Estoy convencido que algunos dirigentes políticos van a pedir a los Reyes un “ilegalizador de partidos” marca ACME, como todo aquello que usaba el Correcaminos contra el Coyote. Se lo pide el cuerpo. La política de ocurrencias y exabruptos, o eso que ahora llaman “zascas”, lo único que hacen es enranciar aún más el ya rancio ecosistema político, como lo denominan actualmente los politólogos.
Los políticos deberían reparar en que cuando hablan con un micrófono delante se dirigen por igual a: medios de comunicación, adversarios y a los pacientes ciudadanos. Pacientes no por tener que descifrar lo que dicen los políticos, los españoles están sobrados para ello, sino para saber lo que realmente quieren decir, y saber si hay segundas intenciones en lo que dicen. Además se auto vitorean aunque manden el balón a la grada como si hubieran metido un gol por la escuadra.
Ilegalizar un partido político es una cosa muy seria para una democracia. En las democracias europeas los partidos políticos son piezas imprescindibles para su funcionamiento. Sin pluralismo político, libre concurrencia y derecho de participación podemos hablar de otra cosa pero no de sistema democrático. La ilegalización de un partido trae consigo la ilegalización de otro y luego otro y finalmente, como te descuides, al partido que propugnó la primera ilegalización.
Bien es cierto que hay una ley que lo permite hacer pero es como el 155 una regulación excepcional en el ordenamiento jurídico, un último recurso. Y si nos ponemos exquisitos también podríamos encontrar motivos para ilegalizar un partido por prácticas corruptas, o porque intente manipular o condicionar las sentencias de los tribunales o controlar órganos del poder judicial, crear una policía paralela patriótica para el espionaje de personas para anularlas políticamente…
La verborrea política que nos aqueja debería contenerse, pensar lo que se dice. Un poco ya sería mucho. La estupidez da lo mismo que venga de la derecha o de la izquierda o el Arzobispo de Córdoba que parece que va entrar en política el próximo año.
La política sin lugar a dudas tiene jugadas de regate corto, pero no se puede ser tan torpe como para que hacer que tantos se pisen el cordón y caigan al suelo tirando de paso al compañero de equipo que pasa por ahí. Tampoco para satisfacer a la grada, que en principio está para ver el espectáculo no para la charlotada. Hay veces que no se puede pedir más pero no todo puede ser un continuo decir cosas abruptas para salir en el telediario del medio día.
Decir, como se ha dicho estos días, que Andalucía lleva 36 años de “políticas nefastas” “políticas fracasadas” y que Andalucía sea de nuevo una región próspera, no ofende más que a los andaluces que durante más de tres décadas han elegido que les gobernaran unos y no otros y conocen su ayer y su hoy. Atentar a la inteligencia colectiva también debería ser ilegalizado.
El anuncio del primo de Zumosol ha hecho mucho daño a una generación política. La política no va de eso y tal vez lo único que se esté logrando es pudrir la vida colectiva que está más allá de la política. No vale decir todo y amenazar con hacerlo sin explicar sus consecuencias. El exceso de testosterona y la carecncia de estrógenos permite quizás lanzar un salivazo muy lejos (con hueso incluido) pero no resolver los problemas de los españoles.
Los excesos verbales cargados de epítetos hacen tanto daño a España como la supuesta defensa que con ellos se quiere hacer de la misma. Hacer del traído y llevado artículo 155 de la Constitución un medio y un fin al tiempo es denostar la propia Constitución y con ello un acto de lesa Patria con envoltorio en color rojigualda. Tal vez como dicen algunos analistas el empeño del Gobierno en perseverar en la vía del entendimiento sea un lento camino a la liquidación de partido que lo forma. Quizás sea un esfuerzo baldío que no llegue a ser comprendido por los españoles, como tampoco lo fue por algunos hablar con los terroristas para conseguir su derrota y disolución. Puede que el autismo de los dirigentes independentistas sea de tal magnitud que prefieran sucumbir en la soflama que hace prevalecer la pacífica convivencia a todo lo demás. No obstante, habría que preguntarse qué es lo que los españoles quieren…que Cataluña permanezca en España o crear una situación de enfrentamiento de consecuencias insospechadas. No parece que este claro al oír a algunos.
Aprovechen los líderes para disfrutar con sus familias, pasen al modo silencio en sus declaraciones, pongan en modo avión sus teléfonos, descansen de twittear, escuchen en soledad el Messiás de Händel, coman polvorones y no digan a la vez ni Pamplona y lean esa novela que tienen aplazada.
No sé si servirá para algo pero como ciudadanos agradeceremos que no nos sigan crispando en Navidad. Felicidades.