Hay momentos en la historia de la humanidad en que parece desatarse una epidemia de locura. Psicólogos y sociólogos achacan el fenómeno a las crisis que afectan a los sufridos componentes rasos de la sociedad. Cientificistas aquejados de pesimismo afirman que la humanidad se dirige a su destrucción impelida por el destino inexorable que exterminó a los dinosaurios. Uno que no descarte otras realidades podría creer que, un buen día, unos dioses burlones decidieron paliar su aburrimiento privando a los mortales del recto uso de su razón. La causa puede ser cualquier cosa, pero es lo de menos cuando las consecuencias de la chifladura universal amenazan conducir a todos a la ruina; la ruina intelectual, moral y, lo que más importa, económica.