Tal y como indiqué en mi anterior artículo de lahoradigital.com sobre las ‘fake news’ en las recientes elecciones brasileñas, para cualquier analista político la referencia principal de estudio son las elecciones norteamericanas. En cualquiera de sus versiones, bien sean las presidenciales o bien en las elecciones legislativas que ahora se celebran el 6 de noviembre, ya subrayé la importancia la importancia de los medios de comunicación en su devenir: desde el debate televisado entre Richard Nixon y John Fitzgerald Kennedy en 1960 hasta la utilización frívola, frenética e irreflexiva de Trump en 2016.
El debate de ideas ha evolucionado desde los clubes, cafés y salones literarios (siglo XIX) hasta el presente uso de internet, pasando por la radio, prensa escrita y televisión -en este orden- en el siglo XX. Todo ellos conformaban los espacios centrales para que la comunicación política y los sondeos de opinión adquirieran una importancia creciente en las estrategias electorales, con el objetivo de captar el voto de los indecisos.
En un momento en el que los cambios tecnológicos son vertiginosos y afectan todos los aspectos de nuestras vidas (de lo local hemos pasado a lo global y nos hemos instalado en lo ‘glocal’), nos encontramos ahora con un escenario radicalmente nuevo para el ejercicio del voto de la ciudadanía. Y, por ello, considero importante estar pendiente del análisis de los diferentes procesos electorales que se producen en el mundo puesto que su influencia en el panorama nacional es indudable y su estudio nos ayudará a impulsar no sólo la mejora de nuestras estrategias de comunicación sino a prevenir, como es el caso actual, aquellos procesos negativos que pueden pervertir el resultado final de una votación popular.
Tanto desde la perspectiva del activismo ciudadano, como desde el punto de vista más tradicional de la comunicación electoral de los candidatos, el terremoto Trump y su discurso contra el poder político imperante han zarandeado todo el proceso político, no sólo el norteamericano sino el mundial también.
No olvidemos que las actuales movilizaciones colectivas -políticas, sociales, económicas- se producen gracias a que un nuevo medio de comunicación (internet) posibilita otros modos de organización (a través de las redes sociales y la telefonía móvil), a una escala novedosa (hablamos de millones, de cientos de millones de personas), entre actores que hasta entonces no podían coordinar tales dinamizaciones.
Efecto multiplicador de los seguidores
Internet permite a un candidato no sólo comunicarse de una manera más directa y dinámica con sus seguidores, sino, sobre todo, facilitar el contacto de los seguidores entre sí. Con esto se consigue que cada potencial votante pudiera convertirse en un multiplicador del mensaje electoral.
Como señala el sociólogo español Manuel Castells en su análisis ‘Internet y la sociedad red’: “el potencial de internet como herramienta del cambio político y la participación no dependen tanto de la tecnología en sí misma como de las características de la sociedad que la emplea y de las formas en que ciudadanos y políticos hacen uso de ella”.
Si somos conscientes de la magnitud de estos parámetros y de las enormes posibilidades que abren las nuevas tecnologías (sobre todo con el uso creativo, responsable y participativo de la ciudadanía), es evidente que las elecciones del 6 de noviembre en Estados Unidos son otro laboratorio fundamental en el que sumergirnos.
Trump, el magnate de la industria inmobiliaria y antigua estrella de programas de telerrealidad (que, no lo olvidemos, ¡pertenece al partido de un Abraham Lincoln que abanderó la unidad nacional estadounidense y la abolición de la esclavitud a mediados del siglo XIX!), lo ha alterado todo.
Empujado por unos medios de comunicación y tertulianos cuya línea editorial es marcadamente conservadora (Breitbart o The Wall Street Journal, programas como InfoWars y, especialmente, la cadena Fox) y ‘think tanks’ conservadores (The Heritage Foundation, Freedomworks, The Federalist o la Asociación Nacional del Rifle), Trump ha radicalizado hasta el extremo la versión populista de un discurso republicano-conservador, representado por el Tea Party (¿se acuerdan de Sarah Palin?), y que ya estaba influido por la presión religiosa. Y ha encontrado en el uso torticero de las redes sociales la base para su explosión exponencial.
¿Qué nueva mentira digital usará el 6 de noviembre?
La cuestión que ahora se dirime es: ¿sucederá lo mismo en las elecciones legislativas de Estados Unidos del martes 6 de noviembre? ¿Qué tipo de mentira digital podemos encontrarnos ahora? ¿Predominarán los rumores (presentes desde el principio de la Humanidad), los errores (que siempre se han producido: la victoria de Truman sobre Dewey en 1948, por ejemplo), las falsedades (algo que simplemente no se corresponde con la realidad, tal y como pudimos observar en las elecciones británicas que dieron lugar al Brexit), o la falacia (algo que sí esconde intención de daño: Trump, otra vez) o descubriremos una campaña propagandística encubierta organizada por fuentes poderosas?
Entender lo que pasa más allá de nuestras fronteras es importante. Y más en esta ocasión, puesto que las elecciones ‘midterms’ en Norteamérica vienen condicionadas por una tensa situación política agravada por la creciente polarización social y el presidente más impopular de la historia en Estados Unidos.
Dos años después de las polémicas presidenciales de 2016 y dos años antes de las siguientes, las ‘midterms’ son el escenario ideal para evaluar la situación política de un país todavía influyente y sirven de termómetro para anticipar los resultados de las próximas elecciones (y son un taller donde estudiar la comunicación política y las estrategias de comunicación que pudieran aplicarse en el resto del mundo, incluido nuestro país).
Con su resultado final se renueva la totalidad de la Cámara de Representantes, un tercio del Senado y un buen número de gobernadores y legislaturas a nivel estatal, lo que da oportunidad al Partido Demócrata de tomar el control del legislativo y dificultar así la labor de gobierno de la Casa Blanca en los próximos dos años.
Pero habrá que estar atentos. Estas elecciones son cruciales para la vida política estadounidense. Históricamente, viene siendo muy habitual que el partido en el poder acuse la fatiga de gobernar (y, en este caso, sobrevenida por la chanza y el descrédito de una labor enmarañada por la polémica rusa y el uso infumable –e inflamable- de Twitter) y pierda apoyos entre los electores, como parece que así va a suceder.
Ya veremos si el desarrollo de las noticias falsas y su repercusión en los principales acontecimientos políticos, económicos y sociales estadounidenses, tiene el mismo grado de intensidad que en las presidenciales de 2016. Y, en el caso de que no la tuviera… ¿será por el autocontrol de Mark Zuckerberg sobre su producto estrella, Facebook? ¿Será gracias a la madurez del electorado norteamericano? ¿La Administración Pública logrará implementar herramientas de prevención y control ante supuestos abusos del exterior? La respuesta será inmediata, pero sobre todo nos interesará el análisis ulterior que se derive de los resultados electorales del 6 de noviembre.