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"Lo que la oruga llama 'el fin', el resto del mundo lo llama 'mariposa'."

La nave de los gamberros

La nave de los gamberros

En uno de los libros de su República, Platón compara a la sociedad ateniense con una nave gobernada por unos marineros ineptos que se empeñan en dirigirla sin tener idea alguna de navegación. Tanto identificó la humanidad a los gobernantes con aquella tripulación desquiciada que, desde entonces, la alegoría ha dado para cuadros, libros, películas.


Esa nave de los locos se ha considerado vigente a lo largo de toda la historia, unas veces más dramáticamente que otras. La situación política actual del mundo se encuentra en uno de esos momentos dramáticos en los que hay tanto loco luchando por hacerse con el timón, que da miedo. En cuanto a España, parece que la mayoría de los políticos se ha contagiado de la locura mundial y que, por lo menos en Andalucía, los ciudadanos están comprando su delirio. Parece, sí, pero hasta que se profundiza más allá de las apariencias. El politiqueo que sufre nuestro país hace pensar que quienes quieren gobernar nuestra nave a toda costa no están locos, son gamberros que saben muy bien lo que hacen.

Según la definición de la Real, se llama gamberro a aquel que comete actos de grosería o incivilidad. La grosería se define como rusticidad, ignorancia, falta grande de respeto. Hoy, en España, hay un lugar donde la grosería se concentra y se exhibe sin pudor evocando la alegoría de Platón, pero con matices. Ese lugar es el Congreso de los Diputados, y la alegoría que mejor lo representa es la de una nave gobernada por gamberros. Huelgan los ejemplos y los nombres de los protagonistas del follón. Sus groserías han quedado impresas para la posteridad en las actas del Congreso y casi no hay español, por desinformado que esté, que no pueda mencionar uno de esos nombres históricos asociado a alguna histórica manifestación de gamberrismo.

Una nave gobernada por marineros locos que no saben llevar un timón se dirige fatídicamente hacia el naufragio. ¿No parece exagerado augurar tan trágico final a una nave gobernada por gamberros? La falta de respeto al adversario político, a las instituciones, a todo dios de tribu ajena que bajarse pueda del cielo va penetrando en las mentes más turbias y más débiles; se va extendiendo como un miasma y acaba causando una epidemia de cabreo social. Lo que hace sospechar que las exhibiciones de gamberrismo en el Congreso no salen de la sinrazón de mentes extraviadas sino que obedecen a una estrategia bien urdida para lograr dos objetivos. En primer lugar, el desprestigio de las instituciones y, por ende, de la democracia. En segundo y más importante, la afluencia a las urnas de votantes cabreados cuyo voto no lo elija la razón, sino el cabreo. Esa misma intención se descubre cuando los gamberros salen a la calle.

Metafóricamente, podemos decir que el mundo ha sucumbido a la cultura del grafiti; del grafiti grosero, sin atisbo de arte, que ensucia las paredes de ciudades y pueblos con lemas mal escritos. Jóvenes y viejos se comunican hoy con lemas cortos, con pensamientos incompletos mal escritos en whatsapps y redes sociales. Los asesores de mercadeo de los líderes políticos toman nota de la moda y redactan argumentarios con unas cuantas ideas fuerza condensadas en un puñado de frases impactantes. Algunas de esas frases, pocas, se conciben para estimular la razón invitando a reflexionar; otras, las más, para intoxicar la mente del que las escucha con las secreciones de sus glándulas hiperestimuladas. Son estas últimas las que hacen furor exaltando al público de los mítines y suministrando a los medios titulares atractivos. Son estas, naturalmente, las que utilizan los políticos gamberros.

Así como los grafiteros gamberros manchan paredes públicas y privadas con mentiras e insultos sin escrúpulos ni contención alguna, los políticos gamberros ofrecen en sus mítines lo mismo para agitar al personal. Por ejemplo, ciertos líderes dicen y repiten que el presidente del gobierno ha pactado con y se ha vendido a los independentistas catalanes para conservar su sillón. Sabemos todos que es mentira. Ni Pedro Sánchez pactó su gobierno con nadie ni acepta sentarse a negociar el dichoso referendo de autodeterminación por más promesas y amenazas que le lancen los independentistas. Pero esas mentiras y otras por el estilo se rematan con un "Viva España" y el público vibra de emoción tragando todo lo que le han echado. En Cataluña pasa lo mismo en los mítines independentistas. Las mentiras, igualmente injuriosas, son allí contra España y su gobierno, y se rematan con un "Visca Catalunya" y el canto de Els Segadors.Pocas mentes catalanas pueden quedarse frías ante tal manipulación de las emociones para exigir a sus políticos que se ocupen de los problemas cotidianos del país. Otro ejemplo, aún más sangrante: un grupo de políticos gamberros se disfrazan de defensores de la igualdad de hombres y mujeres para atacar la ley que protege a la mujer de la fuerza diez veces superior de machos primitivos dispuestos a maltratar y hasta a matar a las hembras de su especie para conservar la supremacía de su sexo. Estos no solo mienten e insultan sino que utilizan de cebo a mujeres anti mujeres para que nadie ponga en duda su buena intención. ¿Hay alguien que al pasar junto a un muro se le ocurra dudar de la veracidad de un grafiti que diga "Sánchez traidor", "Socialistas comunistas", "Fulanita puta"?

Ninguno de los asistentes a mítines o de los lectores de titulares está en condiciones de poner una consigna en duda, y los políticos gamberros lo saben. Saben que los detentores del auténtico poder, el poder económico, han conseguido minar la facultad racional de las masas y su conciencia ética mediante técnicas de propaganda: la perversión del lenguaje, la reducción del pensamiento a palabras sueltas y de las palabras, a abreviaturas. Privado de las herramientas esenciales para estructurar su pensamiento y comunicarlo, el ciudadano queda reducido a aceptar consignas que no es capaz de analizar separando lo verdadero de lo falso. Ese es el sueño del poder financiero; una casta superior de ricos procurando hacerse cada vez más ricos con el trabajo de una casta inferior de trabajadores acríticos y balbuceantes.

Pero ¿de dónde saca el poder financiero tanto gamberro sin escrúpulos dispuesto a minar los fundamentos de una sociedad democrática y solidaria como la que los españoles conseguimos construir con décadas de esfuerzos? Basta observar con algún detenimiento a los líderes gamberros para descubrir una característica común a todos: la egolatría. Tanto se quieren y se admiran que además de exhibir al personaje en el que sus asesores de imagen les han convertido, llegan a creerse poseedores de una inteligencia superior a la del ciudadano corriente. Es esta creencia la que les permite mentir sin escrúpulos y sin sonrojo, seguros de que su público carece de la capacidad de cuestionar lo que dicen; es decir, seguros de que los ciudadanos corrientes son tontos. De lo que cabe deducir que lo líderes gamberros adolecen de una estupidez que raya en la tontería.

Es evidente que un gobierno de locos que no saben gobernar puede destruir un país. Es también evidente que un país de ciudadanos cabreados que votan por los políticos gamberros que saben cabrearles puede convertirse en un país inhabitable.

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