Hace ya muchos años, durante mi juventud gijonesa, formé parte de un grupo de teatro llamado Gesto, que, junto a La màscara, eran dos islas independientes y progresistas en medio de aquellos años oscuros de la dictadura franquista. La obra que ensayábamos llevaba por título ´La sangre de Dios´, y su autor, Alfonso Sastre, estaba prohibido por aquellos dictadores que hoy vuelven a añorar algunos prebostes de la derecha y sus corifeos de la prensa. Mi papel, que nunca pude representar con público porque el SIM del régimen ilegalizó el grupo, era pequeño pero jugoso. Yo era el fiscal en el caso de un padre que mata a su hijo siguiendo las órdenes de Dios, en un paralelismo con la figura del patriarca Abraham.
En el juicio contra el Abraham oniríco, un profesor de teología llamado Jacobo Parthon, recuerdo aun algunas frases de mi alegato acusador, que finalizaba con un “tengo el honor de pedir la pena de muerte para Jacobo Parthon”, tras acudir a la mitología griega en la que yo recordaba como “Medea mata a sus hijos, Orestes y Electra matan a su madre” para apoyar mi petición en las tragedias de Medea y de Electra. El maltrato de Jason, su abandono y los celos llevan a Medea a sacrificar a sus hijos en su lucha por derrotar a su esposo. En el caso de Electra ésta, junto a su hermano Orestes, deciden matar a su madre para vengar la muerte de su padre a manos de Clitemnestra y de su amante, Egisto.
Nada nuevo bajo el sol de esta España, asolada por asesinatos de madres e hijos. De padres muy pocos a pesar de las cifras que barajan los nuevos apóstoles del patriarcado. Resulta extraño que uno de estos nuevos profetas, Fernando Sánchez Dragó, autor de una plúmbea obra, Gargoris y Habidis, no se haya documentado antes de lanzar a la galaxia Gutemberg su retrógrada y falsa visión de los asesinatos de género. Al fin y al cabo, las tragedias de Sófocles, Eurípides y Esquilo marcaron el teatro, incluyo la ópera, a partir del renacimiento. No debemos ignorar que, tras el juicio por la trágica venganza, la sociedad ateniense pasó de un matriarcado al patriarcado que impera en la actualidad. Así de trascendentes fueron los mitos de Medea y Electra, llegando en el caso de esta última a llevar al psicólogo Carl Gustav Jung a poner el nombre de “complejo de Electra” cuando las relaciones entre madre e hija son tortuosas. Y un ejemplo de este complejo de Electra lo hemos vivido hace unos días en Banyoles, donde una joven de 17 años degolló a su madre.
La importancia decisiva de estas mujeres en los cambios sociales, incluyo también a Antígona, como mujer que se enfrenta a los poderes y las leyes masculinas, cobran especial relevancia cuando es la voz de María Callas la que nos relata sus tragedias o escuchamos a Plácido Domingo justificar el asesinato de Desdémona en los celos mal reprimidos. Han pasado ya dos siglos desde su estreno en 1817 y todavía no he escuchado a nadie decir que el moro de Venecia, personaje creado por Shakaspeare, era un maltratador y un asesino que merecía la cadena perpetua revisable. No, no pasa Otelo a la historia como un maltratador sino como una víctima de su amor por Desdémona. La maté porque era mía, que dice el tango.
No solo el tango. El preso número 9 es un corrido mexicano muy conocido cuya letra no tiene desperdicio: “Al preso número 9 ya lo van a confesar y antes del amanecer la vida le han de quitar porque mató a su mujer y a un amigo desleal. Dice así al confesar. Los maté sí señor y si vuelvo a nacer yo los vuelvo a matar” Y remata este hombre cabal: Padre no me arrepiento ni me da miedo la eternidad (…) voy a seguir sus pasos voy a buscarla hasta el mas allá”. Contumaz el machito. Supongo que el cura le daría la absolución con todas las bendiciones del Vaticano como lleva haciendo con sus colegas pederastas.
Pero no perdamos de vista la copla española donde en la sublimación de su amor un machito andaluz quiere regalar a su amada un rosario hecho “con tus dientes de marfil”. No es extraño que con estas letras VOX lleve en su programa electoral la promoción del flamenco y de los toros, que la manada es su icono electoral. Es posible que en la próxima campaña los miembros de la manada de VOX lleven como himno para agitar sus banderas españolísimas la copla en la que Manolo Escobar prohíbe a su novia ir a los toros con minifalda.
Visto lo visto uno no puede por menos que estar de acuerdo con VOX y defender la derogación de la ley de violencia de género y de igualdad. Habida cuenta que la misión que los de VOX encomiendan a las mujeres es la de parir y callar, la nueva ley debería llamarse ley de asesinato de género y elevar las penas para los miembros de las manadas y de las piaras. La ley de Igualdad debe cambiar de nombre y volver a la desigualdad, eso sí positiva. Las mujeres deben tener un salario superior a los hombres ya que además de parir tienen que alimentar a sus hijos y con un buen salario dejarían de depender de los machitos y así dejar de ser sumisas y de dar al me gusta cuando las están violando. Que digo violando, disfrutando de un jolgorio sexual. El juez dixit.
Es posible que con la incorporación de Albert Rivera y Pablo Casado al jolgorio del ‘menage a trois’ decidan pactar también que la nueva letra de su campaña sea el viejo cuplé aquel de los años veinte en el que una mujer sube al cementerio “a preguntar si había algún hombre muerto de amar. Los muertos respondieron, uno por uno, mujeres a millares hombres ninguno, hombres ninguno y luego dicen, aquella fue mi novia yo no la quise”. Pues eso, sangre o nación.