos. Un objetivo, casi premisa, nada fácil, pero del que depende el futuro de la Unión tal y como la conocemos.
En un reciente encuentro en Madrid con Frans Timmermans, el candidato único (Spitzenkandidat) del PES, señaló la importancia de una Europa diversa y libre desde el terrible recuerdo de Auschwitz. Hizo mucho hincapié en no callarse frente a quienes intentan cuestionar los valores que a tantas personas han ayudado a vivir, a políticas que han ayudado a ser mejores y a mostrar el valor de la Unión Europea. Es nuestra generación la que tiene que cambiar las cosas, la que tiene que volver a creer en los valores socialdemócratas y materializarlos en políticas públicas concretas.
Lo que Timmermans, con gran convicción, nos decía en Madrid es algo que podemos apreciar desde el europeísmo, desde la experiencia de haber disfrutado de la plena ciudadanía europea. Mi generación ha sido la del Erasmus y los proyectos Leonardo, ha estudiado el Espacio Europeo de Educación Superior, la que no ha visto fronteras ni monedas distintas, la del crecimiento con los fondos de cohesión, la que ha vuelto a creer en la paz y en el progreso. A pocos de los que hemos vivido esta experiencia nos sorprende la diversidad, es más la consideramos connatural a la vida europea. Somos, como decía Martin Schulz, una comunidad que se basa en la protección de los derechos fundamentales y sociales. Tenemos las democracias más transparentes y sólidas del mundo en nuestra unión. Somos Europa.
Sin embargo, la crisis de 2008 lo cambió todo pues hizo desconfiar del sistema europeo. Y los países más vulnerables, en un terrible arrebato de egoísmo, dejaron de creer en esos valores temiendo perder privilegios. Y así, siguió este proceso con el ruido geopolítico de fondo que generó aún más desconfianzas. En vez de solidarizarse con los migrantes y los refugiados, muchos países les dieron la espalda y los criminalizaron, los persiguieron y deportaron. Inmediatamente los cabecillas de esta criminalización lideraron movimiento nacionalistas y xenófobos que cuestionaban a todo aquel que no concordase ideológicamente con ellos. El siguiente paso era cuestionar la Unión, que tanto había hecho por todos, a la que juraron destruir y volver a una Europa atomizada y egoísta.
Amparados en una nueva ola de populismo y extremismo, los delitos de odio crecen y muchos ciudadanos se permiten cuestionar las políticas de diversidad e inclusividad catalogándolas de innecesarias o de accesorias. Y así, el universalismo europeo se olvida, imponiéndose unas nefastas políticas de la identidad que funcionan binariamente en base a la siguiente disyunción: “o nosotros o el otro”.
Y cuán demagógica es esa afirmación, pues no hay “otro” porque solo existe un “nosotros”: el ser humano. Europa necesita abanderar, por encima de reclamaciones adolescentes, la lucha por la diversidad y por su plena inclusión en la comunidad social europea. En Europa cabemos todos los que buscamos un progreso social y humano, una ilusión de resucitar el espíritu de hermandad. Nuestro universalismo es el que ve que en la diversidad un valor añadido y no un lastre siendo capaz de impregnar las políticas tanto de bienestar, como de acción interior y exterior.Unas políticas que tienen que representar los tres grandes retos de la agenda de estas elecciones al parlamento europeo. La diversidad ofrece mayor foco y amplitud de miras para que las políticas públicas no fracasen y se adapten mejor a sus usuarios que, en última instancia, son los que van a disfrutar de ellas.
Políticas que tienen que contar con todos y todas para buscar el bien común necesarios. Por una parte, las políticas pro-estado del bienestar que articulen una economía verde y sostenible, una Europa social y que lucha contra las desigualdades en la que la “x-fobias” solo sean un fantasma. Por otra parte, una política de interior y justicia consistente que ayude a conseguir los objetivos de la Unión en materia de derechos fundamentales, que combata cualquier manifestación del extremismo violento, los delitos de odio o cualquier práctica que atente contra la libertad de conciencia o acción de los europeos y las europeas. De hecho, un punto importante lo representan la política de acción exterior que tenga en cuenta el drama de los refugiados y de los migrantes, que sea atenta y consciente con ellos, así como una gestión transparente y eficaz de nuestra frontera sur y este. Y, finalmente, una cooperación efectiva y firme con las regiones que más lo pueden necesitar para avanzar en la construcción de un mundo mejor y más justo, desde, precisamente, la diversidad que nos enriquece compartiendo lo que tenemos.
Ser ciudadano europeo nos obliga a pensar en plural. A pensar en construir un mundo más justo, más creíble y más fuerte. Un mundo diverso en el que no nos sorprendamos de lo que haga el vecino, sino que aprendamos de él. Este es nuestro reto en 2019 y si no lo conseguimos Europa estará en grave peligro.